Acaba de publicarse El esplendor y la amargura. La poesía de Basilio Fernández en Los Papeles de Brighton, la editorial creada y dirigida por el poeta y hombre del Renacimiento, por su polifacético empeño, Juan Luis Calbarro. El libro es mi tesis doctoral, adaptada al formato y pretensiones de una editorial comercial. Que decidiera escribirla sobre un poeta muy poco o nada conocido como Basilio Fernández se debió a una azarosa concatenación de hechos: primero, Antonio Gamoneda me envió en 2007 la poesía de Basilio publicada en aquel momento, con la imperiosa recomendación de que me la leyera (y yo no he desatendido nunca las indicaciones del maestro); después, Ángeles, mi entonces mujer, me sugirió que la hiciera objeto de mi tesis (de ella sí desatendía propuestas, pero esta decidí aceptarla); y por fin la profesora Virginia Trueba de la Universidad de Barcelona, mi alma mater —que hoy es, además de una intelectual sobresaliente, una amiga muy querida— aceptó dirigirla. En su versión original, la tesis incluía un apartado metodológico, que ahora he suprimido, para alivio mío y de los lectores, y una edición crítica de la poesía de Basilio Fernández, tal como entonces aparecía recogida en las ediciones a cargo del albacea literario y sobrino del poeta, Emiliano Fernández. De las más de mil páginas de la tesis que defendí en abril de 2011 en la Universidad de Barcelona, hoy se presentan solamente 744. Por aquel entonces, las tesis se hacían a la antigua usanza, es decir, sin escatimar en años ni en páginas: yo tardé dos y medio en pergeñar la mía y, como he dicho, en escribir un millar largo de folios. Hacerlo así hoy provocaría el desmayo de los miembros del tribunal y, posiblemente, la declaración de no apto del doctorando. A la reducción del volumen ha contribuido también la revisión que he hecho de su contenido, a la luz de la edición alegadamente definitiva de la poesía de Basilio, aparecida en 2015, de nuevo de la mano de Emiliano Fernández. He corregido, pulido, eliminado y precisado numerosos puntos del trabajo original. Dado que este quedó depositado en el repositorio digital de la Universidad de Barcelona, a disposición de curiosos e investigadores, y ahí sigue, en el improbable caso de que alguien tenga interés en analizar la evolución de mis elucubraciones sobre uno de los mejores poetas ocultos del siglo XX español, podrá hacerlo simplemente cotejando ambas versiones: la de 2011 y la que ahora se publica, catorce años después. La verdad es que yo había renunciado ya a eso que casi todos los doctores deseamos una vez concluida nuestra tesis: verla publicada en forma de libro en una editorial digna. Pero hace algún tiempo, Juan Luis Calbarro y Los Papeles de Brighton acudieron al rescate de mis esperanzas, y hoy veo, por fin, el fruto de su invitación. Y, lo confieso, me siento muy satisfecho de ello.
Esto digo en la introducción del libro:
El primero que me habló de Basilio Fernández fue Antonio Gamoneda. En realidad, no me habló de él, sino que me lo regaló: un día encontré en el buzón un sobre con un libro desconocido, Poemas (1927-1987), de un autor desconocido, Basilio, publicado por una editorial desconocida, Llibros del Pexe, hoy ya desaparecida. Al volumen acompañaba una lacónica nota: «Léete esto», me ordenaba. No me sorprendió ni su obsequio ni su mandato: Gamoneda difunde a los poetas que le gustan (...). Pero vuelvo a Basilio, cuyo libro empecé a leer enseguida. Y, al hacerlo, caí en la cuenta de que no me era tan desconocido como yo creía. Recordaba vagamente que, algunos años atrás, había oído hablar de un poeta secreto, inédito en vida, al que habían otorgado el Premio Nacional de Poesía, aunque no me acordaba de su nombre. Recordaba también, incluso con más claridad que el propio hecho narrado, el deje de incredulidad en la voz de quien me lo refería, como si la vida literaria española estuviese llena de hechos absurdos como aquel, o de arcanos inexplicables. Los poemas de Basilio me revelaron enseguida que, por el contrario, el Premio —y el aprecio de Gamoneda— estaban justificados. Su obra es deslumbrante, aunque ese deslumbramiento no se imponga desde el principio, sino que crezca gradualmente, desde el creacionismo lúdico y, por imitado, radical de su juventud, hasta un existencialismo virulento y deshilachado, que se va nutriendo de sucesivas experiencias vitales y mutaciones ideológicas. El resultado es una poesía única, en la que el metaforismo audaz, el martilleo aliterativo y la libertad asociativa del irracionalismo se alían para expresar un pensamiento poseído por la convicción de que se ha renunciado al propio destino y, en consecuencia, por la melancolía, amarga y desengañada, por lo que se ha perdido, o, dicho con más precisión, por lo que se habría podido vivir y no se ha vivido. En efecto, la obra de Basilio constituye el reflejo o la sublimación de su renuncia personal al destino de poeta, y del dolor que esa renuncia le inflige. Tiene, pues, una fuerte impronta biográfica, porque los hechos y las decisiones de su vida determinan la inflexión y el contenido de su poesía, y porque sus circunstancias personales se transparentan en un amplio abanico de símbolos y analogías, e incluso de opciones léxicas. De él se ha escrito que es un autor sin biografía, quizá porque no se ha comprendido que su biografía era su poesía. Basilio nace