domingo, 19 de junio de 2022

Olvidos y medios de comunicación

El funcionamiento de los medios de comunicación es un gran misterio. Más o menos como la existencia del mal, ante la que los teólogos cristianos siempre acaban concluyendo: es un gran misterio. (Como Dios es inconmensurablemente incognoscible, no les resulta ni contradictorio ni inaceptable afirmar algo así, porque no se opone ni a la naturaleza divina, inaccesible, ni a la infinitamente limitada capacidad humana para comprender sus designios). A lo que iba: el funcionamiento de los medios de comunicación causa perplejidad, aunque nos hayamos acostumbrado tanto a sus reglas —o hayan hecho que nos acostumbráramos tanto a ellas— que ya no somos capaces de escapar a su influjo, analizarlas y, en su caso, condenarlas y modificarlas. Porque de eso se trata: de sustraerse a la burbuja de pensamiento en la que vivimos encerrados; una burbuja férrea. O intentarlo, al menos. Hoy, la prensa ya casi no habla del COVID. Si nos atenemos a lo que dicen los periódicos y los medios audiovisuales del asunto, el COVID, esa plaga bíblica que nos ha machacado durante dos largos años y que se ha llevado por delante, oficialmente, a 107.000 personas en España y a más de 6.300.000 en todo el mundo, ha dejado de existir. Sin embargo, el bicho sigue ahí, mutado, disfrazado, atenuado, si se quiere, pero vivito y coleando. Y matando. Personalmente, nunca había tenido, en este bienio de pandemia, ni siquiera en los meses más duros —los de estallido de las olas—, a tanta gente cercana que hubiese pillado el COVID en un corto periodo de tiempo como me ha pasado en estas últimas dos semanas. Hasta ocho amigos o personas conocidas se han infectado. Escudriñando en Internet, se puede averiguar que el COVID continúa segando vidas. Por ejemplo, el 12 de mayo acabó en España con 89 personas; y en una fecha tan cercana como el 1 de junio, con otras 59 (fuente: https://datosmacro.expansion.com/otros/coronavirus/espana). Me parecen cantidades enormes. No son los cientos o miles de los picos más devastadores, afortunadamente, pero sigue siendo mucha gente. Y de esa gente ya no se habla. Han dejado de existir antes de morirse. La letra pequeña de las informaciones dice que suelen ser personas ya muy ancianas, con muchas otras dolencias a cuestas. Que los jóvenes ya no se mueren. Y los maduritos, muy poco (bueno, eso me alivia). La médica a la que he visitado hoy en el ambulatorio, me ha confirmado que las residencias vuelven a estar llenas de COVID, y que los abuelos han emprendido otra vez la senda de sus predecesores en los momentos álgidos de la pandemia, cuando caían como las hojas en otoño. Sin embargo, nada de todo esto merece titulares en los medios de comunicación, o, si no titulares, una información detallada y consecuente. El COVID, para la opinión pública, parece haberse desvanecido, ya no importa, está kapputt, out, ido, demodé, fuera de servicio. Y todos, en esa ignorancia inducida, o en ese no querer saber, como el avestruz que esconde la cabeza, celebramos su desaparición. Estábamos muy cansados, y los periodistas también. Y ahora, con el veranito, lo que menos apetece es seguir comiéndose la cabeza con un asunto tan feo. Lo pasado, pasado está. O el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Otro asunto en el que, con la imprescindible ayuda de los medios de comunicación, hemos dejado a los muertos atrás, es la guerra de Ucrania. Otro tema engorroso que se diría superado, u olvidado, o inexistente. De las noticias agobiantes de los primeros días y primeras semanas, en las que no había telediario que no nos bombardease (y nunca mejor dicho) con las sanguinolentas imágenes de un cañoneo ruso, o los cadáveres que habían dejado en los pueblos y ciudades los soldados de Putin, o el éxodo de ucranianos —sobre todo, ucranianas—, motivado por la invasión, en busca de la seguridad de Occidente o de los países vecinos, hemos pasado a informaciones cada vez más ocasionales y lacónicas, en el mejor de los casos, sobre la situación de las ciudades asediadas por Rusia o la de los ucranianos refugiados en España. Si el coronavirus continúa matando gente en todo el mundo, los rusos también en Ucrania; y muriendo, claro, porque los ucranianos, comprensiblemente molestos por una visita indeseada, no son mancos. Y, así, en Ucrania, las bombas siguen estallando, los soldados de uno y otro bando se siguen escabechinando, los rusos siguen violando a las ucranianas que no han querido o podido huir, y, en general, la población civil sigue sufriendo y pereciendo. Pero de esto también nos hemos cansado. El hombre se cansa de todo, empezando por sí mismo. Claro que no nos hemos olvidado de las bonitas consecuencias económicas de la guerra de Ucrania, que amenazan con llevarnos a la ruina, como el colapso de Lehman's Brothers, pero a lo bestia, y con eso no queda más remedio que convivir a diario. Los mass media dan cuenta puntual del encarecimiento de todo y de la escasez de suministros (y de cereales: África se enfrenta a la enésima hambruna, un asunto tan vivo hoy como hace siglos, pero que hemos arrumbado definitivamente en el olvido), y nuestros bolsillos nos gritan que las noticias son ciertas. Quizá sea la clave para que las cosas, por graves que sean, no pasen de moda: que nos afecten al peculio. Uno se palpa la cartera y piensa: "Ah, mira, hoy llevo aquí un ucraniano muerto" o "jo, cómo se nota hoy el minado del puerto de Odessa". Mientras tanto, seguiremos viendo la realidad que los medios de comunicación quieren que veamos. Y seguiremos pensando lo que inevitablemente tengamos que pensar. Estos días, por ejemplo, la prensa nos ha descubierto un hecho asombroso: que hace calor. Todos los años, por estas fechas, hace un descubrimiento parecido. Llega julio —o junio— y todos los medios se llenan de reporteros intrépidos que desafían las pavorosas condiciones meteorológicas y, micro en mano, nos informan de que los termómetros han alcanzado los cuarenta grados y de que conviene evitar las horas centrales del día e hidratarse mucho (nunca dicen beber, que es demasiado ordinario; hidratarse es mucho más científico y polisilábico). Nos enteran, así, de algo que no sabíamos, y que no podíamos averiguar por nuestros propios medios: que la calorina es grande. Y esta sí que es una noticia relevante. Qué importan los muertos por COVID o en Ucrania. Eso ya está amortizado. Lo que ahora hay que saber es que estamos sudando.

Posdata: El otro día, un amigo que está trabajando en Edimburgo me contó el caso, que había sabido por la prensa local, de una buena estudiante universitaria que había renunciado a presentarse al examen final de una importante asignatura de la carrera que estaba cursando. Cuando su profesora, intrigada por su anunciada y sorprendente ausencia, le preguntó el motivo de su incomparecencia, la estudiante le contestó que se le había muerto el gato y que estaba tan abatida no se sentía capaz de concurrir al examen. La universidad reconoció la magnitud de la tragedia y le permitió presentarse en otra fecha a la prueba. Hoy, otro amigo me manda la noticia, aparecida en la prensa española, de que Adelante Andalucía ha propuesto en su programa electoral para las próximas elecciones andaluzas, entre otras medidas destinadas a "avanzar en la integración entre especies", la concesión de permisos retribuidos a empleados públicos por el fallecimiento u hospitalización de sus animales de compañía. Seamos justos: a veces, la prensa sí da cuenta de las cosas que verdaderamente importan.

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