Conocí la escritura de Carlos Reymán Güera gracias a mi amigo Daniel Casado, que me habló de él y de su ópera prima, Demagogias, publicado en 2016. El libro me sorprendió, porque no es frecuente encontrar a un escritor novel que trate el lenguaje con tanta pulcritud y que sepa contar las historias con orden, fluidez y, sobre todo, sin encumbramiento, como quería Cervantes. Además, uno se sentía identificado éticamente con lo que decía Reymán: las actitudes cívicas y las opciones morales (y hasta políticas) que se transparentaban en su prosa, eran razonables y compartibles. Leerlo reconfortaba. Me pareció que Demagogias se situaba en la estela de otros grandes narradores extremeños o asentados en Extremadura, como César Martín Ortiz, aunque no en la estela rigurosa del discipulado, sino en esa otra, más difusa pero no menos perceptible, de la sensibilidad compartida, del tono exigente y amable a la vez, del castellano depurado y sin sonajero que ambos utilizaban. Carlos Reymán Güera publica ahora Recurrencias (de la luna libros, 2020), un libro que prolonga la estructura y el espíritu de Demagogias: compuesto por relatos breves (algunos, microrrelatos) que tienen que ver con la vida cotidiana, con el devenir de gente que trabaja, sufre, se asombra y a veces también disfruta en el mundo absurdo y turbulento de hoy. Recurrencias es otro buen libro, que confirma las dotes narrativas de su autor, aunque, inevitablemente, la sorpresa que me ha procurado haya sido menor. Recurrencias reúne sucesos comunes, que cobran, gracias a la prosa desembarazada de Reymán, una dimensión extraordinaria. Y ese ha de ser uno de los grandes objetivos de la literatura, que en este caso es ya un logro: transformar lo pequeño e individual en algo grande y universal. Muchos de los relatos del libro apelan a recuerdos personales o sencillas peripecias familiares; otros subrayan los aspectos más líricos de la realidad observada (o bien tratan de los poetas o de la poesía); algunos, en fin, parecen inspirados en las noticias de la prensa diaria. En todo momento brilla un estilo recio pero flexible, mesurado, muy poco literario, aunque siempre expresivo y exacto. No obstante, a ese estilo aventajado no le habría venido mal un mayor trabajo de edición: Recurrencias abunda en erratas y en imprecisiones de puntuación. Curiosamente, uno de los cuentos se titula "La necesidad de las erratas". El último del volumen, "Adivinanza", uno de los más sucintos, muy cercano al poema en prosa, dice así:
Escritor sin techo, mendigo de palabras, hace la calle y la periferia, se sienta a las puertas de las editoriales que no le abren, descobijado, se sabe dos o tres frases en el idioma de los atardeceres, las siete letras del alfabeto del agua.
Simón Viola (La Codosera, 1955) es bien conocido en Extremadura por su constante atención crítica a cuanto se publica en la región y también fuera de ella, fruto de la cual son algunas estudios relevantes sobre la literatura extremeña, como el monumental volumen II, dedicado a la narrativa, de Literatura en Extremadura. 1984-2009, o ediciones de referencia de Jarrapellejos, de Felipe Trigo, o de la obra poética de José Miguel Santiago Castelo, entre otras. Pero Simón Viola se acaba de estrenar también como narrador con Fronteras (Diputación Provincial de Badajoz, 2020), un libro colectivo y autobiográfico que recoge relatos sobre un trozo muy concreto del territorio extremeño, la Raya, esa franja entre España y Portugal por la que discurre la frontera más antigua de Europa, pero que es, a la vez, y paradójicamente, un lugar donde las fronteras —históricas, lingüísticas, culturales, sociales y económicas— se reblandecen y se vive en un saludable mestizaje, que alumbra lenguajes, costumbres y modos de vida particulares. He dicho que Fronteras es un libro colectivo —y este es un dato que hay que subrayar, por su rareza— porque, como Simón Viola señala en la nota prologal, algunos miembros de su familia —su padre, su hermana, responsable de dos textos, y su madre, autora de una pequeña biografía inédita— han contribuido al volumen con recuerdos o narraciones, lo cual condice con el sentido de comunidad, binacional y bilingüe, que la Raya ha propiciado históricamente. Y es autobiográfico por esa misma razón: porque lo relatado da cuenta de lo vivido por el autor y por sus familiares más cercanos en ese espacio entrecruzado y líquido. Fronteras, que podría quedarse en mero compendio de anécdotas o acercarse peligrosamente a la crónica costumbrista o, peor aún, al tratado sociológico, se lee, en cambio, como una novela. Simón Viola escribe felizmente, con buen pulso y sentido del ritmo, sin caer en tentaciones elegíacas o patrióticas, sin melancolía (o con una melancolía sutil, bien metabolizada). Por el contrario, en Fronteras predominan la descripción serena (Josep Pla decía que describir es más difícil que opinar, y tenía razón), el realismo sensato (es decir, no solo realista, sino también algo soñador) y, sobre todo, el humor. Muchas de las singularidades de este país fronterizo, tradicionalmente pobre, como el contrabando —acentuado en los peores años de la posguerra española, hasta el punto de convertirse en el modus vivendi de muchas familias— o el trasiego constante de trabajadores, de uno y otro lado de la frontera, en busca de un jornal, una oportunidad o una novia, dan pie a relatos bienhumorados, que se inspiran en la tradición picaresca y cuyo humor resulta especialmente meritorio por recaer en una realidad a la que no son ajenas las desgracias ni la miseria, lo cual lo hace a menudo negro; o quizá es que el humor en un reactivo adecuado para hacer digeribles esas asperezas. Fronteras destaca también por recoger el dialecto particular de la zona, en la que un castellano lleno de voces campesinas y sabrosos arcaísmos se enriquece con lusismos, que Simón Viola, con buen criterio, relaciona en un glosario al final del volumen. Este el principio de "Autarquía":
Tras las elecciones de febrero de 1936, ganadas en La Codosera por el Frente Popular, la Casa del Pueblo quedó instalada en el edificio de la iglesia, de donde los vecinos sacaron casi todas las imágenes, y se constituyó el primer ayuntamiento de izquierdas. En el reparto de cargos alguien, hablando en broma, reparó en que necesitaban un verdugo. Todos rieron la ocurrencia mientras otro propuso al tonto del pueblo para el puesto, lo que aumentó la algazara. El secretario, siguiendo la chanza, anotó su nombre. Fue todo muy divertido.
