lunes, 18 de mayo de 2020

Lecturas en la prisión (y 5)

El parón que ha supuesto el coronavirus quizá haya sido bueno para la literatura —hoy, por primera vez, he leído en un artículo que, en una encuesta realizada sobre los hábitos culturales de la gente durante el confinamiento, se preguntaba, además de por actividades tan previsibles como ver la televisión, escuchar música o leer, si se dedicaba tiempo a escribir: ¡y un 1,5% de los entrevistados decían que sí! Antes escribían los escritores; ahora lo hace todo dios. Un 1,5% de los entrevistados quiere decir que unos 700.000 españoles han ocupado parte de su tiempo escribiendo durante la crisis—, pero, desde luego, no ha sido nada bueno para el libro. Y no solo porque las editoriales hayan echado el freno (aunque esto quizá no sea tan malo como parece) o las librerías, la persiana, sino porque los libros que han visto la luz inmediatamente antes o durante estos dos meses fatídicos se han encontrado en el desierto, en el limbo, en un páramo sin promoción, sin presentaciones, sin críticos, sin lectores, sin nada. Si ya es difícil movilizar a la gente —y al mercado— para atender a la constante y a menudo fatigosa sucesión —avalancha— de novedades, con todo parado es imposible. Y ahí se quedan los libros, sin manos que los abran, ni ojos que los visiten, ni perro que les ladre. Pese a ello, siguen apareciendo, porque su salida de imprenta, que tiene mucho de ineluctable, como cualquier proceso industrial, ha coincidido con estos tiempos inmóviles, con este paréntesis horrendo. Para paliar, siquiera mínimamente, la soledad a la que se enfrentan algunos buenos libros que no han encontrado a casi nadie que los acoja y saboree, hoy quiero hablar de varios que me han enviado estas semanas algunos amigos.

Julián Cañizares Mata publicó, a finales de febrero (se salvó por poco de caer de lleno en la parálisis coronavírica, pero supongo que no le ha dado tiempo a levantar el vuelo de la difusión ni de la recepción crítica), Cuarenta ciervos invisibles, en La Isla de Siltolá, donde han visto la luz sus tres últimos poemarios. De dos de ellos (Lugar y esquema, de 2013, y Lalealtadmantenimiento, de 2015, di cuenta en mi anterior blog, Corónicas de Ingalaterrahttps://eduardomoga.blogspot.com/2014/04/lugar-y-esquema.html y https://eduardomoga.blogspot.com/2015/02/julian-canizares-mata-y-javier-sanchez.html, respectivamente); de Cuarenta ciervos invisibles quiero hablar ahora, subrayando la continuidad esencial de la propuesta de Cañizares, basada en el antisentimentalismo y la desarticulación, aunque ello no excluya una cabal dedicación a la exploración de los afectos y los rincones luminosos de la realidad. En "El mundo fácil (el mundo difícil)", escribe: "He tirado la simpleza. De escribir y amar. De latir. / He tirado la manera de que todo se entienda muy bien. / No hay nada que lo impida. Ninguna muralla, / ninguna cicatriz en la tierra. No hay nada que frene / el desarrollo de amar mucho". El motivo del ciervo simboliza un mundo enérgico y, a la vez, fugaz, una belleza huidiza que viene de no sabemos dónde y se pierde en esa misma ignorancia, pero que nos deja la felicidad gratuita e inexplicable de una imagen poderosa, dadora de vida. Esta misma provisionalidad que impacta por su fuerza, por su transformación de las reglas y las inercias, encarna en el paréntesis, del que Cañizares hace un uso afortunado. El paréntesis interrumpe la linealidad del discurso: lo que permanecía en la trastienda de la palabra, asoma ahora, emparedado entre signos suspensivos, haciéndose visible, pero sin alcanzar la misma rotundidad semántica, la misma presencia: está en penumbra, velado; existe, pero aún gestándose. El ritmo del verso se quiebra también en un escorzo inesperado: la música del paréntesis —una suerte de hueco respiratorio, de inflexión tonal— impregna cuanto lo rodea y deja su eco multiplicador hasta el final. En el paréntesis viaja también la multitud de lo vivo, lo que acaso desechamos, pero no se pierde, lo oscuro renacido. Transcribo el revelador "La calma":

Todo ser tiene una parte invisible.
Toda palabra. El ciervo es un salto invisible,
y cuando es visible, el salto es un ciervo.
Los leucocitos están dentro del lenguaje,
y gesticulan para que las palabras los vean.
Dentro de la cueva, hay una salida de ella.
Las sombras, lo luminoso de un futuro.
Todo parece pensado para tener invisibles
consecuencias (las causas son sus causas).
Entonces, ¿qué continúa tras la declaración?
Tirar la parte invisible es como tirar
un niño dentro de un caballo.
Como arrojar la cosa sobre la propia palabra.
Es mejor tener un paréntesis de todo.
Que todo lo vivido pueda estar en uno,
y fuera de él, entrando y saliendo (por si acaso).

