martes, 23 de septiembre de 2025

El esplendor y la amargura. La poesía de Basilio Fernández.

Acaba de publicarse El esplendor y la amargura. La poesía de Basilio Fernández en Los Papeles de Brighton, la editorial creada y dirigida por el poeta y hombre del Renacimiento, por su polifacético empeño, Juan Luis Calbarro. El libro es mi tesis doctoral, adaptada al formato y pretensiones de una editorial comercial. Que decidiera escribirla sobre un poeta muy poco o nada conocido como Basilio Fernández se debió a una azarosa concatenación de hechos: primero, Antonio Gamoneda me envió en 2007 la poesía de Basilio publicada en aquel momento, con la imperiosa recomendación de que me la leyera (y yo no he desatendido nunca las indicaciones del maestro); después, Ángeles, mi entonces mujer, me sugirió que la hiciera objeto de mi tesis (de ella sí desatendía propuestas, pero esta decidí aceptarla); y por fin la profesora Virginia Trueba de la Universidad de Barcelona, mi alma mater —que hoy es, además de una intelectual sobresaliente, una amiga muy querida— aceptó dirigirla. En su versión original, la tesis incluía un apartado metodológico, que ahora he suprimido, para alivio mío y de los lectores, y una edición crítica de la poesía de Basilio Fernández, tal como entonces aparecía recogida en las ediciones a cargo del albacea literario y sobrino del poeta, Emiliano Fernández. De las más de mil páginas de la tesis que defendí en abril de 2011 en la Universidad de Barcelona, hoy se presentan solamente 744. Por aquel entonces, las tesis se hacían a la antigua usanza, es decir, sin escatimar en años ni en páginas: yo tardé dos y medio en pergeñar la mía y, como he dicho, en escribir un millar largo de folios. Hacerlo así hoy provocaría el desmayo de los miembros del tribunal y, posiblemente, la declaración de no apto del doctorando. A la reducción del volumen ha contribuido también la revisión que he hecho de su contenido, a la luz de la edición alegadamente definitiva de la poesía de Basilio, aparecida en 2015, de nuevo de la mano de Emiliano Fernández. He corregido, pulido, eliminado y precisado numerosos puntos del trabajo original. Dado que este quedó depositado en el repositorio digital de la Universidad de Barcelona, a disposición de curiosos e investigadores, y ahí sigue, en el improbable caso de que alguien tenga interés en analizar la evolución de mis elucubraciones sobre uno de los mejores poetas ocultos del siglo XX español, podrá hacerlo simplemente cotejando ambas versiones: la de 2011 y la que ahora se publica, catorce años después. La verdad es que yo había renunciado ya a eso que casi todos los doctores deseamos una vez concluida nuestra tesis: verla publicada en forma de libro en una editorial digna. Pero hace algún tiempo, Juan Luis Calbarro y Los Papeles de Brighton acudieron al rescate de mis esperanzas, y hoy veo, por fin, el fruto de su invitación. Y, lo confieso, me siento muy satisfecho de ello.

Esto digo en la introducción del libro:

El primero que me habló de Basilio Fernández fue Antonio Gamoneda. En realidad, no me habló de él, sino que me lo regaló: un día encontré en el buzón un sobre con un libro desconocido, Poemas (1927-1987), de un autor desconocido, Basilio, publicado por una editorial desconocida, Llibros del Pexe, hoy ya desaparecida. Al volumen acompañaba una lacónica nota: «Léete esto», me ordenaba. No me sorprendió ni su obsequio ni su mandato: Gamoneda difunde a los poetas que le gustan (...). Pero vuelvo a Basilio, cuyo libro empecé a leer enseguida. Y, al hacerlo, caí en la cuenta de que no me era tan desconocido como yo creía. Recordaba vagamente que, algunos años atrás, había oído hablar de un poeta secreto, inédito en vida, al que habían otorgado el Premio Nacional de Poesía, aunque no me acordaba de su nombre. Recordaba también, incluso con más claridad que el propio hecho narrado, el deje de incredulidad en la voz de quien me lo refería, como si la vida literaria española estuviese llena de hechos absurdos como aquel, o de arcanos inexplicables. Los poemas de Basilio me revelaron enseguida que, por el contrario, el Premio —y el aprecio de Gamoneda— estaban justificados. Su obra es deslumbrante, aunque ese deslumbramiento no se imponga desde el principio, sino que crezca gradualmente, desde el creacionismo lúdico y, por imitado, radical de su juventud, hasta un existencialismo virulento y deshilachado, que se va nutriendo de sucesivas experiencias vitales y mutaciones ideológicas. El resultado es una poesía única, en la que el metaforismo audaz, el martilleo aliterativo y la libertad asociativa del irracionalismo se alían para expresar un pensamiento poseído por la convicción de que se ha renunciado al propio destino y, en consecuencia, por la melancolía, amarga y desengañada, por lo que se ha perdido, o, dicho con más precisión, por lo que se habría podido vivir y no se ha vivido. En efecto, la obra de Basilio constituye el reflejo o la sublimación de su renuncia personal al destino de poeta, y del dolor que esa renuncia le inflige. Tiene, pues, una fuerte impronta biográfica, porque los hechos y las decisiones de su vida determinan la inflexión y el contenido de su poesía, y porque sus circunstancias personales se transparentan en un amplio abanico de símbolos y analogías, e incluso de opciones léxicas. De él se ha escrito que es un autor sin biografía, quizá porque no se ha comprendido que su biografía era su poesía. Basilio nace en las montañas de León en los albores del siglo XX, el seno de una familia de la pequeña burguesía rural, que le transmite una visión tradicional del mundo. Recibe una educación diligente y, tras licenciarse en Derecho y sobrevivir a la guerra, abraza la seguridad del negocio familiar de alimentación en Gijón, que gestionará, con uno de sus hermanos, hasta su jubilación, en los años 80, poco antes de morir. Sin embargo, bajo las anodinas prácticas del comercio, Basilio conserva la pasión por la poesía, aunque sumergida en el flujo de unos días siempre iguales a sí mismos, caedizos e insustanciales. Y en esa poesía se plasma el sufrimiento por haber abandonado un proyecto de vida como escritor y los ideales de la juventud: la literatura, el amor y la libertad. Lo extraordinario de la obra de Basilio, y lo que la hace única en la literatura española del siglo XX, no es este reconocimiento, este desgarro, aunque sea sobresaliente, sino su capacidad para fundir la jocundia vanguardista y la gravedad existencial, para reconciliar lo festivo del creacionismo con la negrura de la orfandad trascendente. Basilio se mantiene fiel siempre a los procedimientos expresivos de la vanguardia y a su permanente busca del encantamiento y la sorpresa, y los practica en su poesía más honda, en la más luctuosa, zarandeada por la analogía perturbadora y la subversión elocutiva, por los espasmos del juego y las andanadas de la música. La intersección de ambos planos genera una literatura acalambrada, antitética, que sacude los estratos más profundos de la conciencia, pero sin dejar de acariciarnos, ni de arrastrarnos a su baile sensorial, ni de encendernos los ojos. Por eso me he atrevido a titular este libro El esplendor y la amargura. La poesía de Basilio Fernández, porque esta dualidad recoge los aspectos esenciales de su propuesta: el deslumbramiento de la forma, la crepitación exultante del lenguaje y, al mismo tiempo, la oscuridad superlativa de la angustia. Por eso mismo la poesía de Basilio merece el calificativo de órfica: porque cree en la naturaleza vivificadora de la palabra, con cuya música arranca destellos de sentido al absurdo de la existencia, y porque permite un auténtico descenso a los infiernos —a los infiernos de su intimidad—, que descubre su insatisfacción, su experiencia de la pérdida y su muerte en vida. Este estudio quiere hacer transitable ese descensus ad inferos, con su constante recuerdo de la amada y los mitos de la juventud, y el ideal de libertad, erradicado, que representan.

