Acaba de aparecer Voces humanas, de Penelope Fitzgerald, en Impedimenta, con traducción mía. La escritora inglesa es bien conocida en España, donde se ha publicado casi toda su obra novelística, con excelentes versiones de Mariano Peyrou y Pilar Adón, entre otros, y un éxito incuestionable: La librería, que fue llevada al cine en 2017, protagonizada por la guapísima Emily Mortimer, con guion y dirección de Isabel Coixet. Curiosamente, una de sus novelas, A la deriva, transcurre en un barcaza fluvial, una de esas casas flotantes con las que muchos británicos se ahorran pagar los alquileres imposibles de Londres u otras ciudades de las islas (a veces son casi mansiones sobre las aguas, con jardines en la cubierta, bicis a la puerta y casi todas las comodidades dentro), y esa casa flota en el Támesis, en el barrio de Battersea, donde también viví yo dos años. Más curiosamente todavía, Terence Dooley, mi traductor al inglés, es yerno y albacea de Penelope y gran conocedor de su obra; por eso ha firmado el epílogo o postfacio de varios libros suyos, todos ellos aparecidos en Impedimenta: Inocencia, El inicio de la primavera y La flor azul. Voces humanas cuenta varias historias entrelazadas, que se desarrollan en la sede de la BBC durante la Segunda Guerra Mundial. El principal personaje del conflicto es la propia BBC: su política informativa, sus problemas de organización, sus necesidades de personal, sus sacrificios y sus errores. Penelope Fitzgerald habla con conocimiento de causa, porque trabajó en ella durante la guerra. Por eso sus descripciones son vívidas y sus personajes, creíbles. Su experiencia le permite desentrañar, y exponer a nuestros ojos, los recovecos, a menudo tortuosos (y también risibles), de una organización tan grande y compleja como la British Broadcasting Corporation. La novelista expone la decisión del Ente (he preferido traducirlo así, en lugar de "Corporación", porque el lector español, habituado al Ente Radiotelevisión Española, identificará la referencia más fácilmente, me parece) de decir la verdad, es decir, lo que realmente ha pasado, aunque eso vaya contra la lógica propagandística de la guerra. Y, dicho sea de paso, no vendría mal, en estos tiempos que corren, que esa política tan elemental, pero tan irreprochable, se aplicara, con igual radicalidad, en la vida pública de los países, empezando, ay, por el nuestro. Cuenta, asimismo, las relaciones que se establecen entre los diferentes personajes del libro: profesionales, desde luego, pero también y, sobre todo, sentimentales: varias historias de amistad y una de amor, comedida pero pujante, atraviesan la novela. El relato fluye con sorprendente naturalidad. Y digo "sorprendente" porque, cuando el escenario de una historia es la guerra —en Voces humanas, los devastadores bombardeos alemanes de Londres en 1940—, es fácil dejarse llevar por la grandilocuencia y la épica. Fitzgerald narra con precisión y sutileza, sin excesos de ninguna clase. Su estilo es radicalmente inglés: delicado, indirecto y, por supuesto, irónico. El humor recorre Voces humanas como una hebra que lo hilvanase todo, aun lo trágico y lo perverso. El efecto —sin duda perseguido, aunque inconscientemente perseguido— de este conjunto de rasgos —que son, en realidad, técnicas— es restar dramatismo a lo expuesto, para que aflore el dramatismo genuino, sin adulterar, de la situación. A los ingleses, en general, y a los narradores ingleses, en particular, les molesta hasta la exasperación significarse demasiado: es de mala educación. No deja de ser paradójico que algo que pretende configurar un significado —y un significado, además, que produzca una emoción estética— no quiera significarse, pero es que los ingleses son paradójicos. Se trata, en su caso, de decir sin que se note que se ha dicho. Se trata de que lo dicho se afirme sin el artificio de la afirmación: sin los ornamentos, apoyaturas o envoltorios que moldean —que dan volumen— al enunciado, o, por lo menos, sin que se perciban demasiado. Por eso mismo, apenas hay asomo de heroísmo en los personajes: asumen lo que no les queda más remedio que asumir —las explosiones, el racionamiento, las dificultades en el transporte, los rigores horarios—, con la resolución última (y feroz, sin duda) de oponerse al enemigo, pero en sus actos diarios eso no se manifiesta en soflama ni hipérbole alguna. Al contrario: una estoica, enternecedora y a veces sórdida humanidad trasmina por doquier: hay quien bebe demasiado; hay quien es torpe; hay quien se siente un genio incomprendido; hay viejas glorias y jóvenes ambiciosos; hay secretarias cotillas; hay afinadores de pianos que mueren jóvenes y dejan huérfanas a sus hijas adolescentes; por haber, hay hasta un general francés, que se ha hecho rico y famoso con las carreras de caballos, que exhorta a los ingleses a rendirse, como se han rendido los franceses. La cotidianidad —contrahecha por la guerra, pero cotidianidad al fin y al cabo— se despliega con todas sus minúsculas turbulencias, con la rara luz de su pequeñez, agrandada por las esperanzas y el dolor de los sufridos londinenses. Sin gritos, sin inmortalidades. La traducción ha sido exigente: la prosa de Penelope Fitzgerald parece fácil, pero lo es a costa de una gran elaboración subyacente. La polisemia y la elipsis, las alusiones veladas y la agudeza sutil, entre otros mecanismos lenitivos, conforman un texto de engañosa transparencia, en el que muchas cosas se dilucidan por debajo, o en los márgenes, de lo enunciado. A ello se suman dificultades específicas, y casi todos los libros tienen alguna: en este caso, el lenguaje de la radio de hace 80 años —aparatos, vehículos, procedimientos—, que me resultaba completamente ajeno. Espero haber sido capaz de resolver los problemas gozosamente planteados por Penelope Fitzgerald y de volcar el excelente conjunto que es Voces humanas en una versión persuasiva y sugerente, que, sin error ni pérdida, suene en castellano como si Penelope la hubiera escrito en nuestro idioma.
Colección Impedimenta
Rústica con sobrecubierta
Formato: 13 x 20 cm
ISBN: 978-84-17553-08-1
IBIC: FA
Páginas: 208
PVP: 19,95 €
Felicidades, Eduardo.
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