lunes, 13 de junio de 2016

Cañizares, ese hombre

Hace algunos días, Antonio Cañizares, cardenal arzobispo de Valencia, escandalizó a la España decente que, pese a lo que pueda pensarse, todavía existe con unas declaraciones, con las que pretendía defender "el bien precioso de la familia cristiana", contra "el imperio gay y ciertas ideologías feministas". Muchos, como digo, se echaron las manos a la cabeza, como lo habían hecho cuando el mismo Cañizares había acusado a los refugiados que desembarcan hoy en Europa (si es que llegan a hacerlo y no mueren en la travesía) de no ser trigo limpio y sí el caballo de Troya de un islamismo que se ha propuesto acabar con Europa; o cuando había afirmado, en 2009, que no era comparable lo que hubiese ocurrido en unos cuantos colegios de Irlanda (es decir, los toqueteos y enculamientos de unos cuantos adolescentes a manos y penes de los religiosos que tenían la misión de educarlos) con los millones de vidas destruidas por el aborto; o que a los ateos, "vacíos y desorientados", solo los mueve "el dinero, el sexo, el goce narcisista y el goce del cuerpo", algo que sostuvo con ocasión de su investidura como doctor honoris causa por la prestigiosa Universidad Católica de San Vicente Mártir de Valencia; o que quienes defienden un matrimonio que no sea entre hombre y mujer, con fines castamente reproductivos, son "irresponsables y suicidas, producto de las ideologías dominantes"; o que la unidad de España es "un bien moral". Pero yo digo que no hay que horrorizarse por lo que diga Cañizares, sino aprovecharlo para la ciencia. A Cañizarles habría que cuidarlo y estimularlo para que opinase. A Cañizares habría que pasearlo por las escuelas para hacerlo hablar y atenderlo con mimo (es decir, con más mimo todavía del que, exonerado de una vida fatigosa y cuidado por monjas solícitas, ha disfrutado ya) para que viva muchos años y pueda seguir manifestándose. Y cuando por fin sea llamado a la diestra del Señor, que lo recompensará con la gloria eterna por su ejemplar caridad cristiana y su esclarecida inteligencia, su cuerpo debería ser preservado y expuesto al público, como el negro de Banyoles o la momia de Lenin, para edificación y solaz de las generaciones futuras. En la historia del pensamiento, hay razón práctica, razón crítica, razón moral y razón miserable. Esta es la que representa Cañizares. Sus exabruptos, revestidos de toda la parafernalia retórica supurada por el cristianismo que no es más que una gigantesca logomaquia, una enmarañada construcción verbal para protegernos de los infortunios de la vida y del terror a la muerte, son la representación a escala de los exabruptos históricos de la Iglesia. Cañizares se pronuncia contra los homosexuales, las mujeres, los refugiados, los ateos, los jóvenes que van provocando, el aborto, los independentistas catalanes e tutti quanti igual que el Vaticano se ha pronunciado a lo largo de los siglos contra todas las causas que conforman la modernidad: la ciencia, la democracia, los derechos civiles y hasta el pararrayos. No hay un solo avance científico, político o social, ni una sola causa igualitaria, a la que la Iglesia no se haya opuesto. En España Cañizares mantiene esa notable tradición: cualquier empresa que evite el sufrimiento de las personas y concite la solidaridad, cualquier progreso que permita una vida más digna y placentera, se verá impugnada por Cañizares: saldrá el cardenal arzobispo de su espelunca y soltará algunos graznidos apocalípticos. La violencia de su voz no violencia física, porque el cardenal arzobispo habla como los curas de los chistes, entre gangoso y afeminado, sino violencia ideológica: violencia que es trasunto de salvajismo mental hará que se menee el crucifijo de tamaño natural que lleva siempre colgado al cuello, como los papúes llevan un hueso de casuario atravesado en la nariz: el símbolo de su verdad, que para ellos es la verdad, una verdad definitiva, inatacable y, para quienes no la comparten, hasta letal. Cañizares constituye un prototipo humano: el del ser que se blinda ante la naturaleza fatalmente transitoria de las cosas del cuerpo, de las ideas, del universo con un haz de seguridades inconmovibles, a las que subordina cualquier movimiento y cualquier decisión: lo mismo hacen los fascistas; lo mismo hacían los maoístas. No creo que Cañizares crea en Dios (y estoy seguro de que Dios, si existiera, no creería en él), sino en la certeza (y el placer: él también es hedonista) que Dios le aporta. Cañizares se acoraza con epístolas a