Uno de los mayores atractivos de las librerías de viejo es la posibilidad de encontrar algo especial. No necesariamente un buen libro, o una edición valiosa, o una ganga, sino, digo bien, algo especial. Esa expectativa, esa cacería callada, que promete un hallazgo revitalizador, motiva nuestros husmeos, o, al menos, los míos. El otro día entré en un Reread, una de esas tiendas, integrantes de la franquicia homónima, en la que se compran los libros a veinte céntimos, con independencia de que sean una primera edición del Romancero gitano o la última flatulencia de Ana Rosa Quintana (o, más bien, del negro de Ana Rosa Quintana), y se revenden a un precio, siempre módico, que depende de la cantidad total de libros adquiridos. En Sant Cugat hay uno, que visito habitualmente, pero el día del que hablo fue otro, en Barcelona, no lejos de casa de mi madre. Allí estaba, para mi contento, el novelista y poeta Juan Vico, otro asiduo visitador de los cementerios de libros. Charlamos un rato, pero enseguida nos dedicamos a lo que nos había llevado hasta allí. A los amantes de los libros viejos, en general, les gusta poco que los distraigan de su tarea. Tener que hablar con alguien, aunque sea un buen amigo, cuando al alcance de la mano hay estantes o pilas de libros aún por revolver, constituye una tortura que todos queremos evitar. Así pues, mientras él trincaba novelas de Anagrama y Seix Barral, yo me ocupé en hurgar en los polvorientos plúteos de la poesía. Encontré primero, con alborozo, un ejemplar de Poesía en la tierra, de Manuel Pacheco, publicado por una editorial vasca, Zero, en 1970. La breve antología costaba, como figura impreso en la contracubierta, 20 pesetas. Manuel Pacheco fue, junto con Jesús Delgado Valhondo y Luis Álvarez Lencero, el único poeta digno de ese nombre –aunque no falto de defectos– en el erial lírico que fue la Extremadura del medio siglo, anterior a las generaciones surgidas con la democracia o en los últimos años del franquismo. Tras Pacheco, di con el volumen de un poeta desconocido, pero cuyo nombre me resultaba familiar: Juan Carlos Girauta Vidal. El libro se titulaba ...Y hasta la noche tiene "todavías" y lo había publicado, en 1980, la benemérita, aunque hoy olvidada, colección La Mano en el Cajón, de Barcelona, que dirigía aquel hombre bueno, poeta fervoroso y comunista cabal que fue Florentino Huerga, y en la que habían visto la luz títulos de autores tan destacados como Félix Grande, Antonio Fernández Molina, Salvador Espriu, Lorenzo Gomis, Manuel Vázquez Montalbán, José Corredor-Matheos, José Miguel Ullán, Carlos Edmundo de Ory o Carlos Oroza, entre otros. Pero ¿Juan Carlos Girauta Vidal? Entonces caí: ¿No será este Juan Carlos Girauta el mamporrero de Ciudadanos? Desenfundé el móvil, acudí presuroso a esa enciclopedia británica de bolsillo, literalmente, que es wikipedia, introduje el nombre completo, y, zas, allí estaba la página de la santa wikipedia, informando de que Juan Carlos Girauta Vidal, nacido en Barcelona el 12 de marzo de 1961, era un político y escritor español, diputado de Ciudadanos en el Congreso (aunque, cuando escribo esto, ha perdido ya, tristemente, esta última condición). Y, en el vértice superior derecho de la página, una foto suya, mirando con esa mirada que asusta a las piedras (supongo que a algún adversario político: un abyecto indepe o un todavía más abominable podemita) desde el escaño en las Cortes. El poeta, sin duda, era él. La pregunta que me asaltó de inmediato fue: ¿cómo podía haber escrito versos, como podía haberse dedicado a la poesía, aunque fuese por error, o un pecado de juventud, un sujeto como él? Hojeé el libro. La ilustración de la cubierta es un dibujo de Antonio Beneyto, feo, como todos los suyos. El prólogo lo firma Florentino Huerga, que se empeña en llamar a Girauta "Guirauta". Y en la conclusión, afirma que ...Y hasta la noche tiene "todavías" es "el preludio de una obra madura y valiosa". Florentino era un poeta estimable y una gran persona, pero su capacidad para prever el futuro dejaba mucho que desear. En la página de wikipedia que he consultado, el poemario ni siquiera aparece entre las obras de Girauta, que empiezan por la mención de una novela –porque también es novelista–, Memoria de los días sin mar (que en su momento, 2006, le presentaron otras dos eminencias de la cultura y la política españolas, amén de faros éticos: Federico Jiménez Losantos y Esperanza Aguirre). En una página de respeto del poemario, hay estampada una dedicatoria autógrafa: "Mi pensamiento ya está para siempre ineludiblemente ligado a aquellos días que tú encendías. Recíbelo con mi amistad". No consta el o la destinataria de estas emocionadas palabras, pero sí una firma –ilegible, pero en la que puede reconocerse el esqueleto de un "Juan" al principio y de un "Carlos", o quizá un "Girauta", a continuación– y una fecha: "80". Quiero pensar que es la rúbrica del autor; necesito que lo sea. Los poemas valen poco, o nada, pese a los juegos vanguardistas con que Girauta aspiraba