sábado, 8 de octubre de 2022

En los Estados Unidos (y 6): la librería City Lights de San Francisco

La librería (y editorial) City Lights, en San Francisco, es mucho más pequeña de lo que me había imaginado. Ocupa el ángulo estrecho de un edificio triangular en Columbus Avenue y, sí, tiene tres pisos, pero uno es "el cuarto de la poesía" —que, como suele suceder, es muy pequeño— y el otro está cerrado. La fundó Lawrence Ferlinghetti, el poeta beat, en 1953 con un amigo, Peter D. Martin, aunque este abandonara muy pronto el proyecto. Saltó a la fama cuando acusaron y juzgaron a Ferlinghetti por obscenidad. ¿Su delito? Haber publicado Aullido, de Allen Ginsberg, uno de los libros fundadores del movimiento beat, en 1956. En la historia universal de la infamia, un capítulo destacado está constituido por las acusaciones de obscenidad, escándalo público, atentado a la moral o cualquiera otra de las denominaciones con que se disfraza la censura que han sufrido libros y escritores. La virtud, implacablemente impuesta por probos magistrados en quienes la sociedad biempensante delegaba la vigilancia de la rectitud pública y las buenas costumbres, se ha encarnizado con poetas transgresores, provocadores o simplemente incautos —desde Ovidio hasta Salman Rushdie, pasando por Sade, Flaubert, Baudelaire, Oscar Wilde o Walt Whitman, entre otros— y ha condenado a la pobreza, la cárcel y hasta la muerte a un buen número de ellos. Ferlinghetti, no obstante, se sobrepuso al acoso de la demoníaca virtud (que existe en todas las latitudes y paisajes culturales, como acaba de demostrar la Policía de la Moral iraní matando a una joven de veintidós años por que el velo que estaba obligada a llevar no le cubriese completamente el pelo) y se consolidó como un editor de referencia y un librero hospitalario, no solo por el fácil acceso a los libros que brindaba a todos, sino también por haber convertido su librería en un lugar de acogida para los poetas y escritores errabundos que llegasen a San Francisco. Cuando alguno visitaba la ciudad y no tenía donde caerse muerto, se presentaba en City Lights y allí encontraba un catre donde dormir, un baño donde asearse y una cafetera con la que hacerse un café. Una hospitalidad, por cierto, que imitaba la de otra librería célebre, la parisina Shakespeare & Co. (cuya propietaria también fue editora de otra obra perseguida por sus muchos vicios: el Ulises de Joyce), de la que consta un pequeño rótulo con el nombre en la fachada de City Lights, junto a una foto del Ferlinghetti joven, fundador de la librería. Quizá todavía por la irradiación de aquel antiguo amparo, hoy ya desaparecido, vemos a un sesentón, canoso, no mal vestido, con un macuto (que imagino lleno de libros, aunque seguramente solo cargue con ropa sucia), acuclillado y apoyado en la fachada de la librería, sin hacer nada: solo mirando alrededor, con la mirada vagamente perdida. El entorno del local te envuelve en una atmósfera singular, en la que, entre rascacielos, coches que parecen naves espaciales y móviles de última generación en las manos de la gente, aún flotan los aires de la bohemia sesentera y el inconformismo beat. Frente a la librería se encuentra el Café Vesubio, en cuya terraza dos jipis de geriátrico tocan una flauta y una guitarrita, mientras se toman un brebaje lamentable: una infusión de chía o algo así. Junto a ellos, en la fachada del Vesubio, se lee el siguiente párrafo: When the shadow of the grasshopper falls across the trail of the field mouse on green and slime grass as a red sun rises above the Western horizon silhouetting a gaunt and tautly muscled Indian warrior perched with bow and arrow cocked and aimed straight at you, it's time for another Martini. Desde luego, se lo han currado. Nada de una frasecita inspiradora, una ocurrencia ingeniosa o un grafiti turbulento. Esto es un ejercicio de ironía literaria digno de la Universidad de Iowa: 'Cuando la sombra del saltamontes cae sobre el rastro del ratón de campo en la hierba verde y viscosa, mientras un sol rojo se eleva al Oeste, sobre el horizonte, dibujando la silueta de un guerrero indio enjuto y de músculos poderosos que ha tensado el arco y te apunta con la flecha, es hora de otro Martini'. No es el único texto que enmarca el acceso a City Lights. En el escaparate principal, hay colgado un poema de Dylan Thomas, uno de los principales referentes de los beat, "Do not go gentle into that good night", de 1951: Do not go gentle into that good night, / Old age should burn and rave at close of day; / Rage, rage against the dying of the light... ['No entres dócil en la noche que llega: / la vejez ha de arder y delirar al acabar el día; / ira, ira por la agonía de la luz...']. El poema es un canto a la insumisión, al repudio de la muerte, esa gran obscenidad (esta sí) (Unamuno lo dijo a su bilbaína manera: "¡No me da la gana morirme!"). Y la luz que reclama, o por cuya ausencia se encoleriza el poeta, son esas luces de la ciudad que representa la librería, zoco y foco de palabras. A la planta baja de City Lights se puede entrar por dos puertas: la principal y otra, secundaria, que da directamente a las escaleras que conducen al primer piso, el reducto de la poesía. En las baldosas del suelo de este acceso poético se lee "Vitalina Fotografia Italiana". Así, tal cual. La librería se sitúa en el viejo barrio italiano, vecino del famoso Chinatown, del que todavía quedan vestigios, como la pizzería, al otro de la calle, en el que mi amiga María José y yo nos zampamos una ensalada con gambas por un precio no disparatado y disfrutamos del permanente espectáculo