jueves, 6 de diciembre de 2018

Lee Miller y el surrealismo en Gran Bretaña

Hacía mucho tiempo que no visitaba la Fundación Miró. Lo hago hoy con Anay, una amiga a la que conocí en el seminario de traducción de Farrera, para ver una exposición temporal que nos interesa mucho a los dos: Lee Miller y el surrealismo en Gran Bretaña. A mí me atrae por la artista, por el tema y por Gran Bretaña. Lee Miller, norteamericana, fue fotografiada antes que fotógrafa: durante varios años trabajó como modelo en Nueva York, y en 1927 fue portada de Vogue. Su carrera como maniquí se truncó cuando una foto suya se utilizó para anunciar compresas. El escándalo fue morrocotudo, a Miller se la consideró una pelandrusca y ella decidió cambiar de profesión, para lo que se limitó a ponerse al otro lado de la cámara. Lo hizo en París, de la mano de Man Ray, que se convirtió también en su amante. Allí comenzó una brillante carrera que la llevaría a participar en las principales actividades del movimiento surrealista, entonces en pleno apogeo, en Gran Bretaña y, más tarde, a trabajar como fotoperiodista en la Segunda Guerra Mundial. Como tal, fue una de las primeras en fotografiar el horror de los campos de concentración de Buchenwald y Dachau. También hizo fotos para revistas de moda, pero nunca pudo olvidar el espanto de la guerra, y en la exposición de hoy veremos algunas imágenes en las que aparecen señoras con pieles o trajes de gala, pero rodeadas por alambradas o máscaras de gas, algo que, en cualquier caso, obedece al principio surreal de que, cuanto más alejados estén los elementos que componen la obra, mayor será el impacto estético que produzcan. Poco antes de entrar en la Fundación, que luce, blanca y cuadriculada, como siempre, le cuento a Anay cuánto me impresionó un cuadro de Miró que recuerdo haber visto en mi primera visita al lugar. Era un mero lienzo blanco, vacío, muy grande, con un punto azul en el lado derecho. Nada más (y el punto ni siquiera era gordo). Se titulaba Paisatge [paisaje]. Al entrar en el edificio, y cuando aún estamos sumidos en las atribuladas consideraciones sobre el arte contemporáneo que una obra como aquella es capaz de suscitar, veo de nuevo el cuadro: allí está, grande, enorme y blanco, muy blanco, con aquel punto escuchimizado y azul, perdido en la inmensidad de la tela. Decidimos, no obstante, dejar a Miró para luego y, ahora que estamos frescos, concentrarnos en Miller. La exposición se compone de más de 200 piezas, pero una buena parte no pertenecen a Miller, sino a sus muchos compañeros de generación, entre los que se cuenta la plana mayor del surrealismo mundial, desde André Breton a Dalí y Picasso. Juzgo muy interesante que se exponga la fugaz presencia, a finales de los 30 del siglo pasado, del surrealismo en Gran Bretaña, un país en el que, por temperamento y tradición, los movimientos irracionalistas –pese al punk y a José Mourinho– nunca han logrado arraigar. El inglés es pragmático y juicioso, o, por lo menos, lo intenta, y la emergencia de lo subconsciente le parece superfluo y de mala educación. Por eso agrada comprobar que, durante algunos años –los de la Guerra Civil española, de hecho, otro gran momento surrealista de la historia, además de trágico–, la revolución propuesta por Tzara y Breton, entre muchos otros, tuvo alguna acogida en Albión, que se plasmó en varias exposiciones –como Surreal Objects and Poems en la London Gallery, en 1937, en la que hubo varias piezas de Lee Miller– y también en varias publicaciones, entre las que destaca el London Bulletin, la revista del surrealismo británico, que funcionó entre 1938 y 1939. El movimiento surrealista pervivió en las islas Británicas hasta después de la Segunda Guerra Mundial: su centro de operaciones fue Farley Farm House, en Sussex, donde Miller se estableció en 1949 con Roland Penrose, el artista y poeta inglés con el que viviría hasta su muerte, en 1977, víctima del un cáncer. (Curiosamente, en uno de los últimos libros que he leído, Caleidoscopio, del que he dado cuenta en este blog, su autor, el también inglés Brian Nissen, relata sus encuentros en Londres, Barcelona y Nueva York con Penrose y Miller. A esta la vio en varias ocasiones, deprimida, "posiblemente", apunta Nissen, "porque las terribles escenas que había