Así se titula la antología, ¡Oh! Dejad que la palabra rompa el vaso y lo divino se convierta en cosa humana, con la que la editorial Vaso Roto celebra sus quince años de actividad y los 150 títulos de poesía publicados. El volumen incluye una muestra de cada uno de esos títulos, acompañada por la ilustración original que en cada caso ha hecho el artista chileno, afincado en Barcelona, Víctor Ramírez, y lo precede un prólogo, "El largo viaje a casa", de la fundadora de la editorial, la poeta y traductora mexicana Jeannette L. Clariond. Siempre me alegra que una colección de poesía perdure, y quince años de vida no son pocos años, sobre todo en un país tan inestable, literaria y económicamente, como España, donde cada día surge una nueva editorial —"la editorial nuestra de cada día...", dice un conocido editor hispano—, pero a la semana siguiente ya han desaparecido la mayoría de las que se crearon en la anterior. Vaso Roto no solo ha sobrevivido, sino que se ha consolidado como uno de los sellos más relevantes del país, con un catálogo amplio, clásico y contemporáneo a la vez, y atento tanto a las voces indiscutibles (aunque toda buena poesía es objeto siempre de discusión) como a otras, más jóvenes o menos conocidas. Es destacable, asimismo, el interés y el cuidado que Vaso Roto ha puesto en las traducciones, dedicadas tanto a las grandes lenguas de cultura —el inglés, el italiano y el portugués, sobre todo— como a otras, minoritarias, pero no menos enriquecedoras, desde el danés de Henrik Norbrandt hasta el esloveno de Tomasz Salamun (treinta son, en total, los idiomas traducidos). Vaso Roto ha sido, y sigue siendo, una editorial cosmopolita (ya desde su nacimiento, en México y, simultáneamente, en España), para la que la poesía, y la literatura en general, no son de un país, o ni siquiera de una lengua, sino del mundo entero. El fenómeno poético es universal, y la editorial de Jeannette L. Clariond, así quiere reflejarlo. Por esa misma razón —la amplitud casi ilimitada con la que se asoma al hecho asombroso y salvífico de la poesía—, Vaso Roto no hace distingos entre generaciones y sexos, y esa falta de discriminación, precisamente, ha llevado a que en su catálogo abunden las mujeres. Las poetas aparecen en él con la misma naturalidad —con la sola fuerza de sus obras: de su calidad y su autenticidad— con que lo hacen los hombres. Ahí están Alda Merini, Blanca Varela, Maria Polydouri, Anne Carson, Antonella Anedda, Elsa Cross, María Baranda, Elizabeth Bishop, Louise Glück, Mercedes Roffé, Enzia Verduchi, Adrienne Rich o Piedad Bonnett, entre otras; y, entre las españolas, Clara Janés, Menchu Gutiérrez, Julieta Valero, María Ángeles Pérez López, Amalia Iglesias, María do Cebreiro o Chantal Maillard, también entre otras. Otro rasgo quiero subrayar de la editorial que ahora cumple su 15º aniversario: la calidad material de sus libros, hechos siempre con buen papel, guardas y solapas, tipografía elegante y las extraordinarias ilustraciones de Víctor Ramírez —manchas blanquinegras de una enorme fuerza visual y capacidad de sugerencia—, que le dan homogeneidad al conjunto, a la vez que singularizan cada título. Vaso Roto sabe adaptarse, también, a las características particulares de los originales, lo que es una muestra de consideración tanto para el autor como para el lector, y, para uno de verso muy largo, amplía la caja haciendo el libro más ancho, y otro más voluminoso, o que merece una consideración especial, se publica en tapa dura. Esta flexibilidad en el tratamiento del objeto que es el libro constituye también un mérito. Sus volúmenes son siempre agradables de tocar y de sostener, de oler y de leer, y desprenden ese aroma a formato clásico que solo emanan los diseños sobrios pero audaces, o audaces por su sobriedad. He tenido la suerte de que Vaso Roto acogiera dos libros míos, Insumisión, publicado