viernes, 27 de agosto de 2021

El sombrío brillo de ser nadie

El título de esta antología esencial de Tomás Modesto Galán, Góngora en motoconcho, cumple el antiguo deber de intrigar y el más moderno de aportar información sin resultar obvio. Porque un poeta culterano, como fue don Luis de Góngora o ahora es Tomás Modesto Galán, que se desplace por el mundo actual en los hipertrofiados mototaxis de la República Dominicana, simboliza cuanto asoma en esta selección de la poesía escrita por el poeta dominicano desde 1983. En Góngora en motoconcho asistimos a una constante interacción de lo lírico y lo crítico, de lo literario y lo social, si es que pueden considerarse cosas distintas. La visión panóptica del hombre, en su laberíntico debate existencial, convive con la atención al detalle cotidiano, con una dolorida minucia, que atiende por igual a lo más escondido del individuo y a lo más sangrante del mundo. En «La hermosa nada», el único poema de El reino de las cosas recogido en la antología, observamos un bodegón de objetos y actos, una exposición de menudencias, que la voz resonante del poeta, hurgando en las cavidades de la materia, en las honduras de la conciencia a las que nos arroja el misterio de las cosas, eleva a la categoría de óleo metafísico, al mismo paradójico modo de las Odas elementales, de Neruda. En él, la fértil contemplación de las macetas y la sal, del limón y el arroz, nos lleva a conclusiones trascendentes: «Soy un nombre escrito en el vacío (…). / No me canso de ser tigre y hombre, mujer y pájaro. / (…) Soy un yo, un no sé qué, con el tú a cuestas…». En «En ningún cine», perteneciente a Diario de caverna, asistimos a una perturbadora reflexión ontológica tras una humilde sesión de cine: «Ocurre que al llegar / buscas al depositario de tus huesos / y te sientas desnudo en el abismo, entre una pierna que / silencia su llanto y un ojo que maldice la noche». Los poemas de Subway. Vida subterránea y otras confesiones, por su parte, son composiciones claustrofóbicas, como tiznadas de hollín, pero aun así carnales, y siempre poliédricas, rebosantes de sucesos y sentimientos, no solo narrativas, sino indagadoras de los asuntos del ser, de la sustancia del hombre: el tiempo, el amor, la pérdida, la muerte. En ellos encontramos a viajeros a los que urge redescubrir la dulzura de la putrefacción, horas perdidas sobre los rieles del tiempo, errores que ruedan hacia el vacío, trenes en marcha hacia la nada, ojos de iguana en túneles sin esperanza y pubis crepusculares. 

Coherentemente con este carácter bifronte o dicotómico, Tomás Modesto Galán mezcla registros, cronologías y espacios: en Góngora en motoconcho se funden lo que se percibe, lo que se recuerda, lo que se desea y a lo que se aspira. El poeta no tiene inconveniente en que Farabundo Martí, Pulgarcito y los marines compartan el poema –así sucede en «A Juan Chacón y a los otros», de Cenizas del viento–, y nosotros tampoco. El discurso salta sin pausa de un punto a otro, de la esfera al rectángulo, del malestar a la excitación, del pasado al presente y del presente al futuro, pero trabando los elementos dispares en un flujo común, con frecuencia caudaloso y siempre aristado; dejan así de ser dispares y se hacen congruentes, sin perder su extrañeza. Los versos de Tomás Modesto Galán no se limitan a contar: apuntan, sugieren, esbozan, matizan; y abundan en realidades híbridas, mestizas, nuevas en suma, cuyas criaturas, siempre distantes y a menudo contradictorias, se fecundan mutuamente. Así acontece cuando el poeta habla, en «Necesito ese rostro de viudas», de Diario de caverna, de hombres que «legan su sonrisa a los teléfonos del mediodía» o de que uno «precisa ayunar delante de un / cadáver azul para divisar una caída de las estadísticas»: los mundos invocados –los negocios, las comunicaciones, el cuerpo, la muerte, el planeta– se imbrican hasta conformar un mundo nuevo, un mundo lacerante y placentero a la vez, que se erige en la página, como Polifemo se alzaba en las octavas reales de Góngora, y nos interpela desde ella. La ilación discursiva se fía a la concatenación analógica, a la arborescencia de los ecos, que se imprimen en el poema –y en nuestra sensibilidad– igual que los estímulos de la realidad en la retina. La incesante captación del mundo por parte del poeta, siempre atento a cuanto ocurre dentro y fuera de él, supone un incesante suministro de estímulos, que se transforman en palabras. El resultado es una poesía engarzada y espermática: un caleidoscopio de sensaciones. Las imágenes se suceden, se acumulan, florecen, exuberantes, en los versos y diseminan aroma y color. El poema resulta una mezcla de delirio y razonamiento, en la que destaca la fusión de elementos materiales e inmateriales. El lirismo, argamasa última de los poemas, los empapa y enardece.