los corintios y evangelios según San Mateo en el que, por cierto, se dice: "Era extranjero y me recogisteis" (capítulo 25, versículos 35 y siguientes) ante una realidad incomprensible, que además se empeña en ser cambiante, y la muerte, más incomprensible todavía. Cañizares, y todos los de su calañizares, se aferran a ese aleph metafísico, a ese libro sagrado y único, a esa roca de Pedro, para sobrevivir a la mudanza, la incertidumbre y el miedo. Cañizares no ha asumido (ni a su edad, pobre, lo va a hacer ya) que la esencia de la condición humana es la caducidad y el tránsito, la evanescencia y la nada, ni que esta vida solo es, en palabras de Antonio Gamoneda, un chispazo entre dos inexistencias, y que a esa transitoriedad hemos de ceñirnos, y apurar hasta las heces, si queremos ser conscientes de nuestra realidad y moralmente responsables. Por el fugacísimo destello del que habla el poeta hemos de pasar disfrutando de las escasas recompensas que se nos ofrecen y causando el menor daño posible: a nosotros mismos y a los demás. Vive y deja vivir me sigue pareciendo la regla moral más adecuada a nuestra naturaleza. Cañizares, en cambio, prefiere vivir bien (él; los demás, que se apañen) y no dejar vivir a nadie. Siempre me ha llamado la atención que aquellos que deberían regir su conducta por el amor al prójimo exigido por su decálogo, sean mucho más crueles con sus semejantes que los ateos, esos seres gobernados por "el sexo, el dinero, el goce narcisista y el goce de los cuerpos" (por cierto, ¿qué diferencia habrá entre "el sexo", "el goce narcisista" y "el goce de los cuerpos"? Supongo que "el goce narcisista" es pelársela, pero a mí, como a Woody Allen, la masturbación me parece muy bien: al fin y al cabo, es hacer el amor con la persona que más quieres). Las palabras de Cañizares, como las de quienes comparten sus regüeldos clericales, están siempre llenas de odio: ante las masas de refugiados de las guerras, el hambre y la falta de esperanza de África y Asia, con los que uno esperaría que practicase aquello de dar de comer al hambriento y beber al sediento, etcétera, el cardenal arzobispo se revuelve con la sospecha y la indiferencia; frente a las personas del mismo sexo que se aman, creen en la familia y quieren fundar una, el perínclito mitrado contraataca con dicterios sin cuento; frente a los miles de adolescentes que han sido manoseados y violados por los ensotanados que habían de protegerlos en Irlanda, en el Reino Unido, en los Estados Unidos, en México, en España, Cañizares no tiene ni una palabra de aliento, ni mucho menos se le ocurre pedirles perdón; y a las personas sensatas que se preguntan por qué consiente Dios el mal en el mundo, o por qué un ser omnisciente, omnipotente y eterno como Él ha sentido la necesidad de crear a un ser infinitesimal como el hombre, traerlo a la vida sin su consentimiento, someterlo a la enfermedad, la vejez y la muerte contra su voluntad, y después condenarlo al fuego eterno si decide que no se ha comportado según unas reglas que no ha establecido, el prelado pitecántropo responde que pertenecen a "la noche oscura del ateísmo" y que, inficionados por los deleites mundanos y adoradores del becerro de oro, son moralmente inferiores (lo que, de paso, le da la coartada para no responder a su pregunta). A Dios, si existiera, Cañizares le escandalizaría. Pero a nosotros no debe escandalizarnos: hemos de utilizarlo para aprender hasta dónde puede llegar la estulticia, y de qué artimañas religiosas se vale para difundirse y arraigar; hemos de aprovecharlo para comprender mejor la naturaleza humana y evitar que sus manifestaciones más obscenas perjudiquen a todos. A quien sabemos ya que no le escandalizan las coces de Cañizares es al papa Francisco, que lo mantiene como pastor de almas. Es lo que tiene ser un papa bueno: que no quiere indisponerse con nadie.

5 comentarios:

  1. Chapeau, querido Eduardo. No se puede decir mejor.
    Y no me he podido resistir a compartirlo en facebook.
    A ver si le a da a Dios (si es que existe) por leerte y se lo lleva a su diestra por los siglos de los siglos, amén. Abrazote.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Qué lástima de hombre este Cañizares, por Dios (y nunca mejor dicho).

      Gracias, querido Elías.

      Abracísimos.

      Eliminar
  2. Furibundos cardenales,
    de la España cañí zares

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ingenioso dístico, querido Jesús, a fe mía. ¿Me lo prestas?

      Abrazotes.

      Eduardo.

      Eliminar