domingo, 10 de abril de 2016

En la Feria del Libro de Trujillo

Acudo a la clausura de la V Feria del Libro de Trujillo. El año pasado también fui invitado, pero solo como autor: presenté mi traducción de Hojas de hierba, de Walt Whitman, y la antología Otrora, de mi buen amigo Javier Pérez Walias. Esta vez vengo oficialmente, aunque movido por un genuino interés poético: actúa Juan Carlos Mestre y lo presenta Javier. (Los días anteriores han desfilado por la Feria otros buenos amigos y poetas, como Diego Doncel y María Ángeles Pérez López, pero me ha sido imposible acompañarlos). Melitón, uno de los chóferes de la Secretaría General de Cultura, me deja en las inmediaciones de la plaza Mayor. El año pasado llegué a Trujillo en autobús. Estuve charlando con mi vecina de asiento, una dominicana que llevaba casi veinte años viviendo en España, pero que, por la crisis, se planteaba volver a su país. Con Melitón tenemos otra suerte de conversaciones: hablamos de libros, porque Melitón pertenece a esa clase en extinción de personas cuyo trabajo no tiene nada que ver con las letras (salvo porque transporta, por toda Extremadura, a gente de letras), pero que lee: cuando espera en la sala de conductores, lee; y cuando espera en el coche a que volvamos, lee. Melitón no solo es encantador: es admirable, aunque los tiempos sean tan tristes como para considerar admirable a alguien que lee. En la bocacalle por la que accedo a la plaza Mayor, donde se desarrolla, como siempre, la Feria, paso por delante de la Librería Solita, fundada en 1939. Pienso que 1939 debió de ser un año terrible y a la vez maravilloso para abrir una librería en Trujillo. Y que quizá el nombre fuese el de su fundadora, pero que también podría ser meramente descriptivo y que designase a la única librería de la ciudad en aquellos años oscuros. En el escaparate de la Librería Solita, no obstante, no hay libros de la Editora Regional de Extremadura (y supongo que tampoco en las estanterías), como no los hay en los escaparates de ninguna librería de la región: el de la distribución es uno de los problemas más graves que debo resolver, si es que tiene solución; o, al menos, intentarlo. Cuando llego por fin a la impresionante plaza Mayor en cuyo centro se yergue el monumento ecuestre de Francisco Pizarro, esculpido por un norteamericano, Charles Cary Rumsey, y escupido por un nacionalismo vergonzante, según algunos mesoamericanos: "¿Pero cómo se puede tener en el centro de la ciudad la estatua de un genocida! ¡Es como si en Alemania erigiesen una de Hitler!", me dijo una vez, con exceso manifiesto e igualmente nacionalista, el poeta mexicano David Huerta, hijo del gran Efraín Huerta, está leyendo en la carpa de la Feria el poeta, músico, director de revistas y juez Jesús M. Gómez, al que presenta y acompaña José Cercas, el coordinador el encuentro (que luego me regalará un ejemplar de su más reciente libro, Madre, publicado en la ajedrezada y multicolor colección de poesía de la infatigable Isla de Siltolá). Veo que el número de casetas de librerías y editoriales no ha variado respecto al año pasado: siguen siendo ocho, aunque tres entre ellas la de Amargord ya han cerrado. Saludo con gusto a Álvaro, el dueño de La puerta de Tannhäuser, la excelente librería de Plasencia, en la que tantos ratos de placer he pasado. Charlamos un momento, aunque Álvaro está ocupado protegiendo los libros de la lluvia que amenaza con caer (y que, a resultas de ello, exhiben un agradable desorden, como de librería de segunda mano) e intentando convencer a un par de extranjeras, en inglés, de que compren un libro para aprender inglés. Luego me confesará que, aunque suele tener éxito con los guiris, en este caso no ha conseguido venderles nada. Contribuyo a la causa comprándole, por razones obvias, Londres, de Paul Morand, publicado por Confluencias, con la traducción de José Jesús Fornieles Alférez. (En él leo cosas en las que convengo: "Buckinghmanm Palace [...] fue un bonito palacio a finales del siglo XVIII; en 1913 ya era bastante feo; ahora parece un gran almacén", y cosas de las que discrepo: "Los ingleses se han servido del dinero, pero sin que el dinero se [haya servido] de ellos"; o "aunque no sean muy corteses, nunca [son] groseros". Entre el público de la carpa no tardo en reconocer a Juan Carlos y a Javier. Los saludo a los dos. Mientras estoy charlando con Javier, una mujer, vestida de chándal, quiere hacerme una foto. Le pregunto por qué. "¿No ha presentado Ud. un libro esta mañana? Pues no, señora. Ah, perdone". Y la mujer en chándal que quería hacerle una foto a alguien, no porque hubiese leído su libro y mucho menos porque le hubiese gustado, sino porque creía que lo había presentado aquella mañana, se aleja con una sonrisa de frustración. Nos tomamos Javier y yo luego una breve cerveza en una de las terrazas de la plaza y, de regreso a la carpa, donde ya no puede tardar en actuar