Los versos de Basilio Fernández, decía, me deslumbraron, pero no habrían constituido más que una gratificante experiencia de lectura si no hubiera concurrido otra circunstancia, biográfica y azarosa, que me convenció de una extraña afinidad con el poeta. Entre los papeles de Basilio conservados en el archivo personal de Gerardo Diego, copia de los cuales me había proporcionado la Fundación homónima, gracias a la amable mediación de Pureza Canelo y Elena Diego, consta una carta manuscrita de aquel, con el membrete de su domicilio en Barcelona, ciudad a la que había llegado con el ejército de Franco al final de la Guerra Civil y donde había abierto un despacho para sus negocios. Ese domicilio se encontraba en la entonces llamada Avenida de José Antonio, 423, principal 2ª, es decir, la Granvía barcelonesa, en su esquina con la calle Entenza, a cuatro travesías de distancia de la casa donde yo me había criado y en la que aún vive mi madre. Lo cual significaba que, siendo yo niño, habíamos sido vecinos y hasta nos habíamos cruzado por la calle; quizá, incluso, algunos de los versos que estaba leyendo, y que tan intensamente percutían en mi ánimo, hubiesen sido escritos allí: me sentí atravesado por una punzada de excitación. La casa correspondiente a la dirección indicada ha sobrevivido a la especulación urbanística: es un inmueble de hechuras nobles y color entre crema y marfil, cuya fachada recorren columnas y balcones desde el suelo hasta la azotea, y rematado por sendas cúpulas a cada uno de sus lados, que ocupa la esquina entera y delimita el chaflán. Es obvio que fue construido según los patrones de la burguesía mercantil que colonizaba el Ensanche barcelonés. Me acerqué un día para escrutarlo: siendo un edificio que había formado parte tantos años de mi cotidianidad, nunca había reparado en él, como no reparamos casi nunca en lo más cercano. La entrada aparece entallada por la terraza de la brasería Galicia, un local moderadamente proletario, pero todavía alberga la despejada penumbra de un vestíbulo amplio, con un ascensor de madera al fondo y bruñidos espejos a ambos lados. La puerta alta y acañonada, los sucintos escalones que conducen al elevador, las paredes y techos, marmóreos: todo en la entrada revela la holgada dignidad de los comerciantes de antaño, que cifraban en los espacios regios, aunque sin excesos suntuarios, la respetabilidad de sus actividades y la confianza de sus clientes. Me conmovió pensar que, por aquel mismo sitio que yo ahora contemplaba discretamente desde la calle, había pasado Basilio muchas veces, camino de sus ocupaciones y acaso de sus versos, y que, de algún modo, lo seguía haciendo en mi mirada y en mi recuerdo, aunque nunca lo hubiera visto (...).


Autor: Eduardo Moga
Título: El esplendor y la amargura. La poesía de Basilio Fernández.
Colección: Academia, 3
Páginas: 744
ISBN: 978-84-127018-6-9
Precio: 26 euros

martes, 16 de septiembre de 2025

“Cosas de Poetas”: un congreso diferente sobre poesía contemporánea

Hace unos meses, en unas jornadas literarias a las que había sido invitado, conocí a Xosé María Álvarez Cáccamo, un estupendo poeta y un hombre dotado de un sentido del humor apabullante. En las varias conversaciones que mantuvimos en aquellos días memorables, llenos de versos y de marisco, surgió también la idea de organizar un congreso diferente sobre poesía contemporánea: uno que analizara el envés de tantos asuntos relacionados con los poetas y la creación poética, y que lo hiciera con un humor muy serio, como si el coordinador del encuentro fuese Buster Keaton. Fabulamos maravillas sobre el evento, pero pronto encontramos un gran escollo que dificultaba llegar al buen puerto de su realización: ¿Quién querría acogerlo? Debía ser una institución culturalmente fuerte y financieramente solvente para que el congreso tuviese la participación y la resonancia (publicaría, por supuesto, unas actas científicas) que merecía, pero, por lo que fuera, nos parecía improbable que ninguna universidad ni, pongamos, ninguna obra social de una caja de ahorros estuviese dispuesta a organizarlo. Y ahí nos quedamos, con una gran idea, me parece, pero sin instrumentos para realizarla. Así pues, dejo ahora aquí una posible relación de los temas de los que trataría el congreso, elaborada sustancialmente por Xosé María y un servidor, con la esperanza de que encuentre, entre quienes lean esta entrada o lleguen a conocerla en su hipotético discurrir por las redes, a alguien que reconozca la gran aportación que supondría para el debate literario en este país y quiera contribuir, en el marco de una entidad honorable, a llevarlo a cabo.

1º) Los poetas vistos por quienes no leen poesía (o ni siquiera leen): hipersensibles, excéntricos, incomprensibles, incapacitados para la vida práctica y un largo y penoso etcétera.

2º) Tópicos sobre el acto creativo: la inspiración (que nos deja sin aire) y la expiración (o “morir de amor”).

3º) Tópicos sobre la poesía, que “está en todo” o “poesía eres tú”: un penalti exitoso, una paella indiscutible o unos zapatos de diseño perfecto como muestras de poesía.

4º) Manías y tonterías: el lunático hacer de los poetas.