a iluminarlos, que incluyen hasta un breve caligrama, y las invocaciones a André Breton. Pero alguno ya demuestra una de las más duraderas obsesiones de su autor: las banderas; en su caso, la bandera española. En "Banderas aún", reitera estos versos a lo largo del poema: "Se ha consumido el tiempo / de enarbolar banderas", pero lo concluye con estos otros: "Cantemos que aún es tiempo de enarbolar banderas". Y, en efecto, esto es lo que han hecho Girauta, su admirado Albert Rivera y todo Ciudadanos a lo largo de estos años: enarbolar una bandera, y atizar con ella a los que enarbolaban otra (que, a su vez, querían descalabrarlos a ellos con la suya). En Cataluña, hay una bonita fiesta popular llamada ball de bastons, una danza en la que se entrechocan bastones, simbolizando una pelea entre dos bandos. Qué coquetón es también el ball de banderes que practican los patriotas de uno y otro signo, y en el que ha brillado con luz propia el propio Girauta, ducho en el garrotazo con el asta. ...Y hasta la noche tiene "todavías" presenta otra curiosidad: incluye un poema en catalán, "Mar de tres horitzons". Curiosamente, también acaba con una alusión a las banderas: "...I els velams seràn (sic) fets / de banderes perdudes" ('...Y los velámenes estarán hechos / de banderas perdidas'). Pero sigo haciéndome la pregunta que me he hecho antes: ¿cómo ha podido alguien como Girauta escribir versos?; una pregunta que comparte el asombro con el que Paul Celan recibió la noticia de que algunos nazis eran poetas: "Esa gente ¡escribe versos!", escribió, o más bien gritó, en una carta estupefacta. Recobro, no obstante, poco a poco, la lucidez, si es que la tengo, y me doy cuenta de que una pregunta así solo puede provenir de un prejuicio adolescente: el que cree que la poesía está reservada a los mejores espíritus, el que vincula poesía e inteligencia, poesía y sensibilidad, poesía y bondad. Uno piensa, con error manifesto, con groserísimo error, que a la poesía solo pueden dedicarse las almas excelentes, la gente superior. Y, aunque me basta con mirarme cada mañana al espejo para saber, sin asomo de duda, que eso no es así, sigo albergando esa injustificada confianza; pese a que mi relación con el gremio aturullado de los poetas hace mucho que me confirmó que en él abundan –como en todos, por otra parte– los imbéciles y los desalmados, continúo creyendo que la poesía constituye alguna suerte de salvoconducto a la sublimidad. Y eso acaso es así porque mi padre, que era un hombre de antes de la guerra, aferrado todavía a la idea de que quien escribía libros revelaba una virtud elevada y merecía un respeto reverencial, me inculcó esa admiración inmune a los desmentidos de la realidad. Lo único que demuestra el cultivo de la poesía es que quien la practica está dotado de una mayor capacidad verbal que la mayoría de sus conciudadanos, y que participa de alguna inquietud creativa, que ha encontrado en la literatura un cauce adecuado para manifestarse. La poesía no demuestra ninguna superioridad moral, ni mucho menos ninguna agudeza intelectual. En otra entrada de este blog (https://eduardomoga1.blogspot.com/2016/12/poetas-dictadores.html) he hablado de la amplia nómina de dictadores poetas de la historia, desde Mao Tse Tung hasta Radovan Karadzic, y no voy a extenderme sobre este terreno tan viscoso. Solo manifiesto mi sorpresa –salvando las distancias entre Girauta y, digamos, Stalin, aunque ambos adorasen las banderas– por que alguien que ha probado, aun con un producto tan juvenil y defectuoso como este ...Y hasta la noche tiene "todavías", que no es ajeno al lenguaje saturado de sentido, como decía Pound de la poesía, se haya entregado después al berrueco de las consignas, al lodo de los argumentarios y las doctrinas, a la vaciedad de los lemas de campaña, por no hablar de la mugre de la manipulación o la mentira; en suma, al no-lenguaje de la política. Aunque, de nuevo, la realidad acude pronto a iluminarme con sus tinieblas, y yo lo acepto: así son las cosas, aunque me resulten incomprensibles. Porque no solo Girauta ha recorrido el sorprendente camino que va del verso a la patriotería y la intemperancia. Muchos otros lo han hecho. Por ejemplo, uno de sus mentores, el inenarrable Federico Jiménez Losantos, que ha expelido poemas –publicados estos, además, nada menos que en Pre-Textos– mientras se convertía en el mejor insultador de España y llenaba las ondas de la basura que le rebosaba del cráneo.
Curiosos antecedentes, desde luego. Sí sabía que Girauta era fan del rock progresivo de la década de 1970, en especial de los Genesis de Peter Gabriel, y que incluso llegó a tocar en un grupo del género (no recuerdo el nombre de la banda, pero supongo que puede rastrearse en la red). Así que es hombre de variadas y hasta esotéricas inquietudes culturales, lo cual complica y hace más interesante su perfil de político peleón y algo chuleta. Echo de menos algún ejemplo de su estro juvenil (me he quedado con la curiosidad). Quede para otra ocasion...
ResponderEliminar