Mario Martín Gijón (Villanueva de la Serena, 1979) es el mejor practicante de cierto tipo de poesía en España; más aún, es el único. En España y, aunque de esto no pueda estar seguro del todo, creo que también en el mundo. Solo por esta singularidad, que da algo de vértigo, su obra merece atención. Ha construido su trayectoria poética (es, además, robusto ensayista y diligente narrador) con cuatro libros, todos habitantes de un mismo ecosistema lírico: Latidos y desplantes (Vitrubio, 2011), Rendicción (Amargord, 2013), Tratado de entrañeza (Polibea, 2014) y, ahora, este Des en canto, publicado por la editorial hispano-chilena RIL. Martín Gijón cultiva, con radicalidad, la desarticulación de la palabra, pero no para que aparezca estallada o disuelta en la página, como expresión de la insuficiencia del discurso, la inutilidad del lenguaje o cualquiera otra de las catástrofes anunciadas por la vanguardia, sino para rearticularla con otras palabras, para inserminarla en otras voces o elementos lingüísticos y hasta tipográficos –como los sangrados y la partición de versos–, y que multiplique su sentido. Y esta es la clave: la multiplicación del sentido. Si Rimbaud afirmaba que la poesía era un largo desarreglo de los sentidos –de las facultades perceptivas–, Martín Gijón sostiene más bien que es un largo desarreglo del sentido –de las posibilidades comunicativas del mensaje–. Sus versos configuran un amasijo plurisignificante, que exige un desentrañamiento minucioso y una lectura ramificada, o, mejor dicho, que se ramifica en el acto de la lectura. Por ejemplo, este casi haikú: "(es)cribo un libro / ya es(c/g)rito / que no me deja (o/hu)ir". Cada opción de lectura, incrustada en las palabras de los versos mediante paréntesis, barras, guiones, espacios o cursivas, o una combinación de todos ellos, nos conduce a nuevas opciones, que, en su desenvolvimiento, cambian el significado de lo leído y que, una vez alcanzado el final (si es que el final se alcanza alguna vez en poesía), nos permiten volver atrás y construir un nuevo poema, o muchos. En las diez palabras de esta brevísima composición se contienen, si no me he equivocado, ocho alternativas de lectura, cuya combinación arroja dieciocho poemas posibles, cada uno de los cuales suscita, a su vez, una pluralidad de ecos y asociaciones, como compete a la buena poesía. Y eso si uno no prefiere leerlas todas al mismo tiempo, de suerte que las dieciocho opciones se fundan en una sola, sin que haya selección ni desvío: el verso discurre entonces como un gran mercancías, compuesto por vagones heterogéneos, erizados, contradictorios, incluso –podría apuntarse– deformes, pero que subraya la condición unitaria del convoy y su inequívoco, aunque desconocido, destino. Esta disposición quebrada y, al mismo tiempo, profundamente imbricada –pero imbricada de otra manera, como también incumbe a la poesía: desvelar lo otro, ser lo otro– no solo procura sorpresa, sino que nos zarandea en el acto de leer, y, por lo tanto, en nuestra posición de lectores, que siempre suponemos invariable y conforme. Como señala Antonio Méndez Rubio en el prólogo, "Me(ne)ster de poesía", "la tan menospreciada forma no se apacigua en Des en canto, no tranquiliza, no se conforma. Más bien prolifera como una célula (de/re)constructiva, compositiva, que hace del montaje una clave de desestabilización a la hora de dar cuenta de un mundo inestable, fisurado por su propio desastre. El canto se des-estructura por la fuerza de lo real...". En efecto, en Des en canto, y en todos los libros de Martín Gijón hasta la fecha, el lector nunca está tranquilo en el lugar desde el cual lee: el poeta le propone siempre vías distintas, rutas subsidiarias, para alcanzar el objetivo de la lectura, y exige su participación para que el poema exista. Sin su ojo rastreador, que se abre camino por las trochas sugeridas por los versos, y finalmente decisor, no meramente