5º) Tipos de poetas:

a) Pesados, engreídos y vanidosos: los insoportables.

b) El poeta divino que vive (y se presenta a) cada instante como la reencarnación de Hölderlin.

c) Los poetas que duermen a las ovejas (de muchos de los cuales se habrá hablado ya en el apartado b).

d) Los poetas que no leen poesía. Los poetas sin obra.

e) La insoportable democratización de la poesía. ¿Contar con miles de seguidores en la red convierte a alguien en un buen poeta, o en un poeta siquiera?

f) Digámoslo claramente: los malos poetas.

g) El poeta patán.

6º) Espontáneos, intrusos y aficionados: los poetas que han llegado (o eso creen) frente a los que se afanan por llegar.

7º) Performances faranduleras, chistes y ocurrencias, letras de canciones, excrecencias raperas, supuestas provocaciones eróticas, panfletos casposos… ¿Poesía?

8º) Los poetas maltratados por el agente cultural de turno: el poeta a quien el concejal de cultura confunde con el ordenanza en el acto de entrega del premio de poesía del ayuntamiento; el poeta recibido por un perro furioso a las puertas del instituto; el poeta a quien nadie va a recoger a la estación de autobuses porque pensaban que llegaba mañana.

9º) Congresos, jornadas, lecturas y otras zapatiestas.

10º) Premios y concursos de poesía: presiones, tongos, parcialidades y ridiculeces.

11º) Poetas y editores: relaciones y polémicas (relaciones polémicas). El editor patán.

12º) Derechos de autor, honorarios y dietas: las retribuciones inexistentes. Pagar por publicar: el mundo al revés.

13º) Presentaciones de libros a las que solo asisten el librero (porque no le queda más remedio), el editor (no siempre) y la señora o señor del/la poeta.

14º) Las relaciones de poder: quid pro quo, do ut des, tantum possides, tantum vales y todo lo demás.

15º) La crítica elemental, modalidad dominante. Los críticos de poesía: ¿son todos también poetas? El crítico patán.

16º) El libro de poemas como objeto para regalo no destinado a lectura. “¿Tiene usted libros en su casa?”. “Si, tengo el de la poesía completa de, ay, ahora no me acuerdo de cómo se llama, pero lo tengo. Aún no he tenido tiempo de leerlo. A ver este verano”.

17º) La pasión lectora por la poesía: “¿Le gusta a Ud. la poesía?”. “Bueno, yo de eso no entiendo mucho, pero, cuando me dan las tarjetitas necrológicas, me gusta ver el poema que han puesto”.

jueves, 11 de septiembre de 2025

La vuelta al mundo en 80 museos

Acaba de publicarse La vuelta al mundo en 80 museos, una recopilación de las crónicas de las visitas que hemos hecho el poeta y escritor Agustín Calvo Galán y yo mismo a una serie de museos de todo el mundo (excluida Oceanía), y que ambos hemos publicado en nuestros respectivos blogs en los últimos años: él, en uno específicamente dedicado a esta labor, Mis museos favoritos (mismuseosfavoritos.blogspot.com), y yo, en los dos que tengo abiertos desde 2013, aunque hoy solo el segundo —este en el que ahora escribo— sigue activo: Corónicas de Ingalaterra (eduardomoga.blogspot.com) y Corónicas de Españia (eduardomoga1.blogspot.com). Se trata, pues, de un libro a cuatro manos, el primero en el que participo, y que estoy muy satisfecho de haber concluido con un excelente escritor y amigo como es Agustín Calvo Galán. También estoy contento de que La vuelta al mundo en 80 museos haya visto la luz en Trea, la editorial en la que felizmente publiqué el poemario Mi padre en 2019, y la única en España, que yo sepa, que presta una atención especial a la museología en su colección “Ciencias y técnicas de la cultura”. Trea ha hecho un magnífico trabajo de edición, incorporando al texto imágenes de los museos descritos que han enriquecido el libro.

