Que los libros parezcan, en los estantes, un ejército en formación. Beber whisky. No tener apenas erecciones. Que los ruidos sean estruendos. Que el papel en el que escribo sea una ventana opaca, un pasadizo ciego. Reparar en las plantas. Regarlas. Que las camisas estén más quietas que nunca. Que todo huela a mí. No poder enfadarme con nadie. No amar. Que salir a hacer la compra sea una aventura fascinante. Que lo que está cerca parezca estar lejos. Que lo que está lejos se aleje más todavía. Que cueste escribir. No ir al cine. Que lo que fue de otro aparezca fosilizado, pero todavía hable, y que lo que diga, aunque incomprensible, golpee el pecho, reblandezca el pecho. Que moverse sea solo desplazar un peso. Que ese peso sea enorme. Tener que conducir. Que se haga de noche antes. Que siempre sea de noche. Asistir con resignación al espectáculo de una pareja que se come a besos. Mirar siempre en el buzón, aunque casi nunca haya nada. Que solo los objetos me lleven la contraria. Que nunca haya un cepillo de dientes donde no ha de haber un cepillo de dientes. Hablar con la cajera del supermercado, con el vendedor que quiere endilgarme una oferta, con el vecino con el que apenas había intercambiado antes unas palabras, con la dependienta de la panadería, que tiene a la madre enferma. Que la tristeza sea tangible como el papel de cocina. Que los gestos sean gritos sofocados. Tener miedo de enfermar porque no haya quien me cuide. Comprar un rascador para rascarme la espalda por las noches. Recordar. Admitir a cada paso la derrota, pero no por eso sentirme más fuerte. Beber más whisky y que arda más el estómago. Que el futuro se convierta en un grumo gris, en un horizonte hueco. Que el presente se vuelva tenue como una gasa, pero pese como un camión. Que nada se mueva sin que yo haga que se mueva. Cambiar enseguida las bombillas que se han fundido, ordenar lo que ya está ordenado, separar minuciosamente la basura. Saber que en los espejos no hay nadie más que yo. Añorar lo que me disgustaba; desearlo. Que el silencio me zarandee como un vendaval de agujas. Ver unos pies y saber que son los míos. Recordar. Huir, aunque no salga del comedor. Acariciar perros desconocidos. Celebrar las insufribles videoconferencias. Beber algunas tardes ron (me gusta más que el whisky). Planear excursiones que nunca hago. Que todo me parezca idiota. Mirar constantemente el correo electrónico y el guasap. Leer en la prensa que hay docenas de cuerpos en los cementerios españoles, fallecidos por covid-19, que no ha reclamado nadie; que periódicamente se encuentra a gente muerta en su casa, semanas o meses después de fallecer; que en Gran Bretaña se ha creado un Ministerio de la Soledad para atender a los millones de personas que viven (y mueren) sin compañía. Admirar la fortaleza de mi madre, que enviudó a los cincuenta y tres. Que nadie me regale nada por mi cumpleaños. Que sea vital no dejarme nunca las llaves dentro de casa. Encender la televisión como quien acaricia una mano. Escribir mucho, aunque cueste. Seguir bebiendo. Respirar como un robot, afligirme como un robot. Acordarme de hacer todo aquello de lo que antes nunca me acordaba. No tener que recordar cumpleaños, santos, aniversarios, defunciones. Que casi nunca pase nada, aunque llegue el fin del mundo. No tener que fingir; conformarme con este bulto, con esta nada. Darme cuenta de que era feliz, pero no lo sabía. No soñar. Que el pecho duela, que las uñas duelan, que duelan los bolígrafos y el dobladillo de los pantalones. Leer las Epístolas morales a Lucilio en busca de consuelo. Que nadie más ronque en la casa; que no suene otro despertador; que nunca se confundan las servilletas. Considerar las ventajas y los inconvenientes de suicidarme. Hacer mi santa voluntad. Que no haya adentro ni afuera, esperanza ni desespero, rutina ni excepción: que todo esté impregnado de la brea de mí. Que nadie me prepare un té. Descubrir que, en el fondo del desánimo, habita la pereza. Que el miedo me adopte como a un animal perdido; que me tatúe la piel como una tinta invisible. Que todo me parezca menos deseable, menos comprensible. Aullar sin abrir la boca. Navegar por el pasillo de casa. Escribir. Hacer testamento. Tener que encontrar yo solo las cosas que no encuentro. No tener prácticamente erecciones. Que casi todos los amigos con los que me veo estén separados. No recordar dónde están los guantes de jardinería, el limpiacristales para la ducha, la cesta de pícnic. Sentir que el sol asfixia. Que me espante morirme en la habitación de una residencia, frente a una pared blanca. Sopesar ponerme en contacto con aquel antiguo amigo con el que me juré que nunca volvería a hablar. Echar otro trago de whisky. Multiplicar las lecturas y que ninguna me interese. Que la cama me parezca más grande de lo que es. Que nunca esté hecha. Preguntarme si debería comprarme un perro. Que el tiempo se dilate como una membrana, y estalle, pero que ese estallido no conduzca a la muerte, sino a una dolorosa indiferencia. Verlo todo como el centinela desde la atalaya o el buzo dentro del traje. Convivir con una gata que me odia. Beber. La soledad.