en 2013, y Muerte y amapolas en Alexandra Avenue, en 2017. Y es una gran satisfacción compartir su catálogo con autores, por citar solo a compatriotas, de la talla de Antonio Gamoneda, Jesús Aguado, Antonio Méndez Rubio, Vicente Valero, Vicente Luis Mora, Javier Pérez Walias o Aurelio Major, así como de las mujeres ya mencionadas, por no hablar de Juan Eduardo Cirlot o Gerardo Diego. Dos citas enmarcan, en último término, el sentido poético de esta antología celebratoria: los versos de Hölderlin que inspiran el nombre de la editorial y el título del compendio: "A veces la divina naturaleza se muestra / divina a través de los hombres, y así / la reconocen los mortales. / Mas el mortal, ya fatigado / con sus deleites la anuncia: / ¡Oh!, dejad que ella luego quiebre el vaso, / para que no sirva en otro uso, / y lo divino se convierta en cosa humana", y esto que escribe Jeannette L. Clariond en "Un largo viaje a casa": "Se dice que se escribe para un otro, que la boca habla a otro oído. Sin embargo, el poeta se habla, se repliega en intimidad. Fruto de lo vivido, habita el destierro, la humedad tibia de la playa, la concha que trenza el nácar al azar. Su voz exige un largo regreso a casa. Acepta que sus palabras se contradigan, que en ellas coexistan dos polos de una misma inocencia. Divinidad es subir para luego caer, las más de las veces, en el abismo, oscuridad rodeada de una densa marea gris, insondable e incomprensible. Esa su realidad. Esa su melancolía: cisne cantando en la orilla su luz henchida de olvido". Una reflexión que reúne algunas razones fundamentales de la poesía contemporánea o, sencillamente, de la poesía: que no es tanto una forma de expresión como una busca de recogimiento, como ya señaló Valente, que decía escribir poesía para hacerse como el erizo, refugiado en sus púas, abstraído del mundo y solo compañero de su propia y desolada intimidad; que es, por tanto, una forma del exilio, pero exilio que se identifica con el nacimiento, y un espacio para la contradicción, en el que la contradicción no aporta discordia, sino verdad: una verdad doble y mutuamente fertilizadora; y que hacer versos es crear abismos en los que renacer, alumbrar una oscuridad iluminadora, deshacer el olvido.
Este es el fragmento de Insumisión incluido en ¡Oh! Dejad que la palabra rompa el vaso:
El silencio me piensacuando soy consciente del chocar de los zapatos contra el
entrega su aridez silícea
al parqué y sus murmuraciones de caoba,
en el que mi quietud no vacila,
ni es una,
ni soy yo.
El silencio tiene forma de mueble
y espesura de libro cerrado.
Lo que veo,
lo veo en silencio.
Lo que sé,
lo sé en silencio.
Lo que soy
crece en este cuerpo individual,
abastecido por un corazón escéptico
cuyo destino es la ceguera,
y cuya ininteligibilidad revela
su exilio;
en este cuerpo insonoro
cuyas raíces trepidan en una imperturbable
y encendida
nada.
Y este, compuesto por varios poemillas pertenecientes a la sección "Estampas del destierro", el de Muerte y amapolas en Alexandra Avenue:
No se entiende al mendigo:el alcohol le ha consumido la voz.
Pero lee a William Blake.
Sentada en un banco, frente al río,
rodeada de bolsas,
entre montones de nieve blanca,
una mujer negra.
Los dientes cariados del pordiosero
le manchan la sonrisa.
No obstante, sonríe.
El mendigo da los buenos días
a todo el que entra en la estación.
Gracias, Eduardo, por tus palabras siempre serenadas a la luz de la reflexión poética. Gracias por ver este esfuerzo, y por dar un sitio a este libro que es de todos quienes han hablado por y desde Vaso Roto.
ResponderEliminarGracias a ti, Jeannette, por este libro y por los 149 que lo han precedido (y los muchos más que nutren las demás colecciones de Vaso Roto). Tu esfuerzo editorial merece sobradamente este reconocimiento. Un beso.
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