Acaba de aparecer la segunda entrega de Corónicas de Ingalaterra, mi diario londinense, con el subtítulo de "Una visión crítica de Londres". Tras una primera selección de entradas, generosamente publicada por La Isla de Siltolá en 2015, esta segunda ve la luz en otra joven y dinámica editorial, la madrileña Varasek Ediciones, dirigida por Enrique Mercado. Me agrada sobremanera que lo primero que se lea en la portadilla inicial sea "Varasek Ediciones. Poesía, viajes & rock'n'roll". Porque uno comparte dos de esas tres pasiones —el rock'n'roll queda un poco lejos de mis intereses, lo confieso, aunque reconozco su importancia cultural—, más aún, porque cree que la poesía y los viajes son de las pocas cosas que hacen que estar en este mundo valga la pena. Varasek acogió el libro con entusiasmo y lo ha editado con primor. Aparece en la colección "On the Road", que ostenta el mismo título que la famosa novela de Kerouac, uno de los mitos de mi juventud, y en la que figuran dos títulos de Gary Snyder, otro miembro de la generación beat capitaneada por Kerouac. El subtítulo de estas Corónicas de Ingalaterra pretende subrayar el propósito central de esta nueva recopilación: dar a conocer los aspectos menos amables de la vida en Londres y, en general, en la Gran Bretaña. Como dice la contraportada, "la capital británica es una ciudad inacabable y fascinante, pero también indiferente y a menudo hostil. Sobre sus habitantes, las opiniones varían: Julio Verne los pintó flemáticos; ellos mismos se consideran estoicos; y todos los demás los tienen por inaccesibles. (...) Los relatos, escenas y reflexiones contenidos [en estas Corónicas] dibujan un complejo fresco de la sociedad británica actual, en el que descuellan algunas de las dificultades de la vida en el Reino Unido y no pocos aspectos litigiosos de sus costumbres". No se trata de componer un libelo antibritánico, sino de reflejar lo que no suele reflejarse en los retratos de Londres y sus pobladores, en los que predomina una admiración acrítica y un deslumbramiento entre turístico y provinciano; esto es, todo aquello que no funciona, que no es razonable (ese término que tanto gusta a los ingleses y que tan importante es para su cultura), que no es justo, que no es bueno. Londres no es diferente a cualquier otra gran urbe: ofrece maravillas sin cuento, pero también sordideces descomunales. Con los parques, los museos y los teatros, encontramos la cochambre, la injusticia y la depredación. Calles atestadas conviven con rincones deliciosos; la solidaridad, con la agresividad; el UKIP con quienes votaron por seguir en la Unión Europea. Y la violencia física —de los hooligans, de la delincuencia, de los estallidos suburbiales— surge de la durísima represión normativa y la rigidez de las relaciones sociales. Estos aspectos sombríos, a los que no se presta atención cuando se pasa un fin de semana en la ciudad, o a los que no quiere prestarse atención cuando se pasa un mes, son los que airea Corónicas de Ingalaterra. Una visión crítica de Londres, sin ocultar ni amputar cuanto hace de Londres una capital digna de ser conocida, llena de encanto, historia y oportunidades. El doctor Johnson, que no era londinense, dijo que "quien está cansado de Londres, está cansado de la vida". Pero Shelley, que tampoco lo era, escribió que "el infierno es una ciudad muy parecida a Londres". Y Oscar Wilde, que por no ser no era ni inglés, observó que "Londres era todo niebla y gente triste, pero que no sabía si era la niebla la que producía la gente triste, o la gente triste la que producía la niebla". En las ochenta entradas que incorpora el volumen, desde la del 11 de septiembre de 2013, cuando apenas hacía dos semanas que había llegado a la Gran Bretaña, hasta la del 21 de noviembre de 2015, tres meses antes de que regresara a España y me estableciera en Mérida, desgrano ese debate, sin pretensión —ni posibilidad, en realidad— de resolverlo, pero con la intención de hacer un retrato distinto de un mito contemporáneo, desde dentro del mito, que amplíe la visión que el lector tenga de Londres y los londinenses, y que ojalá lo divierta.
Enhorabuena Eduardo! con muchas ganas de leerlo...
ResponderEliminarEnhorabuena, queridérrimo. Será una lectura deliciosa. Gran abrazo.
ResponderEliminarGracias a los dos, Agustín, Elías. Es bueno saberos ahí. Un abrazo enorme.
ResponderEliminarMe lo pido.¡Enhorabuena!Mil abrazos.
ResponderEliminarBlanca.
Gracias también a ti, querida Blanca. Muchos besos.
ResponderEliminarEnhorabuena, cuñado. Lo releeremos con mucho gusto.
ResponderEliminarY a ti, desde luego, Antonio, fiel lector, fiel cuñado (valga la paradoja), fiel amigo.
ResponderEliminarAbracísimos.
La edición en La isla de Siltolá me acompañó en mi unívoco viaje a Londres de finales de agosto, si es que existe ese mes allí, y he de decirte que se convirtió en el perfecto amante para aquellos días y noches. No sé si son nuevas entregas o una reedición o revisión, pero la de Varasek, por cuestiones ya emocionales, se hará también un sitio en mi alcoba-biblioteca. Mil gracias
ResponderEliminarQuerido Sergi:
ResponderEliminarCelebro que mis primeras corónicas te guiasen y hasta acompañasen íntimamente en tu expedición agosteña a Londres. Estas son una nueva entrega que ojalá te presten la misma ayuda (y te den idéntico placer).
Muchas gracias por tu comentario y tu amistad.
Un abrazo.
¡ Enhorabuena, Eduardo ! Seguro que disfrutaré de su lectura tanto como con la primera entrega y estoy convencida que volveré a oír a Woody Allen narrando algunas corónicas de esta segunda entrega. La foto de la portada me parece genial.
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