miércoles, 2 de noviembre de 2022

Elogio de la baja laboral

A la baja laboral —a la alegría— se llega por el dolor. Insoportable, a veces. Pero no importa: el sufrimiento, como nos ha enseñado la Iglesia, nos dignifica: nos rescata de las garras de la producción, de la obligación —asumida: esto es lo peor— de contribuir sin pausa a la hacienda del mundo, de cumplir nuestro destino de homo (y también, o sobre todo, mulier) faber. La baja laboral destaca tanto por lo que afirma como por lo que niega. Afirma la libertad —o la liberación— del individuo, que se impone a su deber. [No lo desmiente el hecho de que el ser humano no sea libre: sentimos serlo, y eso basta]. Y niega la obsesión de obrar: el peso mortificante de hacer sin otra finalidad que seguir haciendo. La baja laboral manumite: de quien estamos obligados a ser, prisioneros de los otros y de nuestra agónica necesidad de sobrevivir. Con la baja laboral reencontramos los minutos que antes se perdían, como el agua de un grifo abierto, por las enmohecidas cañerías de la obediencia y la monotonía. Y esos minutos se reúnen ahora en horas que nos acarician largamente, que nos envuelven como hierba, que nos dicen cosas bonitas al oído, que nunca nos telefonean ni convocan a videoconferencias, sino que se estrechan aún más contra nosotros, y nos pellizcan las nalgas, y nos disuaden de morir. La baja laboral abre la espita de la lentitud, de la áurea indolencia de los pasos que no han de llegar a ningún sitio y de las manos que acarician otra vez lo que se habían olvidado de acariciar. La baja laboral manda al trastero de la inexistencia los dictámenes, los ferrocarriles y los veinte minutos del bocadillo. La baja laboral es una prolongación milagrosa del silencio: solo aire, solo espacio, solo ser. La baja laboral confirma que el trabajo es una categoría aborrecible: la causa y el fruto del martirio del hombre (y de la mujer). El tripalium, de donde proviene la voz 'trabajo', era un atroz instrumento de tortura: supliciaba con vertiginosa lentitud. Con la baja laboral descubrimos sensaciones preteridas: el estar paciente; la hermandad con las cosas; el temor fugitivo. Baja: de las alturas sórdidas de la repetición, de las cimas subterráneas de los códigos y las capitulaciones; laboral: de la tarea aborrecible de entregarse sin placer, de inmolarse en el altar inclemente de la empresa o la administración. La baja laboral sana, y no solo de la enfermedad: nos cura de la enajenación. Nos hacemos otro sin sojuzgar al otro, sin apropiarnos de nada suyo que nos haga más nosotros; somos ajenos por prescripción facultativa. La baja laboral pacifica a la vez que excita. Vemos tantas cosas por primera vez: el árbol cuya corteza siempre habíamos creído una sombra; la urraca saltarina que busca acomodo entre las horquillas de ese árbol; la mano con la que escribo estos calambres, arrugada ya, pero aún mía gracias a las palabras, aunque triste de tardes, sedienta de otras manos. La baja laboral es un gran telón que se levanta para enseñarnos el teatro en el que actuamos, donde el monólogo se trenza con la ausencia. Pero este escenario vacío se ilumina de aplausos venidos de las venas, y esa ovación implica un descubrimiento. Averiguar el frío supone vencer al frío. Aunque no hay derrota en ello: comprender las sombras arroja luz. La baja laboral es un paréntesis que ni se abre ni se cierra, un paréntesis que no nos recluye, sino que nos abraza; que no nos arroja al río que se aleja, sino que nos deposita en el que llega, como algo que nos pariese, o que nos reconstruyera. La baja laboral sucede como una sinfonía queda, plagada de pequeños asuntos que tocan el triángulo, y de los oboes de los desayunos sin final, y de una sección de cuerda en la que quedan atrapados todos los pájaros, todas las ambulancias, todas las masturbaciones. La baja laboral dice adiós, cada día, a cuanto hemos querido ser sin que tuviéramos ningún deseo de serlo. Y eso que dejamos atrás, como la piel mudada de la serpiente, nos acecha felizmente desde los márgenes, donde no hay sol ni obcecación. Fuera de la baja laboral queda lo esencial e insustancial; dentro, lo que es dueño de todo por no desear nada, lo que nos desvela y nos desuella, hasta dejarnos a solas con nuestra ineludible fragilidad. Esta visión, sin embargo, no daña: eso somos, más lúcidos ahora, por más adentrados. Todo hay que agradecérselo a la baja laboral, que planea sobre nuestras cabezas, y en las estancias del corazón, como un corazón grande y transitorio. Nos gustaría que la baja laboral fuese como los vencejos: que no necesitara posarse, salvo para procrear. Que hasta durmiese volando. La baja laboral duerme con nosotros, se ducha con nosotros, nos pone las zapatillas y los guantes, se da de alta en Netflix, lee sin parar, refuta los termómetros y la melancolía, sonríe aunque carezca de labios. La baja laboral, mientras existe, es nosotros. Con ella, nuestro nombre no nos incomoda. Existimos. Sabemos de la realidad que nos ilumina las entrañas. Palpamos la textura de nuestra huida, ahora concéntrica, como el eje de un torbellino. Todo gracias a la baja laboral. Pero acabará: algún día morirá lo que nos salva de la muerte. Su fin se insinúa en el cielo como una ventisca naciente, como el fustazo de una catástrofe irreparable. La baja laboral decaerá, y nosotros con ella. La salud recuperada será la enfermedad definitiva, esa que transita por el calendario con pasos aviesos, con la rectitud avinagrada de los relojes y la malevolencia de los jefes de personal. La baja laboral, muerta, anunciará la muerte. Pero hasta entonces desplegará sus alas enamoradas; hasta ese momento infausto, nos hisopará con su agua de luz, con su sábana redentora.

2 comentarios:

  1. Supongo que para ser un funcionario importante, tendrás por encima superiores jerárquicos. Pero lo explicas muy bien, sobre el yugo que el trabajo significa para el hombre. Un saludo.

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  2. La enfermedad es el verdadero yugo para cualquier persona. ¿La baja laboral como liberación? No. La salud por encima de todo, aunque tengas sufrir el tedio de las interminables horas en un trabajo que, muy lejos de dignificar, te lleve al planteamiento que nos propones.
    He disfrutado muchísimo leyéndote, Eduardo.
    Un beso.

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