jueves, 22 de septiembre de 2022

En los Estados Unidos (3): la Casa de los Cisnes

La Casa de los Cisnes es Swan House, la espectacular mansión de un supermillonario americano, construida en 1928 e integrada hoy en el Atlanta History Center, un complejo cultural que reúne ese caserón, un museo, un centro de investigación, una granja de 1840, varias salas de exposiciones y múltiples jardines. En los Estados Unidos abundan estas suntuosas construcciones, supervivientes, a veces, de la Guerra Civil o testimonio, otras, del crecimiento y la predominancia de una clase financiera o industrial —a menudo, ambas— en el siglo XX. Swan House es obra de Edward y Emily Inman —que no eran hermanos, sino marido y mujer; las convenciones dictan (aún hoy, en esta época de feminismos) que la esposa pierda su apellido de soltera, legado de sus padres, y adquiera el del esposo—, a los que se les quemó la casa en que vivían antes y se pusieron en manos del prestigioso arquitecto Philip Trammell Shutze para que les construyera otra. Les costó una fortuna, pero mucho menor que la amasada por Edward con el negocio del algodón —que en el sur siempre ha reportado pingües beneficios—, la banca y los bienes raíces. Era un hombre con un sentido práctico muy acusado, y elegía sabiamente el objeto de sus inversiones. Al bueno de Edward, no obstante, no le dio tiempo a disfrutar demasiado de su nueva residencia, porque murió tres años después de erigirla. Quien sí se benefició de ella fue su mujer, Emily, que vivió entre sus historiados muros hasta 1965. Para subrayar la vinculación de los Inman con la economía de su tiempo, un Ford T de 1927 y un Super Six Sedan de 1929 reciben a los visitantes junto a la entrada principal. El primero es un automóvil sencillísimo, un aparato desnudo e indestructible, que basó su éxito, precisamente, en esa misma sencillez: fue el 600 de su época, pero en todo el mundo. El segundo, uno de los coches más utilizados por los gánsters para pasearse por Chicago y ametrallar a los desafectos con los legendarios subfusiles Thompson, con cargador de tambor, es mucho más sofisticado: tiene hasta botones. Como aún falta un rato para que empiece la visita —que ha de ser guiada; aquí tampoco se acepta la deambulación autónoma—, me entretengo echando un vistazo a algunas dependencias exteriores, como la Victorian Playhouse, una casa en miniatura, construida en uno de los muchos jardines, hacia 1890, para que jugaran los niños. Veo en las paredes de madera de la casita una serie de curiosas fotografías de época: hay una de un blanco del siglo XIX con rastas, entre muchas de pelos y barbas curiosos, y una de Harrison Ford, cuya conexión con esta ristra de peinados extravagantes no alcanzo a comprender; si al menos fuera Chiwaka. Más allá de la Casa de Juegos, al final de un sendero enlosado que discurre por una arboleda espesísima, está Ambrosio, un elefantito de piedra, proveniente del jardín de Hunter Perry, como indica una placa al pie de la escultura. Quién sea Hunter Perry, por qué tuvo a Ambrosio en su jardín y por qué se le trasladó al de los Inman en Swan House, al igual que la presencia de Harrison Ford en la Victorian Playhouse, son misterios que escapan a mi comprensión. Pero la presencia del pétreo animal, pequeño como la playhouse, sin apenas colmillos y gris, sorprende en estos jardines umbríos y ese clima subtropical. Descanso un rato en uno de los bancos metálicos, bastantes incómodos, del jardín. Se conoce que este lugar no se hizo para los sedentes, sino para los caminantes. El grato rumor arábigo del agua de la fuente es perturbado por el ruido de una máquina cortacésped —en este país las máquinas cortacésped son tan frecuentes como las vacas en la India y, como ellas, están por todas partes— y de algún motor de aire acondicionado, que no veo, pero que, a juzgar con los decibelios que expele, debe de estar muy cerca. Cuando son casi las once, vuelvo a acercarme a la entrada para iniciar la visita. Allí está apostado ya quien será nuestro guía, Kyle, un obeso americano, que es un tipo singular de obeso que apenas se encuentra en ninguna otra parte del mundo: el obeso armilar, como los globos terráqueos, fruto de muchas generaciones de comedores de hamburguesas monstruosas, arrobas de patatas fritas y barreños de refrescos azucarados. No obstante, Kyle es un profesional. Sube las escaleras y se mueve por las habitaciones de la casa con la agilidad de un luchador de sumo, y no tarda en explicarnos que el nombre de la mansión se debe a los muchos cisnes que la adornan: veintiocho. Se conoce que el cisne era el pájaro preferido de los Inman, aunque también sumaron otros —águilas, grullas— a la decoración. Kyle nos reta en cada habitación a descubrir dónde están los cisnes, en una versión aristocrática y ecológica del plebeyo Dónde está Wally. Y yo recuerdo que, en mi anterior visita a la casa, hace cuarenta y tres años, supe dónde mirar cuando la guía, que también preguntaba dónde se ocultaban los cisnes, nos dio la pista de que eran los niños quienes antes los descubrían: a un metro del suelo. A esa altura se encuentra todavía, en efecto, un cisne diminuto que corona un tintero. Kyle se quita los zapatos con sorprendente ligereza y se pone