que son las calles de San Francisco: una septuagenaria que pasa corriendo y haciendo pesas con un brazo; un negro que cruza la avenida, erizada de coches, con los pantalones por debajo de las nalgas, que amenazan con trabarle las piernas y derrumbarlo en el asfalto; otro negro que se pasea por la acera en calzoncillos y zapatillas, y con una capa con capucha de oso. En la foto que ilustra la página web de City Lights, esta aparece pegada a James Fugazi, Bulotti & Co, un establecimiento de viaggi, assicurazioni e spedizione de denaro. Subo, en primer lugar, al altillo de la poesía, encima de cuyas escaleras veo una foto de Allende y Pablo Neruda; una orden: Educate yoursefl: read here 14 hours a day ['Edúcate: lee aquí 14 horas al día'], lo que no deja de ser un sabio proyecto pedagógico; y algún aforismo revelador, muy apropiado para el lugar: Poetry is a survival ['la poesía es supervivencia' o mejor, quizá, 'la poesía te permite sobrevivir'], traducida de Valéry. La supervivencia, en efecto, está arriba. Predominan, como era de esperar, los autores beat y, en un lugar señero, la obra del propio Ferlinghetti, que para algo era el dueño del garito. A la entrada nos recibe un gigantesco diccionario Webster, abierto en un no menos enorme atril, como un maestro de ceremonias del ingente espectáculo impreso que estamos a punto de contemplar. Un par de sillones invitan al descanso y a la lectura tranquila. Uno, al lado de una ventana, recibe los lametazos amarillos de un sol feroz fuera, pero sojuzgado dentro por el benemérito aire acondicionado. Un querido excuñado, Antonio, se sentó en él hace dos días, y me mandó una foto, en la que se le veía leyendo Howl ['Aullido'], de Ginsberg, y fingiendo que lo entendía. Repaso despacio los estantes y me llevo una edición de bolsillo de Aullido, que le regalo a María José; otra de Penguin de la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters, en la que voy a trabajar los próximos meses; una breve selección de unos curiosos poemas de Emily Dickinson, escritos en sobres de cartas; una antología erótica y oximorónica, The Erotic Spirit, en la que me agrada encontrar a sor Juana Inés de la Cruz, además de a los representantes habituales de la literatura en español en las antologías de poesía universal, Machado, Lorca y Neruda; y un título de Ferlinghetti, A Far Rockaway of the Heart ['el lejano carruaje del corazón', aunque me pregunto si Rockaway no será un nombre geográfico: tengo que verificarlo...], publicado por New Directions en 1997, secuela de uno de sus libros más famosos, A Coney Island of the Mind ['un Coney Island de la mente']. Curiosamente, busco también, pero no encuentro, algún libro de Harold Norse, un poeta norteamericano próximo a la generación beat, aunque no estrictamente perteneciente a ella, del que he traducido una antología y estoy traduciendo ahora las divertidísimas memorias. Tampoco doy con otro libro fundacional de los beat, El almuerzo desnudo, de William Burroughs (con quien Norse vivió en el legendario Hotel Beat de París varios años a principios de los 60), uno más, por cierto, en la lista de acusados por obscenidad. Cuando bajo a pagar (la bonita cantidad total de 82,34 dolarazos), me atrevo a expresarle mi sorpresa por la ausencia tanto de Norse como de Burroughs a un dependiente que está ordenando libros, con poco entusiasmo, en una de las estanterías. "Sí, sí, es verdad, no tenemos nada de Norse en estos momentos. Pero seguro que el el Museo Beat que está allí enfrente —y me señala animosamente el sitio en la otra acerca, a unos cien metros de distancia— encontrará muchas cosas de él y sobre él". Los beat irrumpieron en la cultura de los Estados Unidos, a principios de los 50, como una ola de subversión e impudicia, por cuya inmoralidad fueron juzgados y condenados, como se ha dicho. Hoy lucen, institucionales, en una de las principales calles de San Francisco, una de las capitales mundiales de la cultura. Cómo cambian las cosas. Y qué provisional es siempre el juicio humano. Aunque el lugar me atrae, María José y yo decidimos no visitarlo. No nos apetece encerrarnos entre paredes, por literarias y perturbadoras que sean. San Francisco reclama el paseo y el tacto. Y nos vamos a Chinatown, a ver chinos. Hay muchos.

4 comentarios:

  1. Ah, ¿tanto se notaba que fingía?, si hasta tuve el buen tino de desechar una primera foto en la que salía el libro al revés…
    (Abrazo, no fingido, de excuñado).

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  2. La generación Beat además de su gran importancia literaria tuvo un gran papel en la subversión de la muy conservadora y protestante sociedad norteamericana de los cincuenta. Una sociedad gris y
    opresiva presidida por el general Ike. Pero también fueron más importantes que la llamada contracultura de los sesenta, ellos tenían un programa cultural sólido. Nunca se alinearon ni con el bloque capitalista burgués liberal occidental ni con el capitalismo de estado soviético. Fueron repudiados por ambos. Me produce tristeza la gran miseria material que padecieron. Creo que Beat se traduce como alguien que está baqueteado o hecho polvo. Tú lo sabrás mejor estimado Eduardo. Han sido unas crónicas muy divertidas. Un abrazo.

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  3. Excelente, como todo el viaje.

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  4. Diego Murillo Algaba8 de octubre de 2022, 9:04

    El próximo año el Nobel para Salman Rushdie o Lobo Antunes. Esperemos que lo podamos ver. Un saludo

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