presenciado en la guerra volvían a atormentarla". Se había dado a la bebida y, cuando cenaban juntos, a veces solo farfullaba. Tras morir, Penrose se amancebó con una antigua trapecista). Entre los artistas convocados por la figura de Lee Miller, la representación española es muy amplia: vemos La minotauromaquia, de Picasso, el violento aguafuerte algunas de cuyas figuras recuerdan a las del Guernica (y que acredita el constante interés de los surrealistas por las realidades híbridas, por las fusiones inverosímiles; Yves Tanguy también aporta Le Minotaure); los esbozos de Salvador Dalí para ilustrar los Cantos de Maldoror y su famoso Teléfono afrodisíaco, cuyo auricular es una langosta (a su lado han puesto la Onanistic Typewriter I [máquina de escribir onanista], de Conroy Maddox, de 1940, aún más estupefaciente: las teclas se han sustituido por pinchos y en el rodillo solo hay un papel negro con un trazo rojo); y muchas piezas de Miró, que fue uno de los españoles más vinculados con el surrealismo que se desarrollaba en Gran Bretaña. También literariamente brillan los autores hispanos: en el número correspondiente a noviembre de 1936 de Contemporary Poetry and Prose se publican poemas de Alberti y el recién asesinado Lorca; y en This Quarter, de septiembre de 1937, textos de Buñuel y Dalí, ambos escritores sobresalientes, sobre todo el segundo, junto con piezas de Tzara, Breton y Éluard. Celebro asimismo encontrar un óleo de Maruja Mallo, la gran pintora del 27, aunque de título disuasorio, Grajo y excrementos. De los demás grandes del surrealismo internacional, admiramos los volúmenes esencializados de Henry Moore, con los que nos encontramos en varias salas; Il filosofo, de De Chirico, en el que se puede leer sum sed quid sum, soy, pero ¿quién soy?, una pregunta que muchos no dejamos de hacernos; La joie de vivre, de Max Ernst, de tan irónico título: la alegría de vivir consiste en un paisaje herbáceo habitado por mantis y monstruos; y Pastoral, de Leonora Carrington, en el que un erizo le ofrece una oca muerta (aunque también podría ser una gallina) a unos que están de pícnic, ante la atenta mirada de un antílope y de un ángel volador que más bien parece un dragón. Las fotografías de Lee Miller se disponen como el ojo del huracán: en el centro de la muestra; a su alrededor pivota lo demás. Son imágenes en blanco y negro, sobrias, melancólicas, geométricas, contradictorias. En una, célebre, aparecen Max Ernst y Leonora Carrington, con las manos de aquel cubriendo los pechos de esta; Leonora parece complacida. Se tomó en 1937, en Cornualles, en una de las dicharacheras reuniones que organizaba el grupo surrealista británico. En otra, el protagonista es Henry Moore, retratado en una de las estaciones de metro de Londres que servían de refugio contra los bombardeos del Blitz, en 1940. A su alrededor, la gente descansa en las escaleras o duerme en el andén. Esta solo es una de las muchas terriblemente inspiradas por la experiencia de Miller en la Segunda Guerra Mundial. En una, ella misma aparece bañándose en una bañera, con una fotografía de Hitler junto al champú y el patito. En otra, Penrose la retrata desnuda tumbada en la hierba, solo cubierta por una red de camuflaje. Y no son extrañas estas combinaciones: surreales y críticas, pero, además, es que Lee Miller era muy guapa. (Cuando a Penrose le preguntaron cómo se había atrevido a fotografiar a su mujer desnuda, el artista contestó que, si aquella malla era capaz de ocultar los encantos de Lee, era capaz de ocultar cualquier cosa; por eso fue en la guerra profesor de camuflaje y autor de uno de los mejores tratados de la materia: Manual de camuflaje de la Home Guard). Pero la muestra no se limita a la fotografía de Miller: también hay cuadros y hasta esculturas, como The Kiss [el beso], una estilizada mano femenina cuya muñeca adorna una pulsera que es una dentadura postiza. Cuando salimos de la Fundación, no dejamos de echar un último vistazo a Paisatge: allí sigue el punto, tan extraviado, tan desamparado como siempre. Surrealismo de Miller, de Miró, hasta el final.

1 comentario:

  1. Se puede consultar un archivo digital con más de 3.000 imágenes del trabajo de Lee Miller en su sitio oficial:
    http://www.leemiller.co.uk/

    ResponderEliminar