Agustín Calvo Galán (de varios de cuyos libros he hablado también en mis dos blogs: de GPS, en https://eduardomoga.blogspot.com/2014/03/gps-el-teatro-de-la-luz-ahora-solo-bebo.html; de Amar a un extranjero, en https://eduardomoga.blogspot.com/2015/01/amar-un-extranjero.html; y de Trazado del natural, en: https://eduardomoga1.blogspot.com/2016/07/trazado-del-natural.html) abunda, en Cuando la frontera cerraba a las diez, publicado por Amargord, en la poesía cosmopolita e híbrida que ya ha cultivado en libros anteriores. Ambos rasgos adquieren en este una presencia singular. Por una parte, el poemario gira alrededor de un hecho que hoy resulta pintoresco: durante años, en algunos puntos fronterizos entre España y Portugal, la frontera lusa cerraba a las diez. Y así se encontraron los protagonistas del libro en cierto paso a Cáceres: sin paso. Los poemas en prosa del libro (más algunos versales en el interludio "Márgenes") desgranan ese suceso y sus consecuencias, y también la vuelta a casa y el reencuentro con una cotidianidad que la experiencia del viaje ha vuelto más extraña y, al mismo tiempo, más cercana, a la vez que reflexionan sobre el significado de las fronteras, esto es, de la comunicación y el tránsito. Y lo hacen con una llamativa oscilación de la voz poética, que a veces habla en primera persona y otra veces, en tercera. Ambas partes aparecen unidas por una muerte: la de un jabalí en la primera y una mujer en la segunda, y esta conexión circular, enigmática, le da una pincelada de sombra a este libro luminoso. En Cuando la frontera cerraba a las diez, paradójica y significativamente subtitulado "Una novela", se mezclan el verso y la prosa, la autoficción y la crónica de viajes, el cuento y la historia. Esta sigue siendo fundamental en la concepción y la práctica de la literatura por parte de Calvo Galán, historiador de formación. La historia se vuelca —o transparenta— en sus poemas no como un bloque inamovible de informaciones, sino como una sustancia que permea la sensibilidad y el hoy, que determina el curso de muchas calamidades y algunos afectos, o al revés. El arte, fruto de la historia, comparece en Cuando la frontera cerraba a las diez como otro relato —como un relato paralelo y consolador— de las vicisitudes a las que hay que hacer frente en el teatro incesante de la vida. Transcribo dos poemas: el primero, de la primera sección, "Cuando la frontera"; y el segundo, de la segunda, "Márgenes".


Nuestra última noche en Portugal, en un quarto húmedo y oscuro, en la casa de una anciana que nos recibió con rulos en la cabeza, zapatillas y una bota de boatiné con estampado floral: nos decía que sí que aceptaba pesetas, pero que no tenía nada para hacernos de cenar. Los dejó solos, de nuevo en una cama de matrimonio más fría que la noche fría de afuera, con el estómago de algodón, doblándose sobre sí mismos, e incontables mantas por encima y entre los dos. Al menos me pude / lavar/ las manos.

Lo que envidió Europa entera / no fue la conquista y el reparto de un nuevo / mundo, // sino la épica de Tordesillas: // la gesta / imprevisible de entenderse. // Lo / imposible ya para ellos dos.

Moisés Galindo, cuyo poemario Las formas de la nada reseñé en el número 7 de la revista Estación Poesía, en 2016, publica su quinto libro de versos, Naturalezas muertas, de la mano de Los Papeles de Brighton. Galindo insiste —y hace bien, si así lo siente— en una poesía metafísica, cuyo núcleo es la reflexión sobre la nada como sustancia y sostén de la vida. Alrededor de este eje giran una serie de motivos simbólicos que lo amplían y enriquecen: el miedo, la sangre, el vacío, la oscuridad y la luz. Sin embargo, Galindo sabe que para que la poesía sea metafísica, ha de ser también carnal, y se aplica a ello con obstinada sensibilidad. Sus poemas utilizan un arsenal de inquietantes metáforas, que hablan del absurdo ontológico y la zozobra existencial, pero lo hacen con un lenguaje dinámico, matérico, corporal. Una luz muy blanca, que a menudo se sutiliza hasta la transparencia, los enfoca a todos, y los versos breves, decantados con rigor, dejan traslucir una sonrisa, aun hablando del olvido o de la muerte. La poesía de Moisés Galindo denuesta la oquedad de todo, pero da ganas de vivir, y, pese a su delgadez, está llena. La nada de la que nos habla es una realidad tangible, en la que se refugia y perpetúa el ser. Cobra dimensión de cuerpo y hace posible el tacto y la pasión. El poeta subvierte la linealidad conceptual y llena el vacío de una esperanza tangible, de una materialidad invisible, pero afanosa. José Antonio Arcediano, el prologuista del volumen, lo ha sintetizado certeramente: "La nada deja de ser pura y simple ausencia del ser para convertirse en una especie de estado al que el ente (el 'yo' individualizado) puede acceder y con el que puede confundirse, en el que puede diluirse, disgregarse...". Dos asuntos más conciernen al poeta: la naturaleza y el sufrimiento animal (los gatos menudean en los poemas de Naturalezas muertas), como ya ha demostrado en entregas anteriores —en Aral, publicado en 2016, trata la devastación del mar de Aral, que fuera el cuarto lago más grande del mundo, y que los trasvases y la contaminación de los soviéticos han convertido en un desierto—, y el amor, que siempre irrumpe, como contrapeso o corroboración, en los alifafes existenciales. Estos son algunos poemas del libro:


"En tránsito"

¿Y este crecer hacia la nada qué es sino mi sangre,
la oscuridad que en mí respira en forma de aire,
de mundo, de no?

"Impermanencia"

¿Por qué este puro movimiento
de la nada, esta luz que atraviesa
la sangre como una forma de amor?

"Transfusión"

¿Cómo habitar sin desasirme,
sin tomarte en mi nada
como lo haría un pájaro o un árbol?

XXXVI

No estás.

No sé qué hacer con tanto amor
en este piso vacío.

Continuar en la nada
nuestra propia casa.

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