guantes para pasar a la zona que no pueden pisar los visitantes, elevar el tintero como un cáliz y revelarnos, a la luz dorada que entra por las ventanas, al anseriforme. (Su extremo cuidado recuerda al de la propia Sra. Inman, que quería preservar a toda costa la escalera principal de la casa y había prohibido a todos utilizarla: había que usar la escalera del servicio, en la parte de atrás). Pero Kyle no se limita a localizar los animales para nosotros, sino que nos habla, en casi todos los salones, de la servidumbre que hacía posible la vida regalada de los Inman, y de sus condiciones de trabajo. El modelo parece haber cambiado. Hasta hace poco, los guías de los lugares históricos se centraban en la vida de sus señores, en la exposición de sus andanzas y sus privilegios, y en la ponderación de la singularidad arquitectónica o la importancia artística del sitio. Quienes lo habían construido o habían trabajado en él para que fuera lo que fue, quedaban en penumbra, o ni siquiera aparecían en el relato. Kyle, en cambio, practica un renovador social approach: dedica su atención no a los grandes hombres (y mujeres), sino a la intrahistoria de los marginados y los oprimidos, y no deja de hablarnos de los criados, casi todos negros, y del hecho de que estuvieran segregados, aun dentro de la casa, hasta 1965, lo que significaba, por ejemplo, que no podían usar los baños de los blancos, sino solo los de "la gente de color". Pero también señala que, pese a estas injusticias y las penosas condiciones en que trabajaban, su situación era mucho mejor que las de los demás miembros de su raza. Nos enseña uno de los cuartos del servicio, en la planta de arriba, y vemos una habitación grande y luminosa, con baño propio, aunque también con el inevitable tablero en que una flecha, accionada por un botón que pulsaban los amos en la planta de abajo, señalaba a qué sala debían acudir enseguida para atender sus necesidades. En el sótano de Swan House, hay una laberíntica exposición de la colección de arte chino del arquitecto Shutze, indudablemente amante de las fantasías orientales. Junto a infinidad de cuencos, platitos, jades, estatuillas, biombos lacados y pinturas llenas de montañas brumosas, se exponen también sus dibujos técnicos de la casa, que son de una belleza sorprendente. Muy distinta es la belleza, agreste, polvorienta, de la Tullie Smith Farm, la granja que ilustra los modos de vida del campesinado georgiano antes de la Guerra de Secesión. De camino a ella, observo, a la entrada de McElreath Hall, otra dependencia del Atlanta History Center, ahora vacía, una mastodóntica telaraña, en cuyo centro una araña, asimismo muy gorda, espera abacialmente el almuerzo. Algo más allá, ya en la granja, rodeada de mantos de flores de todos los colores, sobre todo del amarillo subido de las margaritas, me reciben cuatro ovejas Gulf Coast, que hacen lo que todas las ovejas del mundo: nada. Están sentadas y me miran con una expresión de infinita indiferencia. También me expresan su desinterés dos cabras de angora. Estas, al menos, andan por ahí, ramoneando o algo. Husmeo poco en los establos, porque ya he visto muchos en mi vida y porque huelen demasiado a establo, y entro en la casa donde vivía la familia propietaria de la granja, a cuya puerta un joven moderadamente desgreñado, que toca la guitarra, me da la bienvenida. Dentro, hay un viejo telar, con el que la señora de la granja seguramente tejía la ropa de la familia, y, en un estante, algunos ejemplares de la popular colección The Rollo Books. Quien la ideó seguramente no sabía español. Pese a lo desalentador del nombre, siento la punzada de la tentación. Estoy solo en la casa y, si afanara alguno, nadie lo notaría. Pero no lo hago. Si me trincan, me expulsarán del país o quizá un sheriff brutal me aplaste la cara contra el bordillo y me ponga la rodilla en el cuello hasta ahogarme. No soy negro, pero sí hispano, y los hispanos no reciben de algunos policías un trato mucho mejor que los negros. Culmino la visita admirando la entrada posterior de la casa, desde la que cae —Swan House se encuentra en lo alto de una colina— una fabulosa fuente en cascada, inspirada en el palacio Corsini de Roma. El estilo de Swan House es ecléctico: amalgama elementos neorrenacentistas y del clasicismo inglés. Philip Trammell Shutze había estudiado en Roma e importó a Swan House muchos rasgos de la arquitectura del Cinquecento, que dan al conjunto un aire de villa italiana. El lujo ha impregnado este lugar desde su nacimiento, y también la belleza. Me marcho, no obstante, con el reconfortante sabor de la intrahistoria que Kyle ha sabido transmitirnos, y que me recuerda que toda grandeza se asienta en el trabajo ingente de multitud de personas anónimas —aquí, con frecuencia esclavos —, sin cuyo sacrificio ninguno de los nombres que he mencionado en esta crónica —Edward Inman, Emily Irman, Philip Trammell Shutze— habría pasado a los libros de historia.

1 comentario:

  1. Diego Murillo Algaba22 de septiembre de 2022, 1:21

    En eso tienes razón, sobre la historia social,que se ocupaba de las clases populares, o la intrahistoria de Unamuno. Muy divertido con tus peripecias. Un saludo.

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