Jacques Viau había nacido en Haití en 1941, pero su padre, un prestigioso abogado y político, se exilió, con toda su familia, en la vecina República Dominicana en 1948. Quería ponerla a salvo de la vorágine criminal que se había adueñado de su país, pero uno no alcanza a comprender por qué, por mala que fuese la situación, el paterfamilias decidió refugiarse en un lugar más atormentado todavía, donde imperaba, desde 1930, uno de los dictadores más sanguinarios de la historia de Hispanoamérica, Rafael Leónidas Trujillo, autotitulado «generalísimo», como el felizmente desenterrado Franco, del que era un gran amigo. La decisión de trasladarse a la República Dominicana se reveló fatal para uno de sus hijos, Jacques, que sobrevivió a Trujillo —asesinado en 1961—, pero no a la segunda intervención de los Estados Unidos en el país en el siglo XX. Fidel y sus barbudos habían acabado pocos años antes con el burdel estadounidense en el Caribe, la Cuba de Fulgencio Batista, y Lyndon B. Johnson no quería que se le revolucionara aún más el gallinero. Mandó, pues, a la 82ª División Aerotransportada a poner paz en las convulsas aguas de aquel paisito lleno de negros protestones, y lo consiguió: frente a quienes defendían al presidente Juan Bosch, elegido democráticamente en 1962 y derrocado militarmente por los herederos de Trujillo menos de un año después, los estadounidenses consiguieron, pro domo sua, que accediera al poder Joaquín Balaguer, que había sido el último presidente títere de Trujillo. Por sus métodos autoritarios, Balaguer se ganó el apodo de «caudillo», otro título ideado por Franco. Se conoce que el dictador español era el faro que iluminaba a sus homólogos dominicanos. En la guerra que enfrentó a los partidarios de Bosch con los trujillistas y yanquis, Jacques Viau tomó partido por los primeros. Hasta entonces había demostrado inquietudes literarias y artísticas, y se había vinculado con el grupo de vanguardia «Arte y Liberación», dirigido por el pintor Silvano Lora. Pero en abril de 1965, cuando estalla el conflicto, se une al comando B3, que sería uno de los más activos en la lucha, con rango de subcomandante. El 16 de junio, Jacques Viau y otros oficiales rebeldes estaban reunidos en la sede del comando, una casona construida en 1929 para albergar a los 27 hijos del sacerdote católico José Napoleón Andrickson —la clerecía dominicana, enardecida por la sensualidad del trópico, ha predicado siempre con el ejemplo el «creced y multiplicaos» bíblico—, cuando los alcanzó un proyectil de mortero disparado por los norteamericanos. Aunque Viau quedó muy malherido, le pidió a Pedro Bonilla, el comandante de la unidad, que atendiera primero a otro compañero maltrecho, Diómedes Mercedes. En un intento desesperado por salvarle la vida, se le amputaron ambas piernas, que la explosión había destrozado. Pero su estado era demasiado grave y murió seis días después, a los 23 años de edad. En vida solo había publicado poemas sueltos en revistas y periódicos, pero el mismo año de su muerte su amigo Antonio Lockward Artiles dio a conocer una primera edición de su poesía, Nada permanece tanto como el llanto, cuyo título es el de uno de los poemas mayores de Viau, una larga composición, en 19 fragmentos, que canta el dolor y la esperanza de los dominicanos. El mismo Lockward Artiles amplió esa primera edición en 1985, y hace poco vio la luz Y en tu nombre elevaré la voz (Fundación Juan Bosch, Santo Domingo, 2015), a cargo de Ángela Hernández Núñez, que recoge todos los poemas de Viau conocidos hasta el momento.
La poesía de Jacques Viau es una poesía de combate, como hay tantas en la turbulenta Hispanoamérica de los 60. Menudean las denuncias de las injusticias padecidas por los isleños, las declaraciones de amor a la patria y las llamadas a la lucha. Sin embargo, sus versos no son meras proclamas insurreccionales, exaltadas loas a los guerrilleros locales o publicidad comunista. Inspirado por Walt Whitman —a quien dedica un extenso poema, prolongación del Contracanto a Walt Whitman, de Pedro Mir— y por su legatario andino, Pablo Neruda, Viau compone cantos que abrazan el nosotros, pero que atienden también a lo íntimo, que dibujan una epopeya delicada, que susurran a la vez que claman, y en cuyos acentos de muerte se enreda la propia angustia existencial del autor, que atraviesa toda su producción, aun la más alegre —en los atenazados por la conciencia de la muerte suele vibrar con mayor arrebato la alegría de la vida— y esperanzada: «Marcho fatigado, / busco donde asirme, / toco la piedra y me hiere, / miro la luz y me ciega, / abrazo la sombra / y siento que me diluyo, / que comienza el minuto terrible / de hacerme polvo», reza el poema «Marcho fatigado».
Con todo, no es la dimensión épica de la poesía de Viau lo que más lo encumbra, sino su talla lírica. Debajo del escritor social, o entreverado con él, habita un poeta de inflexiones sutiles, un orfebre que dota a sus versos, que pasan ante nosotros como un arroyo por un lecho pedregoso, de una ductilidad diamantina. Y pasma que todo eso lo consiguiera con 21 años, la edad a partir de la cual, y hasta los 23, escribió la mayoría de sus poemas. Si el referente no fuese tan grande, podría decirse que Viau es el Rimbaud del Caribe. Cincela imágenes luminosas, que arrastran siempre su necesaria cuota de sombra. Canta al amor, como corresponde a un joven idealista como él. Y describe, con timbre cristalino, un mundo caótico y ensangrentado, pero también impregnado del júbilo solar del trópico, de la plenitud venérea de Quisqueya: «Traed las tazas de horchata, las bandejas de piña. / Las muchachas de pañuelos arcoirisados despliegan las bandejas del sol / (…) En los cuatro rincones del peristilo he lanzado mi puño de pistacho / y la llama no se ha extinguido. / Los niños se han bañado en las madrigueras de hojas verdes, / y los ancianos de pesadas ajorcas de caracol beben el té de orégano (…) / Traed las garrafas llenas, los guineos maduros y el agua de los jarros. / Abrid la danza, vírgenes de cuerpos cálidos de toronjil», escribe en «Traed».
[Este artículo se publicó en La Sombra del Ciprés, suplemento cultural de El Norte de Castilla, el 22 de noviembre de 2019]
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