jueves, 31 de marzo de 2022

La palabra se hace cuerpo

Tras un intenso cultivo del verso, blanco o libre, en el primer tramo de su producción, desde un ya lejano Tratado sobre la geografía del desastre, publicado en México en 1997, María Ángeles Pérez López (Valladolid, 1967) busca en sus libros más recientes nuevas formas de expresión: en Diecisiete alfiles (Ábada, 2019) recurre al haikú, y en Interferencias (La Bella Varsovia, 2019) maneja el collage y la información de prensa para componer perturbadores mosaicos, en los que hierve el desacato social. Ahora, con Incendio mineral (Vaso Roto, 2021), se adentra en el resbaladizo ámbito del poema en prosa, uno de los géneros que caracterizan a la modernidad literaria. Esta diferente plasmación formal, que trasluce un espíritu inquieto, reacio al sedentarismo, trastoca los raíles del significante y altera su textura rítmica —y, por lo tanto, el impacto de los poemas en la conciencia—, pero no modifica, en esencia, el significado de la poesía de Pérez López, ni tiene por qué. En Incendio mineral, la poeta vallisoletana continúa investigando en el ser de las cosas con el escalpelo del lenguaje y denunciando, gracias a ese análisis —que destripa la realidad configurada por el habla prevaricadora de los poderosos—, las injusticias que se reproducen sin pausa y prevalecen en la sociedad. En esa labor de adentramiento y exposición, el verbo de María Ángeles Pérez López se acomoda al cuerpo, a la inacabable sensualidad de cuanto es corporal, para hacerse cuerpo él mismo y alumbrar una poesía que estalla de piel y materia. Desde el espesor carnal, desde la aromática gravedad de las formas, se despliega en busca de lo otro: de lo sombrío, de lo injusto, de lo ausente, y, cuando lo halla, lo absorbe —lo dice— y lo ofrece a la luz. En esta operación, Pérez López se encuentra también a sí misma: desvelar lo que está fuera le sirve para descubrir lo que está dentro. La metáfora del mundo es la metáfora del yo: ambos, imbricados, renacen en un lenguaje que no persigue sino el acercamiento de espacios remotos e incluso opuestos, el anclaje de lo incomprensible o lo doloroso en una misma existencia pacificada. «Soy a la vez la araña y soy su mosca», escribe Pérez López, sobre el amor, en el poema II, «Está la cabeza atrapada y seducida». Pero lo que dice sobre el amor puede decirse también de su posición ante la vida y el lenguaje, como revela el primer epígrafe del libro, de Edmond Jabès: «Tú eres el que escribe y es escrito». 

El lenguaje, en una poeta tan enérgica, tan metafórica, como María Ángeles Pérez López, cobra dimensión de cuerpo, y luce clavículas, intestinos, vulva: sangra, y se estremece de fiebre, y se siente arrebatado por el deseo, otro de los motores de Incendio mineral y de toda la poesía de la autora de Fiebre y compasión de los metales. Cualquier cosa, hasta las menos sensitivas —una piedra, un charco, avispas—, se enciende por obra de la transformación lingüística, de la imposición alquímica —y sanadora— de la palabra, como ya sugiere el título del libro. En Incendio mineral, cada poema se dedica a un motivo —un objeto o un suceso—, y esa dedicación da pie a un análisis expansivo, reticular, de todos sus componentes y connotaciones, y del ser que lo percibe y dice, en el instante mismo de percibirlo y decirlo. El poema deviene, así, la representación caleidoscópica de cuanto atañe a ambos: a la cosa vista y al ser que la ve. «Arrancan [las avispas] descargas de fulgor y se entregan sin miedo a la energía en la que reverbera lo real. Para ellas, las celdillas con cobijo, son argumento afín, son arrebujo que permite a las larvas crecer hacia la luz. Nada sé de su talle, su desdén o su desoladora adolescencia. Ni del modo en que se enamoran de los caballos hasta hacerlos morir contra mi boca. Cuando acerco la mano hasta las crines, también soy devorada por mi propio aguijón», escribe Pérez López en el poema XII, «estruendoso zumbido de lo real». Lo que escribe la poeta no define a las cosas, sino que las constituye: conforma su masa, su latido y también su perecer. Las cosas se convierten —nacen, en rigor, y mueren— en el lenguaje frondoso, detonante, que las expresa. 

En esta entrañada vorágine creativa concurren asuntos que han preocupado siempre a la poeta: la familia y la infancia —su evocación, que es, a la vez, un homenaje y un exorcismo—; la naturaleza, crecientemente amenazada por el empeño depredador del hombre; el amor, como impulso primigenio, como argamasa de lo irreconciliable, como justificación del ser; la mujer, la reivindicación de su presencia y la denuncia de su maltrato; y el propio lenguaje, que es objeto de un constante escrutinio, como si un orfebre no dejase de pulir las herramientas con las que pule las cosas. Cada uno de estos motivos le permite cartografiar —escanear, casi— una zona desconocida —o solo formulariamente conocida— de lo real. María Ángeles Pérez López expresa su asombro ante todo, incluso, o especialmente, ante lo más nimio, ante lo más cotidiano, cuya mutación en realidad significativa ha ocupado muchos de sus poemas. La sorpresa de la poeta, que esta traslada al lector, obedece a la persistencia de los objetos, a su palpitación espléndida y misteriosa. En «¿En qué momento se adhiere la manzana a su color?», convierte a esa humilde fruta en protagonista del poema. Pero esa modestia, sin dejar de serlo, crece, por los meandros psíquicos del yo hablante, hasta abarcar todos los rincones de la historia: «En los puñalitos blancos de mi boca también aguarda ansioso el empuje primero de la vida, su condición ensangrentada y cardinal, porque morder es unirse a aquello que ingresa en nuestra boca, de igual modo que cuando te beso con toda la impaciencia y cierro los ojos para no ver sino dentro de tu cuerpo, retornan a mí el agua del Tigris y del Éufrates, la materia detenida del mar Rojo ante la que se encuentran los seiscientos carros de Egipto (…), Finisterre entregando la imaginación del Atlántico a la tierra que concluye, las olas que rompen en el muelle de Palos por el castigo de cifrar la riqueza del oro y de la harina en la boca oscurísima del océano…».

Incendio mineral prolonga un mundo poético característico, lleno de esplendor, y lo hace con otro atavío, el poema en prosa, que se convierte, por la fuerza constructiva de María Ángeles Pérez López, por el ímpetu de su dicción, en columna vertebral. 

[Esta reseña se ha publicado en la revista Turia, nº 141-142, marzo-mayo 2022, pp. 525-527]

1 comentario:

  1. Estimado Eduardo: felicitarte por la traducción de tu libro Mi Padre al idioma inglés.Ya le di la enhorabuena a Mario Martín Gijón y a tí en su perfil. Aprovecha para hacerlo de nuevo en tu blog que miro todo los días. Un saludo Diego

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