Meses más tarde, el pueblo fue tomado en la mañana del veintiséis de agosto de ese mismo año por un grupo de militares, carabineros y falangistas, que fusilaron en las tapias del cementerio a todos los políticos de izquierda que no habían huido. Entre ellos iba el tonto del pueblo con las manos atadas a la espalda, mirando estupefacto a unos y otros sin entender qué ocurría ("¿Onde é que vamos? A minha mâe está a minha espera"), completamente desconcertado (...).
Miguel Ángel Muñoz Sanjuán (Madrid, 1961) es un poeta de larga trayectoria y mucha calidad que, me temo, no ha recibido toda la atención y el reconocimiento que merece, por situarse en los márgenes de los márgenes: si la poesía es ya una actividad lindante con el espacio ultraterrestre, la poesía experimental se sitúa abiertamente en las tinieblas exteriores. Etime (El sastre de Apollinaire, 2020, con prólogo de Agustín Sánchez Antequera), su última entrega, es un poemario de vanguardia, esto es, un poemario concebido con el espíritu y creado con las técnicas de las vanguardias históricas, renovadas por el poeta madrileño. (La renovación de este espíritu y estas técnicas es siempre deseable, y cada época debe llevarla a cabo si quiere mantener la vigencia de la revolución estética que en su momento representaron los ismos). Algunos detalles de la edición revelan esta condición marginal, rupturista, extravagante (es decir, que vaga por fuera). En el colofón, el editor aclara que Etime es una voz procedente de la lengua canaria que significa "al borde del precipicio". Y en la cubierta, el autor no aparece con su nombre completo, sino solo con sus iniciales: MAMS. Otro dato significativo es que, de los sesenta poemas del libro, todos menos uno, el último, se escribieron entre 2011 y 2012: ocho años han tardado en ver la luz. Etime se compone, sin excepción, de piezas muy breves, construidas con palabras recortadas de los periódicos, como gustaban de hacer los dadaístas (aunque no azarosas como los suyos, sino con sentido, oblicuo y surreal) y tantos practicantes del collage, opuestos a la versificación clásica y las retóricas consabidas. El libro, pues, resulta visualmente muy atractivo, y a su impacto contribuyen las diferentes tipografías empleadas y las imágenes de diversos escritores y pintores con los que Muñoz Sanjuán dialoga en varios poemas, muchos de ellos directamente vinculados con la vanguardia o con las ciencias determinantes de la vanguardia: Baudelaire, Freud, Pessoa, Giacometti, Pasolini, David Hockney, Irène Némirovsky, Sándor Márai. Estas y otras composiciones que asimismo incorporan imágenes, están cerca del poema visual, si es que no lo son sin más. Por su parte, la brevedad de los poemas, a veces extrema, los acerca al aforismo y a la poesía oriental. En todos manifiesta Muñoz Sanjuán un desajuste radical con el mundo. Sus creaciones son gritos, pero no solo emocionales, sino también críticos: protesta, manotazos, rabia; una queja existencial y una incomprensión de lo que sucede; una reivindicación de lo otro, de una pureza arrebatada, de una música perdida; un bramido contra la muerte. Estos son algunos de los poemas del libro, aunque la transcripción los priva de buena parte de su peculiar disposición tipográfica:
toda la muerte la llevo conmigo encendida en la catástrofe que no vende afectos
la muerte es un proceso para Regresar del PRESUNTO misterio
lucha sin tregua me produce muerte Mi vida
Parábola No debemos ser oleaje de nuestro pasado
Un buen poema asalta a un corazón arruinado
Lo que se espera de los pioneros de la literatura es escuchar el silencio INAGOTABLE
VANGUARDIA ES EL PLACER DE LLAMAR "GEOMETRÍA" A LA NARIZ DE PICASSO
Ya NO ME ENGAÑAN LOS VERSOS EXACTOS
Qué magnífico enfermo es el público de la vanguardia
Prohibido llevarse Los Días de Plenilunio
En la caverna de los Mártires de la belleza habita el rostro del humor
¡Acabad ya con el cuento de Aquella edad inolvidable!
Buenos días, Eduardo y gracias por esta reseña de mi libro que aún duda entre aprender a andar y aprender a crecer. Da ternura verlo dar bandazos tan niños.
ResponderEliminarNo te puedes hacer una idea del bien tan grande que me han hecho tus palabras (sobre todo en las circunstancias actuales). Te las agradezco enormemente. Un abrazo enorme con mis mejores deseos.
Gracias a ti, Carlos, por tu comentario. Celebro que mi modesta reseña haya sido, de algún modo, terapéutica (y también que la lectura de "Mi padre" te haya resultado sugerente). Conozco esas circunstancias que mencionas: Daniel me ha hablado de ellas. Te mando todo el ánimo del mundo y un abrazo grande.
ResponderEliminarMuchas gracias, Eduardo, en nombre del Sastre y de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán. Tus palabras certeras describen a la perfección los puntos clave de "Etime". Un abrazo.
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