martes, 5 de abril de 2022

En Bilbao: el Gutun Zuria-Festival Internacional de las Letras (1)

Me invitan este año a participar en el Festival Internacional de las Letras-Gutun Zuria, que se celebra en Bilbao, con una conversación titulada "Escritura y traducción: frunces, puntadas, pliegues" con mi buena amiga, y reciente Premio Nacional de Poesía, Miren Agur Meabe. El Festival, que cada ejercicio se dedica a un tema concreto —en 2022 es la traducción—, se desarrolla en el Centro Azkuna, la antigua Alhóndiga de la ciudad, que alguien me dice que se conoce como "el segundo Guggenheim de Bilbao". Y, ciertamente, lo es. La planta baja recuerda a la sala hipóstila del Park Güell, con paredes de hormigón y acero, pero columnas gruesas, salomónicas, coloristas, escamosas e historiadas, que resultan hermosamente contradictorias. Bajo un punto del enorme techo, se ve la piscina superior, de fondo transparente, en cuyas aguas se mueven, como lentos peces voladores, algunos nadadores. Por un momento, nos quedamos pegados a las ondas que estos crean y que, a su vez, generan levísimas sombras, ondulaciones tan fugaces como acariciantes, aun en la distancia. En el acto, me siento, por una muy rara vez, como una estrella del rock. Hay hasta camerino, al que nos conducen por un laberinto de catacumbas de obra vista y en el que dejamos nuestras cosas, con un gran espejo, muchas botellas de agua, un sillón muy cómodo y un baño privado. Como tiene que ser un camerino, desde luego (aunque yo añadiría al agua algún espirituoso, para fomentar la desinhibición que requiere la espectacularidad). Para un poeta acostumbrado a los actos gratis et amore, a los encuentros voluntariosos y prácticamente familiares, a los rincones polvorientos y sombríos, a la legendaria capacidad de improvisación española, formar parte de un acontecimiento como este supone, cuando menos, una novedad. Pero las estrellas también están sometidos a unos horarios, y en este festival esos horarios (y todo) son muy estrictos. Urgidos por una ayudante, de las muchas con que cuenta el Gutun Zuria, los técnicos de imagen y sonido nos microfonan y nos informan de que un cronómetro fungirá de apuntador en el escenario (la tecnología sustituye, una vez más, un entrañable oficio humano) y nos irá indicando el tiempo que nos queda, que solo es moderadamente prorrogable. (Por suerte, somos la última actuación del día, con lo que no tendremos que marcharnos, como impulsados por un resorte, cuando llegue la hora de los siguientes). Esperamos, tensos, su indicación para que salgamos, mientras una voz en off informa al público sobre nosotros. Conmigo, quien ha preparado el texto, que no me ha consultado, ha cometido un error: no dice que soy poeta y sí traductor y director de la Editora Regional de Extremadura y coordinador del Plan de Fomento de la Lectura, cargos que ya no ocupo desde hace cuatro años. Nuestros intereses nos llevan a elegir aquellos aspectos de la realidad que más nos convengan, y en este caso supongo que el Festival tenía interés en subrayar, precisamente, mi condición de editor, para ampliar el espectro de la charla y de la experiencia que relatásemos como "escritores y traductores". La técnica de sonido nos da por fin paso y entramos en el escenario, frente al cual hay unas 60 o 70 personas. Como suele pasar, no distinguimos ni una cara, porque los focos que nos deslumbran impiden reconocer los rostros. Solo advertimos una masa borrosa de cabezas y tórax, entre la cual se reconoce, a veces, una melena abundante. El cronómetro inicia su marcha implacable (que concluirá una hora y veinticinco minutos después, con un extraño time's up! ['se ha acabado el tiempo', lo cual constituye, por otra parte, una extraordinaria máxima filosófica], y que yo, ejerciendo de experto en traducción, me apresuro a verter al castellano. Esta forma de cerrar el acto condice con la impresión general que he extraído del Festival. Se trata de un encuentro bien pensado, bien organizado y bien ejecutado, y que cuenta para ello con muchos medios, pero un tanto falto de calor humano. He recibido muchas llamadas de auxiliares y administrativos sobre asuntos relativos al viaje o la estancia, pero ninguna del director, ni de los coordinadores, ni de ningún responsable del Festival. De hecho, nadie se me ha presentado en ningún momento para saludarme o darme la bienvenida. Todo ha funcionado con la eficiencia y la profesionalidad de una producción en serie, sin nada, o muy poco, que vincule esa producción con el cosmos multifacetado de los sentimientos humanos y el arte. Así funciona la industria cultural, y lo que los autores —y partícipes de la literatura, en general— crean es fagocitado por esos canales de producción que funcionan gracias al dinero de las empresas o las administraciones públicas que los patrocinan, y ofrecido al público como un artículo más de consumo, encelofanado y perfecto. Aunque tampoco sé si lo que ofrecimos Miren y yo fue demasiado perfecto. No podía serlo: somos seres fabulosa y hasta orgullosamente imperfectos (sobre todo yo). No obstante, todo lo que dijimos había sido reflexionado y sentido —vivido, en un sentido muy amplio— y eso nos hizo encontrarnos a gusto y estar seguros de que habíamos tratado al público con respeto.

Nuestras intervenciones se recogen en el siguiente vídeo:




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