Juan Carlos, saludo a la actual concejala de cultura y al concejal que conocí el año pasado. Con el retraso correspondiente, le toca por fin el turno, que ya es el último: su intervención cierra el festival. Juan Carlos viste chaleco y zapatos negros con cordones rojos. Recita de memoria, con voz grave y dicción pausada, pespunteadas por las notas del fatigado acordeón que lleva al cuello (y de otro instrumento popular, con un lacónico manubrio, que no soy capaz de identificar), el extraordinario "Salmo de los bienaventurados": "Bienaventurado el que a los cuarenta años aún no ha conocido la recompensa y llama virtud al cordón de un zapato, el hombre sin convicción que tumbado en la hierba pasa el día durmiendo y discute sobre el esfuerzo con los saltamontes. / Bienaventurado el que soporta el préstamo de la verdad, el excavado en piedra y el que, construido en paja, es alternativamente señor de la nada y rey de un solo vasallo...", y el no menos portentoso "Cavalo morto": "Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo.// Un poema de Lêdo Ivo es una luciérnaga que busca una moneda perdida. Cada moneda perdida es una golondrina de espaldas posada sobre la luz de un pararrayos. Dentro de un pararrayos hay un bullicio de abejas prehistóricas alrededor de una sandía. En Cavalo Morto las sandías son mujeres semidormidas que tienen en medio del corazón el ruido de un manojo de llaves...". Entre los poemas que declama, Mestre explica, puntualiza, agradece; o no: simplemente canta: Mestre canta siempre, aunque razone, o porque razona. Su figura es enorme, no solo por la grandeza de su poesía, sino por la plenitud con que abraza su condición de poeta, ese estar, pública y privadamente, en las palabras y por las palabras, ese afirmarse heredero de todos los que le han precedido en el oficio maravilloso y terrible de decir, esa reivindicación universal del verbo y la necesidad de que prevalezca, limpio, regenerador, en una sociedad sojuzgada por la mentira y el interés, sodomizada por el poder. Mestre es poeta y el poeta: alguien todavía imprescindible, o más que nunca imprescindible, para preservar la salud de la comunidad. Y me gusta que recuerde, entre otras cosas, que la cita tan socorrida y que tanto justifica la mediocridad general de que "nadie es más que nadie", es solo media cita: entera, dice "nadie es más que nadie, si no hace más que nadie". De eso se trata: del mérito por las obras, del trabajo incesante y digno. Pero mientras Juan Carlos Mestre cuenta y canta todo esto, un mendigo entra, silencioso, en la carpa. Quizá lo hayan atraído esas cosas tan extrañas que la megafonía de la Feria lanza al aire trujillano en este crepúsculo primaveral. El hombre gorra de marca de tractores, barba selvática, llavín al cuello (seguramente, del candado con el que impide que le roben sus miserables pertenencias), cigarrillo gastado en los labios, manos engarfiadas y negras escucha primero, entre confuso y asombrado. Pero luego su propia realidad se le impone y empieza a pedir a la gente: un mendigo no puede no pedir, sean cuales sean las circunstancias. De mí requiere tabaco, que no le doy, porque no fumo. Tras un lento revoloteo, acaba donde nos temíamos: dirigiéndose al poeta, que, con la profesionalidad de muchos años, interrumpe su parlamento y se le acerca para estrecharle cordialmente la mano. Eso les da a los organizadores el tiempo suficiente como para levantarse y llevarse al hombre del escenario: Pepe Cercas asume la ingrata tarea. El pedigüeño, que parece también perturbado, retira con brusquedad el brazo de la sujeción de Pepe y vuelve a extraviarse entre el público. Sigue con su cantinela el exconcejal lo llama por su nombre y le entrega una moneda, con la esperanza de que se dé por satisfecho y se marche; el mendigo quiere entonces cogerlo por el cuello, aunque no estoy seguro de que sea por agradecimiento, pero el exconcejal se zafa, con alguna violencia, de su mugriento abrazo, aunque ya no perturbará la lectura. Por fin, se pierde en las sombras del ocaso, que ya cuajan en noche. Cuando la lectura acaba, se celebra el ritual inevitable de la firma de ejemplares. Quien conozca a Mestre sabrá que ese ritual no es poca cosa. Por el contrario, el poeta se desdobla en pintor y estampa en las páginas de respeto de los libros ilustraciones que, a veces, parecen y que tardan tanto como la Capilla Sixtina. Luego nos cuenta, con incredulidad, que, en una ocasión, una exprofesora suya del bachillerato acudió a una de sus lecturas y le acercó un poemario suyo para que se lo dedicase. Pero le dijo: "Limítese a firmarlo. No me lo emborrone". Tomamos por fin unas cervezas y unas aceitunas memorables en un bar cercano y proseguimos la charla. Por desgracia, no puedo quedarme a cenar. Melitón me está esperando delante del ayuntamiento. Son las diez y media. Cuando me acerco al coche, veo la luz interior encendida: Melitón está leyendo.