El factor crítico constituye uno de los cimientos de la obra de Tomás Modesto Galán. La denuncia del tirano Trujillo y de la opresión inacabable de las dictaduras hispanoamericanas aflora desde el primer libro, Cenizas del viento. «Elegía a Ramón Galán» recuerda al hermano del poeta asesinado por Rafael Leónidas Trujillo. Y en «Carta de renuncia ficticia del comisionado dominicano de cultura en USA del año 2008», menciona al siniestro Johnny Abbes García, el jefe del Servicio de Inteligencia Militar de Trujillo –que se paseaba por el palacio de Gobierno leyendo una historia de la tortura, desde los antiguos chinos hasta los nazis contemporáneos, tanto por placer como por trabajo: para actualizar sus técnicas– y el ejecutor, por orden del Generalísimo, de las hermanas Mirabal, a las que Tomás Modesto Galán trae asimismo a sus versos en «Dictaduras depredadoras». Pero el afán de justicia de los poemas de Góngora en motoconcho no se limita al continente americano, sino que se extiende al mundo entero, atenazado por un capitalismo que siembra desigualdad y sufrimiento. Berta Cáceres, la ecologista hondureña asesinada por sicarios de una empresa energética; Edward Snowden y Julian Assange, los traidores perseguidos por la CIA; el payasesco y criminal Rodrigo Duterte, presidente de las Filipinas; los emigrantes del mundo, expulsados de todas partes y ahogados en cualquier mar; la trágica situación en Somalia y Palestina; las guerras en Siria, Yemen y Afganistán; el racismo, que se antoja inextirpable de la humanidad; los feminicidios; las dañinas sandeces de Donald Trump, y hasta la vergüenza del Valle de los Caídos en España, ya felizmente resuelta, entre muchos otros personajes y fenómenos, dibujan un extraño panorama de sarcasmo y dolor, una suerte de pandemonio medieval, renacido en la contemporaneidad, en el que los bufones bailan con los desheredados y los verdugos con los víctimas. Hasta el papa asoma el solideo, y no para bien, en «La gran marcha por nuestras vidas», de El payaso perverso. Poemas para una imaginación antibélica: «Este papa argentino es demasiado progresista / para salvar la civilización / de la piedad del cristianismo», escribe el poeta. La preocupación cívica por lo que ocurre en el mundo recorre la antología entera y llega hasta nuestros días, en un intenso ejercicio de actualidad poética, con los últimos poemas de la selección dedicados a la crisis mundial provocada por el coronavirus.

La poesía de Tomás Modesto Galán atesora una gran fuerza verbal. Urgente y urbana, exaltada y melancólica, plástica y muscular, recurre con frecuencia al vocabulario del cuerpo, que la dota de una imperiosa materialidad. En «Desencanto del realismo», por ejemplo, encontramos corazones, pasos, miradas, cabellos desatados, pies, transfusiones, caricias, «besos sin pausas entre pulmones o clavículas comunes», manos, otra vez pies, y otra vez, «el cuerpo y sus ramificaciones», pechos «de flores rezagadas», manos furiosas, latidos, otro pulmón, otro corazón, más cabellos, uñas, el cuerpo ahora «cubierto de palabras ensordecidas», manos de nuevo, palmas de las manos y, en fin, cabezas: un despliegue de órganos y latidos que se entrelaza con puertos, mares, sueños, partidos de béisbol, películas de terror y estatuas de bronce. Eros está muy presente en Góngora en motoconcho: «Tus labios», de Amor en bicicleta y otros poemas, practica una metonimia quemante, y concluye así: «Siento tus dientes royendo un pan envejecido, / abriéndose para engullir un mangle, / absorben el esqueleto de un paraguas, / reclaman el principio de esta orgía». Pero el amor invocado por Tomás Modesto Galán no es meramente físico, siéndolo mucho. La figura de la mujer emerge en los poemas como arquetipo del bien. Las mujeres cuidan el mundo y dejan un legado bienaventurado. La dicción exuberante de Góngora en motoconcho se asienta en el verso libre para desplegarse sin restricciones. El poema generalmente largo permite un discurrir dilatado, una construcción ramificante, que se alimenta a sí misma con la incesante eclosión de lo que se ve, se rememora o se ansía. La pluralidad formal –que va del verso corto al versículo y el poema en prosa– obedece a la busca de la mejor expresión, del más preciso andamiaje elocutivo. La adjetivación es osada, como todo en esta poesía, pero es el adjetivo el que da siempre la medida de la ambición creadora del autor: «cuernos petulantes», «mantequillas sangrantes», «tizas monótonas», «feliz atrocidad», «genocidio perfumado», «tormentoso clítoris». Tomás Modesto Galán es pródigo, a lo largo de Góngora en motoconcho, en imágenes potentes, de acentos expresionistas. En «Si galoparan uñas sobre el lomo sangrante», de Canto a la ciudad que nos habita, vemos una urbe que «aúlla como una cucaracha bilingüe» y luego «lanza lodos para ahuyentar ratas aladas». El ímpetu creacionista, que continúa las tradiciones emparentadas de Lautréamont y Whitman –a quien cita, así como a Pedro Mir, el brillante discípulo dominicano del estadounidense– y roza en ocasiones lo dadá, inviste de tensión la poesía de Tomás Modesto Galán, que no duda en acogerse a la tradición bíblica, como hace en los poemas de Evangelio desechable, y, al mismo tiempo, alumbrar poemas fónicos, como «Daka Daka Daka», de Daka Daka Daka. Dreamers y el tren de los muertos. Las paradojas chisporrotean en Góngora en motoconcho, fruto del desgarro, pero también del deseo de concordia, y no solo las paradojas conceptuales –«suspiro torrencial», «lluvia inmóvil»–, sino también las perceptivas: sinestesias como «a tus pantalones sordos / la ceguera de mis dedos». Este vigor admirable, esta palabra que cruje y medita, llega hasta los más recientes poemas, aunque, en el último tramo de la producción de Tomás Modesto Galán, adelgacen un poco, se ciñan más, se peguen a los huesos: a los transparentes y polícromos huesos de la verdadera poesía.

[Prólogo de Góngora en motoconcho. Antología esencial (1983-2021), de Tomás Modesto Galán, Nueva York, Artepoética Press, 2021]

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