en las montañas de León en los albores del siglo XX, el seno de una familia de la pequeña burguesía rural, que le transmite una visión tradicional del mundo. Recibe una educación diligente y, tras licenciarse en Derecho y sobrevivir a la guerra, abraza la seguridad del negocio familiar de alimentación en Gijón, que gestionará, con uno de sus hermanos, hasta su jubilación, en los años 80, poco antes de morir. Sin embargo, bajo las anodinas prácticas del comercio, Basilio conserva la pasión por la poesía, aunque sumergida en el flujo de unos días siempre iguales a sí mismos, caedizos e insustanciales. Y en esa poesía se plasma el sufrimiento por haber abandonado un proyecto de vida como escritor y los ideales de la juventud: la literatura, el amor y la libertad. Lo extraordinario de la obra de Basilio, y lo que la hace única en la literatura española del siglo XX, no es este reconocimiento, este desgarro, aunque sea sobresaliente, sino su capacidad para fundir la jocundia vanguardista y la gravedad existencial, para reconciliar lo festivo del creacionismo con la negrura de la orfandad trascendente. Basilio se mantiene fiel siempre a los procedimientos expresivos de la vanguardia y a su permanente busca del encantamiento y la sorpresa, y los practica en su poesía más honda, en la más luctuosa, zarandeada por la analogía perturbadora y la subversión elocutiva, por los espasmos del juego y las andanadas de la música. La intersección de ambos planos genera una literatura acalambrada, antitética, que sacude los estratos más profundos de la conciencia, pero sin dejar de acariciarnos, ni de arrastrarnos a su baile sensorial, ni de encendernos los ojos. Por eso me he atrevido a titular este libro El esplendor y la amargura. La poesía de Basilio Fernández, porque esta dualidad recoge los aspectos esenciales de su propuesta: el deslumbramiento de la forma, la crepitación exultante del lenguaje y, al mismo tiempo, la oscuridad superlativa de la angustia. Por eso mismo la poesía de Basilio merece el calificativo de órfica: porque cree en la naturaleza vivificadora de la palabra, con cuya música arranca destellos de sentido al absurdo de la existencia, y porque permite un auténtico descenso a los infiernos —a los infiernos de su intimidad—, que descubre su insatisfacción, su experiencia de la pérdida y su muerte en vida. Este estudio quiere hacer transitable ese descensus ad inferos, con su constante recuerdo de la amada y los mitos de la juventud, y el ideal de libertad, erradicado, que representan.
Los versos de Basilio Fernández, decía, me deslumbraron, pero no habrían constituido más que una gratificante experiencia de lectura si no hubiera concurrido otra circunstancia, biográfica y azarosa, que me convenció de una extraña afinidad con el poeta. Entre los papeles de Basilio conservados en el archivo personal de Gerardo Diego, copia de los cuales me había proporcionado la Fundación homónima, gracias a la amable mediación de Pureza Canelo y Elena Diego, consta una carta manuscrita de aquel, con el membrete de su domicilio en Barcelona, ciudad a la que había llegado con el ejército de Franco al final de la Guerra Civil y donde había abierto un despacho para sus negocios. Ese domicilio se encontraba en la entonces llamada Avenida de José Antonio, 423, principal 2ª, es decir, la Granvía barcelonesa, en su esquina con la calle Entenza, a cuatro travesías de distancia de la casa donde yo me había criado y en la que aún vive mi madre. Lo cual significaba que, siendo yo niño, habíamos sido vecinos y hasta nos habíamos cruzado por la calle; quizá, incluso, algunos de los versos que estaba leyendo, y que tan intensamente percutían en mi ánimo, hubiesen sido escritos allí: me sentí atravesado por una punzada de excitación. La casa correspondiente a la dirección indicada ha sobrevivido a la especulación urbanística: es un inmueble de hechuras nobles y color entre crema y marfil, cuya fachada recorren columnas y balcones desde el suelo hasta la azotea, y rematado por sendas cúpulas a cada uno de sus lados, que ocupa la esquina entera y delimita el chaflán. Es obvio que fue construido según los patrones de la burguesía mercantil que colonizaba el Ensanche barcelonés. Me acerqué un día para escrutarlo: siendo un edificio que había formado parte tantos años de mi cotidianidad, nunca había reparado en él, como no reparamos casi nunca en lo más cercano. La entrada aparece entallada por la terraza de la brasería Galicia, un local moderadamente proletario, pero todavía alberga la despejada penumbra de un vestíbulo amplio, con un ascensor de madera al fondo y bruñidos espejos a ambos lados. La puerta alta y acañonada, los sucintos escalones que conducen al elevador, las paredes y techos, marmóreos: todo en la entrada revela la holgada dignidad de los comerciantes de antaño, que cifraban en los espacios regios, aunque sin excesos suntuarios, la respetabilidad de sus actividades y la confianza de sus clientes. Me conmovió pensar que, por aquel mismo sitio que yo ahora contemplaba discretamente desde la calle, había pasado Basilio muchas veces, camino de sus ocupaciones y acaso de sus versos, y que, de algún modo, lo seguía haciendo en mi mirada y en mi recuerdo, aunque nunca lo hubiera visto (...).
Colección: Academia, 3
Páginas: 744
Precio: 26 euros
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