2 comentarios:

  1. Hola señor Eduardo. Yo, estuve en esa feria desde el primer dia hasta el último con una exposición expuesta en la carpa que lleva por titulo ·Las Flores del bien" y trata de 24 tablas pintadas por alumnos de Esdir de Logroño junto a 24 poemas realizados por reconocidos poetas de ámbito nacional.
    Llevar esa exposición a Trujillo fue muy costoso tanto en ámbito personal como económico pues vivimos en Logroño a nada más y nada menos que 6oo km de allá.Si bien es cierto que "sarna con gusto no pica" me llama poderosamente la atención que nadie de los presentes se percatase de nuestras tablas con los héroes anónimos. Y hoy que tengo el gusto de leer su entrada tan exquisitamente pormenorizada me pregunto ¿ Nadie se fija en las paredes de esa carpa? Son tan horrendos para no hacer ni una sola mención? Precisamente el mendigo del cual habla quiso hacerse una foto con esas tablas y en mi Facebook aparece en ellas.
    Sé que Juan Carlos Mestre es un gran poeta y que usted ve o narra lo que quiere y no seré yo quien le diga lo que debe o no decir. Pero créame que cansa, es muy cansado que aquellos que parece ser " no somos nadie" seamos invisibles. Todo esto viene a colación de que usted hace un relato pormenorizado del domingo donde aparte de la creme de la creme había colgando de la carpa unas tablas de personajes que sin duda han hecho más en su vida que ninguno de nosotros. Muchas gracias por su atención con mis mejores deseos.

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  2. Tiene Ud. razón, querida Pilar. Debí haber prestado más atención al trabajo que expuso Ud. en la carpa de la Feria. Vi las tablas -aunque, por su tamaño, desde la distancia a la que yo me encontraba (asistí a todo el acto de pie, desde el fondo), no pude distinguir que incluyesen poemas-, pero con los ojos y oídos puestos en la recitación de Juan Carlos Mestre y en la conversación con las demás personas y amigos antes y despues del acto, me despisté de su presencia y acabé omitiendo toda referencia a ellas en mi blog. Entiendo su frustración y, créame, me siento mal por no haber sido más atento con un trabajo meritorio que, no me cabe ninguna duda, le habrá supuesto a Ud. mucho trabajo y esfuerzo. Lo único que puedo decirle es que mi capacidad de atención, aunque intento cultivarla todo lo posible, es limitada, como todas las facultades humanas, y que a veces paso por alto, por inadvertencia o cansancio, hechos que son dignos de consideración. No sé si le será de algún consuelo, pero le prometo que el año que viene, si vuelvo a Trujillo, como es previsible, me fijaré con más cuidado en la exposición de la carpa. Ojalá vuelva a ser suya.

    Reciba un saludo muy cordial.

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