receptor, lo escrito por Martín Gijón no es sino un conjunto de signos ortográficos y vocablos aislados, cuyo sentido no se desprende de una sola y apacible aproximación. Un elemento más contribuye a esta proliferación de los textos posibles y de su sentido: la poliglosia. Martín Gijón incorpora a muchos poemas palabras de otros idiomas –inglés, francés y alemán–y practica con ellas el mismo desmontaje –y después la misma reconstrucción– que en castellano: "la grima que me das / l'arme / [¿cargada de futuro?] / über den leich(t)en / Larm / stretched / trop de mo(r)ts / zwischen uns", leemos en otro sucinto poema, con ecos de Celaya y Pound. En algún caso, el poema entero está escrito en otra lengua, como "rêvenant", en francés: "dou(c/l)eur / du s(o)u venir / inattendu". Los poemas de Des en canto no son solo breves, sino, más bien, instantáneos, nucleares: eluden el desarrollo discursivo y fían su eficacia al estallido de su forma y a su inmediato aplacamiento por el ojo reconstructor, por la lectura sedimentadora. A veces, los versos –lo que descubrimos inesperadamente en ellos– suscitan una leve sonrisa, como en "mundo real": "desv(e/a)l(a/i)miento / absoluto / do lo que creo / se re(v/b)ela des-com-puesto / es lo que ay", cuya homofonía última descubre una preocupación por el dolor, por la sinrazón de las cosas, junto con la alegría o la esperanza del amor, que recorre el poemario de principio a fin. Des en canto participa de la naturaleza lúdica del lenguaje, que es esencial en la poesía, aun en la más grave o angustiada, pero no es un mero juego: revela inquietudes existenciales y conflictos personales relevantes. El propio Martín Gijón lo confirma en otro poema poliglósico, "hermen(é/á)utica menesteros(s)sa": "con jugar no basta / el verbo / rros(s)o / arrose nos sillons // hora de levantarse". El paso del tiempo y la certitud de lo ido sume a la voz anfractuosa de los poemas en una constante lucha con la muerte, entrevista o ya experimentada, para la que solo la esperanza del tú amante ofrece el consuelo de un presente venturoso. Esto dice "reyno": "eludimos el ce(n)tro / [no] del tiempo / a quien lo quiera / mantuvimos / nuestra (fr)agilidad (t/c)allada / en la (b/r)endición de nuestros cuerpos / t / erosionados". Un aura ominosa y enigmática envuelve muchas composiciones: los poemas, pequeños bloques aparentemente herméticos, esperan la luz del desvelamiento: de la interpretación. Pero, a veces, la intervención lectora –porque eso es lo que hacemos con ellos: no solo interpretarlos, sino, en rigor, crearlos– no logra despejar esa condición cerrada, que ha sido la pretendida, justamente, por el autor. Permanecen entonces como bloques desmadejados e impenetrables, como laberintos recorridos pero clausos, como habitaciones en penumbra, sin otra escapatoria que el vacío que las rodea, como cubos inviolables suspendidos en la atmósfera. Algún raro poema sin rupturas, aunque calambúrico ("la huella / ve / posada / donde hubo / nido antaño / [–¿Habrá? / –Abre]"), convive con piezas metapoéticas, que ejemplifican una teoría exigente, casi desafiante, y con las que documentan un insólito –y gamonediano– elogio de la pobreza, como la titulada, precisamente, "des-a-sí-miento o elo(gi/j)o de la pobreza", en el que reivindica "viv(i/e)r / en el despojo". Que sea una pobreza espiritual o material ya es algo que, como casi todo en este poemario felizmente desconcertante, ha de decidir el lector.
Transcribo el primer poema del libro, "dedicálogo":
que des amparo
a la sombra de ti
que des precio
(de/a) lo que tienes
que des pecho
(de/a) lo adverso
que des gracias
a quien te hizo sufrir
que des cartas
a quien sepa ju(z)gar
que des dicha
a quien guardó silencio
que des nudos
para seguir atados
que des en tu mecer
el cuerpo sobre un abismo
que des en más cara
vida que esta
que des en canto
de lo perdido
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