jueves, 15 de abril de 2021

Notas para una reseña de "Notas para unas memorias que nunca escribiré" que nunca escribiré

Notas para unas memorias que nunca escribiré, el libro póstumo de Juan Marsé (Barcelona, Lumen, 2021), no acrecerá el caudal de la literatura española contemporánea ni el bien ganado prestigio como narrador de su autor, pero sí arrojará luz sobre algunas de las obsesiones personales y literarias del escritor barcelonés, y, sobre todo, nos hará pasar un buen rato. Estas Notas de Marsé, cuya edición ha preparado, con su tino habitual, Ignacio Echevarría, son las que escribió en un diario de 2004 y en tres libretas posteriores, que abarcan desde 2006 hasta 2019. Sorprende, hasta cierto punto, que Marsé preparase y autorizara la publicación de este material —como así fue— cuando las notas están trufadas de reflexiones, gruñonas o desalentadas, sobre su futilidad y falta de interés, condignas de la nada de aquellos días. En sus páginas, ciertamente, se amontona la hojarasca: anotaciones rápidas sobre una cotidianidad chata, amenizada por la presencia juguetona de su nieto Guille, la visita, a veces pesarosa, de los amigos y algunos hábitos reparadores, como nadar o leer tres periódicos al día —El País, El Mundo y La Vanguardia—, esa costumbre que casi nadie practica ya; de hecho, casi nadie lee ni un solo periódico escrito. Pero, entre todo el baratillo de unas jornadas siempre muy parecidas a sí mismas, salpicadas por unos achaques crecientes —en 2004, Marsé tenía 71 años— y unas asimismo crecientes dificultades para escribir, Notas para unas memorias que nunca escribiré es un ejercicio de afirmación personal frente a la turbamulta de idiotas que nos circunda y el peso abrumador de la estupidez cósmica. Y esta rotundidad crítica, que no se deja amedrentar por una opinión pública adocenada ni por las censuras digitales (en 2004 aún no tan caníbales como hoy), cae como maná del cielo. Estas Notas son una fiesta del pensamiento indócil que regocija y con el que a menudo nos carcajeamos (al menos los que estamos cerca de su sensibilidad política y literaria: los fieles lectores de Marhuenda o Pilar Rahola encontrarán más bien motivos de desagrado y hasta de detestación). La televisión y la prensa le suministran cada día a Marsé razones para el exabrupto, aunque no tanto por lo que sucede en el mundo, que también, como por los artículos lamentables de tanto alcornoque metido a periodista, como los que colaboran con El Mundo y ABC. En la entrada del 7 de julio, escribe Marsé: «Me pregunto una vez más por qué compro y leo el diario El Mundo. Repaso la lista de su plantilla de colaboradores y es terrorífica: Justino Sinova, Antonio Burgos, Raúl del Pozo, Josep Miró i Ardèvol, Isabel San Sebastián, Gabriel Albiac, Victoria Prego, Martín Prieto, Pedro J. Ramírez y ¡Ricardito Bofill! Horripilante. La lucha contra la estupidez en el mundo será larga, pero mucho me temo que la lucha contra la estupidez de El Mundo será eterna». Marsé cultiva otras obsesiones en su diario: la enemistad africana con Baltasar Porcel, el desprecio por los Goytisolo (Juan, en particular, «que siempre se saca en procesión a sí mismo, aunque escriba de otro», es objeto de una mofa constante) y el rechazo de Umbral o Cela. La injusticia de muchos de estos juicios (me es particularmente doloroso el referido a Umbral, cuyo Mortal y rosa es uno de mis libros de cabecera) no los invalida: son, por el contrario, una nueva demostración de franqueza a contrapelo, de rectitud ética y de coherencia indiferente a la domesticación general. El disgusto de Marsé por todos ellos era estético (la prosa de Umbral, por ejemplo, le parecía sonajero), pero tengo para mí que también le debía mucho al hecho de que hubieran abrazado el poder: «Lo primero que debería aprender un escritor (…)», escribe el 22 de junio, «es que su lugar y su responsabilidad en la sociedad en que vive es un lugar contrario al privilegio, a los poderes y a los fastos públicos, y lejos de cualquier honor» (aunque el propio Marsé recibiría el Premio Cervantes pocos años después de escribir esto). Otro de los destinatarios preferidos de las pullas de autor de Si te dicen que caí es el nacionalismo, tanto el catalán como el español —que para los nacionalistas españoles no existe—, y la figura nacionalista para la que reserva sus dardos más ácidos es Pilar Rahola, biógrafa de Artur Mas —el padre de la zapatiesta indepe actual— y adelantada hoy de Puigdemont (junto a una de cuyas fotos anotó Marsé: «La masa capilar me aplasta la masa cerebral»). El 17 de mayo de 2017, escribe: «La firma más desvergonzada, aberrante, risible y repulsiva del periodismo nacional es la de Pilar Rahola. ¿Me repito? Pues vale». En una anotación anterior, se ha limitado a consignar: «Rumores de aumento de pecho de Pilar Rahola». Entre las revelaciones más asombrosas de este «diario tartamudo», como lo llama en una de los últimos apuntes del diario, figura la escasa consideración en que se tenía Marsé como escritor: «Yo no soy un escritor, no en el sentido corriente de lo que se entiende por escritor. Soy desinteresado (…), perezoso, poco observador, ignorante en muchos aspectos, desmemoriado (salvo para tres o cuatro obsesiones), sin fe en mí mismo y sin casi ninguna de esas cualidades que se suelen atribuir a un novelista: verbosidad, ingenio, agudeza. Desconfío de mis métodos de trabajo y nunca veo nada claro, nunca me acaba de satisfacer lo que escribo. Y menos que nada este diario que empecé como una autoflagelación, hay que ser estúpido». Que el autor de una de las mejores novelas en español del siglo XX, Últimas tardes con Teresa, y del mejor cuento de un autor español que yo haya leído nunca, «Teniente Bravo», diga esto de sí mismo, sí, sorprende. Pero la sorpresa se desvanece cuando comprendemos que Marsé es tan crítico consigo mismo como con los demás: que no ejerce con Juan Marsé una sinceridad menos descarnada que la que practica con el ensotanado Juan Manuel de Prada, la patriótica Isabel-Clara Simó o el abyecto Arcadi Espada, pongamos por caso.

[Este artículo se publicó el 9 de abril de 2021, con el título de "Marsé y el pensamiento indócil en su despedida", en La Sombra del Ciprés, suplemento cultural de El Norte de Castilla]

1 comentario:

  1. ¡Qué gran reseña, querido Eduardo! Me tengo que hacer con ese libro de Joan Marsé. Estoy segura que va a ser un disfrute. Gracias!

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