Esto decimos en el prólogo:

Con los museos, hoy, la mayoría de la gente observa una de estas dos actitudes: de respeto reverencial o de completa indiferencia. Muchos ven los museos como instituciones venerables, inmunes al paso del tiempo, que albergan muchas cosas importantes para la cultura, así, en general, y que queda muy bien conocer cuando uno está de viaje y se encuentra con alguno, cuanto más importante, mejor. Como el Partenón o El Corte Inglés. Luego podrá decir que los ha visitado, y eso contribuirá a su prestigio mundano. Muchos otros, por su parte, sienten tanto interés por los museos como por la física cuántica: los museos forman parte, para ellos, de un abstruso conglomerado de entidades con las que no han tenido, ni piensan tener nunca, contacto alguno; sitios que no divierten, silenciosos, en penumbra, donde hay que leer (cartelas, rótulos, pósteres, informaciones, documentos), donde apenas se puede hablar, donde no se puede tocar. Como iglesias, vamos: un tostón. 

Nosotros, en cambio, vemos los museos como lugares de placer. Sorprendentemente, nos atraen. Y no solo por su reputación, su valor simbólico o su peso cultural, sino, sobre todo, por sus características físicas. Los museos suelen ser islas de paz en el tráfago de las ciudades —con la excepción de los más monstruosos: el Louvre, el Museo Británico, los Museos Vaticanos…—, por las que se puede caminar y charlar con sosiego; ofrecen constante estímulos visuales, que pueden resultar tan euforizantes como un partido de voleibol de playa femenino (o masculino); acostumbran a tener bares tranquilos, jardines coquetos y librerías interesantes, llenas de objetos curiosos, donde tomarse un café, tomar el sol, tumbados en la hierba, o comprar algún hermoso volumen de arte o un imán para la nevera; y, en suma, ofrecen a la inteligencia y a la sensibilidad, ordenados y explicados, amplios aspectos del arte y la cultura humanos. Tampoco hay que desdeñar su función de refugio: el aire acondicionado de cualquier museo madrileño (y no digamos de Nuakchot) puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte en una tarde de agosto. Los museos —y esto es lo más sorprendente— procuran espacio para la aventura: en sus salas hemos hecho amigos, conocido a amantes, vivido momentos risibles o trágicos; hemos demostrado nuestra ignorancia o nuestra erudición; nos hemos carcajeado de los demás y de nosotros mismos; hemos pasado tardes de soledad y melancolía, y renovado nuestra fe en la capacidad del ser humano para sobreponerse, gracias al arte, a sus calamidades y su mezquindad. Los museos son campos de felices batallas; circos de muchísimas pistas que, a diferencia de los circos de payaso y domador, huelen bien; campos de carreras en las que nadie corre, salvo nuestra sensibilidad y nuestro pensamiento. Los visitamos, pues, antes que otros sitios, fascinados por los placeres que vayan a procurarnos, que sabemos numerosos. Y, como somos gente de letras, nos gusta, además, recoger nuestras impresiones —el recuerdo de esos placeres— en crónicas que disfrutamos poniendo a disposición de los demás. (...)

Las crónicas no obedecen a ningún plan preestablecido ni a voluntad sistemática alguna, sino al mero gusto del viajero y al azar. Los dos sabemos que los descubrimientos más sabrosos —y más memorables— son los que no estaban previstos, más aún, los que ni siquiera se sospechaban. El carácter caprichoso de nuestra aproximación a los museos explica que este libro no incluya muchos de los principales del mundo, y sí, en cambio, otros pequeños —incluso minúsculos—, laterales —y hasta esquinados— y desconocidos que nos han seducido o, por lo menos, intrigado. Estos suelen ser, también, los más amables: lugares donde uno no ha de hacer colas de varias horas, ni ver a la carrera las piezas más codiciadas, porque hay varios millones más de turistas que también quieren verlas, ni cargar con la chaqueta y la mochila porque las taquillas están llenas (aunque a veces haya de hacerlo igualmente porque no hay taquillas). Pese a la omisión de tantos grandes museos —el Prado, sin ir más lejos, no es reseñado aquí, pese a valer más que la república y la monarquía juntas, como dijo Manuel Azaña; tampoco lo es el museo del Real Madrid, el más visitado, ay, de España—, creemos que estos tienen ya muchos medios para darse a conocer y muchos escritores que los defiendan. Nuestra humilde atención se ha dirigido, preferentemente, a esos lugares menos célebres, a veces arrinconados, pero con frecuencia depositarios de tesoros no menos asombrosos que los albergados por los grandes, que nos ha parecido de justicia divulgar. En total, son ochenta museos de cuatro continentes —solo Oceanía ha quedado fuera de nuestro radar, pero todo se andará—, con una especial atención a los españoles y británicos. Lo consideramos un número significativo, aunque sea pequeño en comparación con los miles de museos existentes en el mundo. Solo en dos casos, el de las Termas Romanas de Bath y el del Parque Arqueológico de las Minas Prehistóricas de Gavà, la crónica se duplica. Pero es lógico: los visitamos juntos. (...)