Gracias por escribir esta entrada, Eduardo. Me ha sacudido por dentro. Días curiosos estos.
ResponderEliminarGracias a ti, Sandra. Te mando un beso muy grande.
ResponderEliminarAdmitir, recordar, huir, leer, escribir, respirar. Tiempos difíciles, Eduardo. En algún momento dejará de ser de noche.
ResponderEliminarBesos.
Un beso, Teresa. Cuídate mucho.
EliminarSuelo leerte por los enlaces que produce Pedro Torres de tu blog. Te entiendo.
ResponderEliminarGracias, Paco. Un saludo muy cordial.
ResponderEliminar"Si usted tiene un pan y yo tengo un euro, y yo voy y le compro el pan, yo tendré un pan y usted un euro, y verá un equilibrio en ese intercambio, esto es, A tiene un euro y B tiene pan, y a la inversa, B tiene el pan y A el euro. Este es, pues, un equilibrio perfecto.
ResponderEliminarPero si usted tiene un soneto de Verlaine, o el teorema de Pitágoras, y yo no tengo nada, y usted me los enseña, al final de ese intercambio yo tendré el soneto y el teorema, pero usted los habrá conservado.
En el primer caso, hay equilibrio. Eso es mercancía. En el segundo, hay crecimiento. Eso es cultura."
-Michel Serres
Perseverar, Eduardo, perseverar; un verbo al que, aunque quizás no sirva para nada, a veces se aferra el que creímos ser.
ResponderEliminarQué alegría leerte, Federico, saber que estás ahí. Gracias por tu comentario. Un abrazo enorme.
ResponderEliminarNadar. Andar. Hacer las excursiones que planeo y no hago. Ventilar la casa. Afeitarme todos los días. Darle lustre a los zapatos. Mirarme al espejo y sonreír sin motivo. Dejar de mirar los relojes. Hacer una lista con las cosas que nunca hice porque no podía o no me atrevía a hacer mi santa voluntad. Decidir lanzarme en paracaídas, arrepentirme y volver a intentarlo.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte, Eduardo.
No sé si alguna vez me tiraré en paracaídas, Antonio. Si lo hago, te avisaré. Un abrazo gordo.
ResponderEliminarEduardo es la primera vez que te leo, me ha conducido a tí nuestro amigo común José Agudo, y tus palabras me han llegado muy hondo. Solo deseo que el miedo no te adopte, ni tú busques su cobijo. Y para ello, creo, lo mejor es aceptar que a veces lo que más tenemos es miedo, sobre todo miedo a la soledad. Pero esta aceptación lejos de hundirnos puede ayudarnos, puede incluso prevenir la adicción enfermiza a ese miedo.
ResponderEliminarEn una ocasión publiqué este texto que creo hoy puede seguir haciéndome de faro, y que me gustaría que a tí también te dé algo de luz:
"Las cosas a veces se truncan, pero la vida también nos regala cosas que no merecemos. Otras veces los fracasos nos enseñan lecciones más útiles que el éxito. Una de ellas ya la dijo Frida Kahlo:"donde no puedas amar, no te demores"
Salud y cariño!
Gracias por tu comentario, Yolanda, y celebro que la entrada te haya gustado. Ese es uno de los grandes deseos del escritor: impactar en el lector, perturbarlo, zarandearlo. Sí, también José me ha hablado de ti (bien). Tienes razón en lo que dices, y Frida Kahlo, también. Al miedo y a la soledad hay que volverlos aliados, o incluso amigos. En eso estoy. Y una forma de hacerlo es airearlos, reconocerlos, cultivarlos. Muchos besos.
Eliminar