jueves, 6 de octubre de 2016

Los tres Cristos de Ypsilanti

Ya está en las librerías Los tres Cristos de Ypsilanti, de Milton Rokeach, publicado por la editorial Impedimenta, con traducción mía. La empecé en Londres y la acabé ya en Mérida. Me ayudó a rematarla, cuando ya no disponía del tiempo que había tenido hasta entonces para hacerla, el entusiasmo que la historia había despertado en mí. Los tres Cristos de Ypsilanti [The Three Christs of Ypsilanti] se publicó por primera vez en 1964. Cuenta un singular experimento psiquiátrico: el que llevó a cabo el Dr. Milton Rokeach, un psicólogo social norteamericano, nacido en Polonia, con tres esquizofrénicos paranoides ingresados en las clínicas mentales del estado de Michigan entre 1959 y 1961. Rokeach había leído en Harper's Magazine, en 1955, la historia del encuentro en un hospital de Maryland de dos enfermas que creían ser la Virgen María y su feliz desenlace: una de las mujeres, enfrentada a la realidad incontestable de que otra alegaba ser la misma persona que ella, acabó cediendo, imaginándose entonces la madre de la Virgen, Ana, y recuperando por fin su propia identidad y, en definitiva, el juicio. Intrigado por el suceso y aleccionado por su feliz resolución, Rokeach ideó un encuentro similar, pero mucho más ambicioso: reunió a tres pacientes de los centros psiquiátricos del estado de Michigan que se creían Dios en el hospital de Ypsilanti, donde trabajaba. Su intención era obligarlos a convivir, con la esperanza de que constatar la falsedad de la identidad que otros alegaban los convenciera de la falsedad de la que cada uno invocaba para . Los tres Cristos de Ypsilanti es el relato de esa convivencia forzosa a lo largo de dos años; un relato que cabe entender como un ensayo con una compleja dimensión diagnóstica y terapéutica, pero también, y acaso sobre todo, como una novela: como la historia de cuatro personajes que recorren un camino tan espinoso como incierto. Digo bien: cuatro personajes, porque Rokeach fallecido en 1988 se convierte en uno más en esta delirante aventura científica, de la que nadie sale indemne. Y por ser (también) una novela, no contaré el final, es decir, no contaré si los locos se curan (ni si Rokeach enloquece). Sí diré que el libro está lleno de inverosímiles peripecias: de humor absurdo, de angustia e incomprensión, de soledad y compañerismo, de manipulación y remordimiento, de crítica social y hasta de una historia de amor. Uno de los aspectos más polémicos de la investigación llevada a cabo por Milton Rokeach es su manipulación de la realidad en la que viven los tres Cristos. En un momento dado del proceso, y ante la falta de avances terapéuticos, el psicólogo decide inventarse personajes figuras positivas para los enfermos que les escriben cartas y llaman por teléfono, con el propósito de que modifiquen sus creencias y su comportamiento. Tal intervención se nos antoja inconcebible hoy. De hecho, a nuestros ojos actuales, todo el experimento resulta escandaloso: no es ético, ni clínicamente aconsejable, someter a los enfermos a tensiones artificiales basadas, además, en mentiras, ni obligarlos a participar en enfrentamientos o psicodramas, por mucho que pretendan su curación. A esa misma conclusión llegó el propio Rokeach en 1981, cuando añadió un epílogo al libro que la edición de Impedimenta recoge en el que manifestaba: "Al releer el libro sobre los tres Cristos, debo confesar que casi lamento haberlo escrito y publicado cuando lo hice (...). El proyecto había concluido unos dos años después de la primera confrontación, y solo entonces me di cuenta imprecisamente al principio, pero con creciente nitidez al correr de los años de que no tenía derecho, ni siquiera en nombre de la ciencia, a jugar a ser Dios e interferir en sus vidas las 24 horas del día. También me sentía cada vez más incómodo con la dimensión moral de aquel enfrentamiento. Yo me curé cuando los dejé en paz". Rokeach también reconoce que la técnica utilizada con los tres Cristos, la confrontación, era ineficaz, y que resultaba mucho más conveniente y más ético utilizar otra: la autoconfrontación. Traducir Los tres Cristos de Ypsilanti no ha sido fácil. Ninguna traducción es fácil, en realidad, ni siquiera la de los textos más sencillos. En esta he debido ser preciso con el vocabulario técnico y los razonamientos profesionales de Rokeach, e imaginativo con los delirios de los tres esquizofrénicos. Una imaginación que a veces rozaba, lo confieso, la invención, porque el discurso resultaba tan fragmentado y alucinante, tan disparatado, que era imposible reproducirlo sin recurrir a la fantasía o la intuición: ambas son, utilizadas adecuadamente, herramientas legítimas del traductor. Pese a ello, me importaba en particular que incluso el desvarío resultase coherente, si se me admite la contradicción; es decir, que constituyese un flujo reconocible, por más que sincopado: un dislate singularmente articulado. Y confesaré otra cosa: el discurso que había de reproducir ofrecía, por su enajenación, todas las dificultades del mundo, pero también una cierta bula: si me equivocaba, el lector lo atribuiría a los despropósitos de los personajes. Espero, no obstante, no haberme equivocado.
 