Y este es el índice del libro, con la indicación al lado de la autoría de cada entrada:
 
MUSEOS EN ESPAÑA
Museo Arqueológico Provincial de Badajoz (EM)
Museo de Arte Abstracto Español (Cuenca) (ACG)
Museo Europeo de Arte Moderno (Barcelona) (EM)
Museo Nacional de Arte Romano (Mérida, Badajoz) (EM)
Museo de Bellas Artes (Badajoz) (EM)
Casa Museo Benlliure (Valencia) (ACG)
El Born Centro de Cultura y Memoria (Barcelona) (EM)
Casa Museo Cal Gerrer (Sant Cugat del Vallès, Barcelona) (EM)
Casa Museo César Manrique (Haría, Lanzarote) (EM)
Museo Etnográfico González Santana (Olivenza, Badajoz) (EM)
Museo del Ferrocarril de Madrid (EM)
Hash, Marihuana & Hemp Museum (Barcelona) (EM)
Museo de Historia de Barcelona (ACG)
Casa Museo de los Ingleses (Punta Umbría, Huelva) (ACG)
Centro José Guerrero (Granada) (ACG)
Museo de Maricel (Sitges, Barcelona) (ACG)
Parque Arqueológico de las Minas Prehistóricas de Gavà (Gavà, Barcelona) (EM y ACG)
Museo del Pueblo Gallego (Santiago de Compostela, A Coruña) (ACG)
Museo del Romanticismo (Madrid) (EM)
Casa Museo Rosalía de Castro (Padrón, A Coruña) (ACG)
Museo Sefardí (Toledo) (ACG)
Museo Sorolla (Madrid) (ACG)
Thermalia, Museo de Caldes de Montbui (Barcelona) (ACG)
Colección Visigoda del Museo Nacional de Arte Romano (Mérida, Badajoz) (EM)

MUSEOS EN EUROPA
Museo Alvar Aalto (Jyväskylä, Finlandia) (ACG)
Fundación Arpad Szenes-Vieira da Silva (Lisboa) (ACG)
Museo Nacional de Arte Antiguo (Lisboa) (ACG)
Museo Británico (Londres) (EM)
Museo Nacional Marc Chagall (Niza, Francia) (EM)
Museo de Charles Dickens (Londres) (EM)
Museo Nacional de Chipre (Nicosia) (EM)
Museo Nacional Etrusco de Villa Giulia (Roma) (ACG)
Museo Foundling (Londres) (EM)
Galería de Arte Guildhall (Londres) (EM)
Museo Imperial de la Guerra (Mánchester, Reino Unido) (EM)
Museo de Hallstatt (Hallstatt, Austria) (ACG)
Museo y Jardines Horniman (Londres) (EM)
Museo Hunterian (Londres) (EM)
Museo del Jardín (Londres) (EM)
Casa Museo de John Keats (Londres) (EM)
Museo Lenbachhaus (Múnich, Alemania) (ACG)
Museo Louisiana de Arte Moderno (Humlebæk, Dinamarca) (EM)
Fundación Maeght (Saint Paul de Vence, Francia) (ACG)
Museo Municipal (Subotica, Serbia) (EM)
Museo del Palazzo Poggi (Bolonia, Italia) (ACG)
Museo Palladio (Vicenza, Italia) (ACG)
Museo de la Fundación Pierides (Lárnaca, Chipre) (EM)
Museo Polar (Cambridge, Reino Unido) (EM)
Museo de la Policía del Gran Mánchester (Mánchester, Reino Unido) (EM)
Galería Nacional de Retratos (Londres) (EM)
Pabellón de la Secession (Viena) (ACG)
Casa Natal de Shakespeare (Stratford-upon-Avon, Reino Unido) (EM)
Museo de Sherlock Holmes (Londres) (EM)
Museo John Soane (Londres) (EM)
Termas Romanas (Bath, Reino Unido) (ACG y EM)
Casa Museo de Thomas Carlyle (Londres) (EM)
Museo Toulouse-Lautrec (Albi, Francia) (ACG)
Tumbas Reales (Vergina, Grecia) (ACG)
Museo Victor Horta (Bruselas) (ACG)
Colección Wallace (Londres) (EM)