Esta es la escena en que los tres Cristos se conocen en el hospital de Ypsilanti:

Joseph tenía 58 años y llevaba hospitalizado casi dos décadas. De mediana altura y complexión, calvo y sin la mitad de los dientes, tenía cierto aire pícaro, lo que acaso se debiera, además de a una amplia sonrisa, al hecho de que llevase la camisa y los bolsillos de los pantalones llenos a rebosar de los más variopintas pertenencias: gafas, libros, revistas, cartas, trapos colgando (que utilizaba como pañuelos), papel de fumar, tabaco, lápices y bolígrafos.
 
"Me llamo Joseph Cassel".

—Joseph, ¿quiere decirnos algo más?
 
"Sí. Que soy Dios".

Clyde fue el siguiente en presentarse. Tenía 70 años y llevaba 17 hospitalizado. Medía más de dos metros y, a pesar de que había perdido casi toda la dentadura, afirmaba, cuando se le preguntaba, que estaba muy bien de salud; y lo estaba. Hablaba confusamente, en voz baja, cavernosa, resonante. Era muy difícil de entender.
 
"Me llamo Clyde Benson. Ese es el nombre".

—¿Tiene otros nombres?
 
"Tengo otros nombres, pero este es mi lado vital y yo creé a Dios cinco y a Jesús seis".

—¿Eso quiere decir que es Ud. Dios?
 
"Yo creé a Dios, sí. Lo creé de 70 años hace un año. ¡Demonios! He superado los setenta".

Leon se presentó en último lugar. De los tres era el que más se parecía a Jesucristo. Tenía 38 años y había ingresado hacía cinco. Alto, delgado, de aspecto ascético y expresión arrebatada de fervor, caminaba en silencio, con la cabeza alta, muy digno. A menudo extendía y juntaba las manos: con las palmas hacia arriba, una descansaba suavemente en la otra. Cuando se sentaba, se mantenía muy derecho y miraba con fijeza. Con chaqueta y pantalones blancos, su figura imponía. Cuando hablaba, lo hacía con claridad, sin vacilaciones y a menudo con elocuencia. Leon rechazaba con vigor su nombre, del que decía que era un engaño: si alguien lo utilizaba para dirigirse a él, se negaba a colaborar o a tener nada que ver con su interlocutor. Todos le llamábamos Rex.
 
"Señor", empezó Leon, "resulta que mi partida de nacimiento dice que soy el Domino Dominorum et Rex Rexarum, Simplis Christianus Pueris Mentalis Doktor [León no sabía más latín que este: Señor de Señores y Rey de Reyes, Simple Psiquiatra Cristiano de Niños]. En la partida de nacimiento se establece asimismo que soy la reencarnación de Jesús de Nazaret, y yo también saludo, y quiero añadir lo siguiente: saludo la virilidad de Jesucristo, porque la viña es Jesús y la piedra es Cristo, correspondientes al pene y los testículos. Y sucede igualmente que me despacharon a este sitio por prejuicios y celos y engaño que empezaron antes de que naciera, y esa es la principal razón de que esté aquí. Quiero ser yo mismo. No consiento que utilicen mal la frecuencia de mi vida".


2 comentarios:

  1. Eduardo, felicidades por este nuevo trabajo. Había oído hablar hace años de esta historia. Creo que la van a llevar al cine.

    http://variety.com/2016/film/news/julianna-margulies-three-christs-richard-gere-1201802814/

    Gracias por poner la portada, una concesión más que justificada.

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  2. Me dejas con toda la intriga, y las ganas de leerlo. Yo no me espero a la película, te lo aseguro.Ah,enhorabuena.
    Un abrazo.

    Blanca.

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