MUSEOS EN ÁFRICA
Museo Nacional del Bardo (Túnez) (EM)
Museo Egipcio (El Cairo) (ACG)
Big Hole (Kimberley, Sudáfrica) (ACG)
Museo del Distrito Sexto (Ciudad del Cabo, Sudáfrica) (ACG)

MUSEOS EN AMÉRICA
Museo Nacional de Antropología (Ciudad de México) (ACG)
Museo Benito Quinquela Martín (Buenos Aires) (ACG)
Museo Mural Diego Rivera (Ciudad de México) (ACG)
Casa Taller de Frank Lloyd Wright (Oak Park, EE.UU.) (ACG)
Museo Legión de Honor (San Francisco, EE.UU) (ACG)
Casa Loma (Toronto, Canadá) (ACG)
Museo Memorial de la Resistencia Dominicana (Santo Domingo) (EM)
Museo Naval de México (Veracruz, México) (ACG)
Museo Yámana (Ushuaia, Argentina) (ACG)

MUSEOS EN ASIA
Museo de Arte Islámico de Kuala Lumpur (ACG)
Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio (ACG)
Museo Baba Nyonya (Malaca, Malasia) (ACG)
Museo de las Civilizaciones Anatolias (Ankara) (ACG)
Museo de Dubái (ACG)
Museo Peranakan (Singapur) (ACG)
Museo Nacional de Tokio (ACG)




Editorial: TREA
Precio: 30 euros
Formato: 17 x 24 cm.
Páginas: 388
Año: 2025
ISBN: 979–13-87790–02‑8

jueves, 4 de septiembre de 2025

Qué pereza

Qué pereza que se acaben las vacaciones y vuelvan los políticos con su rictus avinagrado y su lengua de madera, con la que asestan duros golpes a la cultura, el humanismo y la inteligencia.

(Qué pereza Tellado [Miguel, no Corín], con esa pinta de lactante satisfecho y un cerebro lleno solo de consignas mamporreras. Qué pereza Abascal, el visir Iznogud del neofascismo patrio. Qué pereza María Jesús Montero, a la que solo le faltan dos pompones para ser la jefa de las animadoras de un Pedro Sánchez estragado por el poder, o por la falta de él).

Qué pereza que vuelva la prensa ultra a su plena y viscosa actividad, bullente de bulos, iniquidad y estupidez.

Qué pereza que vuelva el fútbol, tiznando a todas horas el televisor de verde y los oídos del lenguaje putrefacto de los periodistas deportivos y la nada balbuceante de los futbolistas, la mayoría de los cuales son retrasados mentales.

Qué pereza que vuelva la rutina laboral, anestesiante, deprimente, en la que chapoteamos como autómatas, a la espera de que nuestros amos vuelvan a concedernos la libertad provisional, 22 días de 365, de la cárcel del trabajo.

Qué pereza que se abra ya en el horizonte el horror de la Navidad, con su perspectiva de turrones hiperglucémicos, felicidad de serie, un aluvión de ceremonias religiosas, comidas (y cenas) con parientes insufribles, regalos espantosos, cotillones carísimos, disparatadas iluminaciones en Vigo, colas para comprar una lotería que nunca toca, despliegues absurdos para ver quién tiene el abeto más grande, discursos monárquicos (de humo), anuncios de colonias y juguetes, y atragantamientos con uvas.

Qué pereza que se acorten los días y llegue el frío.

Qué pereza que los lugares medio vacíos por las vacaciones de los parroquianos vuelvan a estar como siempre: abarrotados de gente y perros.

Qué pereza que las editoriales te comuniquen que se retrasa, una vez más, la publicación de tus libros.

Qué pereza tener que saludar otra vez a los vecinos, y hablar del tiempo en el ascensor, y preguntar a los compañeros de trabajo, estúpidamente, cómo han ido las vacaciones.

Qué pereza que los trenes vuelvan a parecer un producto de la industria conservera.

Qué pereza escribir entradas como esta, que revelan al gruñón en que, contra mi voluntad, me estoy convirtiendo.

(Qué bien, no obstante, que por fin venga el carpintero a arreglarte esa puerta del armario que se estropeó el 1 de agosto, y que desaparezcan del mundo [al menos hasta la próxima temporada] los vomitivos programas del verano, como el "El Grand Prix", y con ellos sus nauseabundos presentadores).